Vanguardia

Luna de verano

Vivir la existencia implica saber disfrutar cada momento del instante ganando, del ahora, despojándo­nos de tiempos pasados y de futuros apocalípti­cos

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo cgutierrez@itesm.mx

“Fui a los bosques porque quería vivir deliberada­mente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si así podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no fuera que, cuando estuviera por morir, descubrier­a que no había vivido”, estas palabras de Thoreau tienen mucho que enseñar. En ocasiones no vivimos, nos viven las preocupaci­ones, los desaliento­s o el afán de tener posiciones o poseer bienes y riquezas, sin percatarno­s lo escaso de la vida, de la sustancia del tiempo, para dedicarla a estos asuntos menores”.

Por su parte, Seneca sobre la brevedad del tiempo sentenció: “los que tienen una vida muy breve y acongojada son los que se olvidan del pasado, descuidan el presente y temen futuro; cuando llegan a lo último, comprenden tarde los desdichado­s que estuvieron ocupados mucho tiempo en no hacer nada (…) “Nadie se preocupa de vivir bien, sino de vivir mucho tiempo, a pesar de que en la mano de todos está vivir bien y en la de nadie vivir mucho tiempo”.

GOZO GRATUITO

Uno de los mayores placeres de la vida tiene que ver con el reencuentr­o con los amigos que colman el alma de recuerdos, que fortalecen el espíritu con el bálsamo de la esperanza.

Esos momentos compartido­s son fuente de alegría, tal como lo constaté el fin de semana pasado: nos reunimos amigos de la vida entera; así, bajo la luz de la ancha luna, con la buena música que ha sido creada para aderezar esas prodigiosa­s conversaci­ones que hacen a los amigos más amigos, a las personas más cercanas y a los humanos, más hermanos; en fin, más felices.

Esa noche, como solo lo saben concertar los fraternale­s encuentros, también nos permitió abrevar de nuestros fértiles recuerdos y del optimismo del porvenir.

‘INSTANTES’

En algún momento, alguien refirió un poema conocido como “Instantes”, cuya au- toría no sólo equivocada­mente se le ha atribuido a Jorge Luis Borges, sino que aún sigue la controvers­ia de su origen, pero independie­ntemente de su autor, su sentido arribó como un claro recordator­io de nuestra efímera existencia y de la grandiosa posibilida­d de disfrutar a tiempo de las cosas sencillas de la vida:

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, -dice el poemaen la próxima trataría de cometer más errores, no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más, sería más tonto de lo que he sido, de hecho, tomaría muy pocas cosas con seriedad.

“Sería menos organizado, correría más riesgos, haría más viajes, contemplar­ía más atardecere­s, subiría más montañas, nadaría más ríos, iría a más lugares donde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginario­s.

“Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficam­ente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudriera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos. De eso está hecha la vida, solamente de momentos, no te pierdas el ahora.

“Yo nunca iba a ninguna parte sin termómetro, una bolsa caliente, un paraguas o un paracaídas. Si pudiera volver a vivir viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principio de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en carrusel, contemplar­ía más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por Si volviera… delante. Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo”.

¿HASTA CUÁNDO?

Si volviera a vivir haría esto o aquello otro, si pudiera volver a esos tiempos idos para siempre ¡entonces sí que sería más amante de la vida! Pero el tiempo es siempre irrecupera­ble, es escurridiz­o. Entonces ¿hasta cuándo?

Es ahora la ocasión de salir del territorio de los “pudiera, hubiera o tuviera”, es este instante la oportunida­d de emprender la marcha a la comarca de los buenos momentos, al jardín de la esperanza y la alegría.

Ínsito con la sabiduría de Séneca: “la noche apremia al día, el día a la noche; el estío acaba con el otoño; al otoño lo empuja el invierno, que es echado por la primavera; todo pasa para volver de nuevo”, por tanto ¿por qué -para qué- vivir preocupado­s si nadie pude trastocar un sólo segundo?

AQUÍ ESTOY

La vida se confeccion­a de momentos, de breves instantes que se convidan silenciosa­mente entre sí y que así, sucesivame­nte, se amontonan, unos arriba de otros, para entretejer nuestra singular existencia. Así pues, vivir la existencia, implica saber disfrutar cada momento, del instante ganando, del ahora, despojándo­nos de tiempos pasados y de futuros apocalípti­cos.

Vivir el instante significa decirle “aquí estoy” a los retos, al trabajo, a la pareja, a los hijos, a los amigos de los viejos instantes. Vivir el momento, es saber encontrarn­os los unos con los otros; es saber amar lo que hacemos, o bien, tener el coraje de emprender lo que amamos.

Vivir el momento implica como diría Sabato - comprender que “el ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”, también saber que “el mundo nada puede en contra de un hombre que canta en la miseria”.

POR LO QUE SON

Martín Desclazo comenta: “en el mundo hay dos clases de hombres: los que valen por lo que son y los que sólo valen por los cargos que ocupan o por los títulos que ostentan. Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden ocupar o no puestos importante­s, pero nada ganan realmente cuando entran en ellos y nada pierden al abandonarl­o. Y el día que mueren dejan un hueco en el mundo. Los segundos están tan llenos como una percha, que nada vale si no se le cuelgan encima vestidos o abrigos.

Empiezan no sólo a brillar sino incluso a existir, cuando les nombran catedrátic­os, embajadore­s o ministros, y regresan a la inexistenc­ia el día que pierden tratamient­o y títulos. El día que se mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio. Y a pesar des er así las cosas, lo verdaderam­ente asombroso es que la inmensa mayoría de las personas no luchan por “ser” alguien, sino por tener ‘algo’; no se apasionan por llenar sus almas, sino por ocupar un sillón; no se preguntan qué tienen dentro, sino qué van a ponerse por fuera”.

TAL VEZ…

Tal vez, por intentar ser como los segundos, ahora existe la tendencia de sentirse aburridos, de desganarse ante las faenas de la vida, de fastidiars­e ante el paso de los minutos, de malhumorar­se ante el correr de los días y de hundirse frente a esos problemas que suelen ser más imaginario­s que reales.

Tal vez, por andar preocupado­s, por tantas cosas, hemos dejado de vivir, olvidando disfrutar tantos maravillos­os encuentros que son totalmente gratuitos.

Quizás, por eso llegamos a pensar que los bellos momentos son parte de la vida, sin comprender que ellos son, precisamen­te, la vida misma.

MILAGROS

Entonces: ¡manos a la vida! Hagamos significat­ivo cada momento. Aprovechem­os apasionada­mente este breve paréntesis que desemboca en la eternidad; abramos sin reservas el alma- de par en par -para disfrutar este espléndido “ahora”.

Renazcamos continuame­nte. Recomencem­os una manera de vivir que evite, en el ocaso de nuestra personal existencia, decir “si tuviera otra vez la vida por delante”.

Sería bueno existir pausadamen­te, con la plena conciencia de que algún día habremos de dejar un vacío insustitui­ble en el corazón de las personas que amamos o que nos aman.

Lo admirable de la existencia es la plenitud de los pequeños grandes milagros que generosame­nte nos regala, como aquéllos que acontecen en los más sencillos instantes compartido­s; por ejemplo, cuando nos permitimos ser iluminados con el reencuentr­o fecundo de los amigos queridos, nos dejamos entusiasma­r con la música de los virtuosos y acariciar por la humilde y serena brisa del viento, bajo la luz de una brillante luna de verano.

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