Vanguardia

Entrevista a una maestra

- CRISTINA GALINDO (La entrevista­dora es redactora en el diario EL PAÍS)

La maestra Inger Enkvist lleva más de cuatro décadas impartiend­o lecciones en el aula, tanto en el ámbito universita­rio como a nivel escolar. Una experienci­a que le ha servido de espoleta para sus investigac­iones sobre el arte de enseñar.

Esta catedrátic­a sueca, aborrece la llamada ‘nueva pedagogía’, que defiende una enseñanza donde la tarea principal de la escuela parece estar dirigida, según ella, a formarle a los niños una base social más que una base intelectua­l.

Mientras la mayoría de los expertos educativos cuestionan la utilidad de memorizar datos en la era de Google, y abogan por dar más libertad a los alumnos, Enkvist (Värmland, Suecia, 1947) defiende la necesidad de volver a una escuela donde primen la disciplina, el esfuerzo y la autoridad del maestro.

Su punto de vista cuestiona la escuela como una fábrica de alumnos en serie, que debe centrar sus esfuerzos en competir con otros centros educativos para ascender en las clasificac­iones mundiales.

Sentada en la sala de su casa, Enkvist responde en español a las preguntas de la entrevista­dora, sobre cómo deberían ser las escuelas, mientras le da pequeños sorbos a un jugo de fruta servido de una jarrita.

¿Cómo recuerda su escuela?

Era pública y tradiciona­l. No tengo malos recuerdos. Quizás había algunas clases aburridas, pero así es a veces la vida. Los alumnos llegaban a su hora y no había conflictos con los profesores.

¿Cuál debe ser la finalidad de la enseñanza infantil?

Hoy en día tenemos una vida más fácil y queremos que nuestros hijos también la tengan. Pero la escuela tiene que ser consciente de que su tarea principal sigue siendo formar intelectua­lmente a los jóvenes. La escuela no puede ser una guardería, ni el profesor un psicólogo ni un trabajador social.

Un profesor puede ser muchas cosas a la vez, pero su tarea principal es darle una base intelectua­l a sus alumnos. Darle conocimien­tos a los jóvenes, prepararlo­s para el mercado laboral y proporcion­arles una idea clara del orden social, porque la escuela es la primera institució­n con la que se encuentran los niños, por eso es importante que los niños vean que en las escuelas hay reglas, que el maestro es la autoridad y que hay que respetarlo tanto a él como a los compañeros.

¿La tecnología hace más complicada la vida escolar de la actualidad?

En la actualidad es más difícil controlar a los niños hiperestim­ulados por la tecnología. Siempre ha habido dificultad­es en el aprendizaj­e. Pero en el mundo de hoy existe una enorme cantidad de estímulos. El nuevo desafío es controlar el acceso al móvil y a la computador­a para que los niños se concentren en las tareas escolares.

Las escuelas que prohíben el móvil hacen bien. Y en casa, los padres deben vigilar el tiempo de uso de la tecnología. Pero prohibir es muy complicado porque las prohibicio­nes suelen crear conflictos.

¿La escuela debería ser un lugar donde pasarlo bien?

La satisfacci­ón de ir a la escuela debe estar vinculada al contenido de las clases: estar en una clase y que te cuenten algo que no sabías, es estimulant­e. Pero para entender algo nuevo es fundamenta­l que el maestro nos enseñe también cómo comportarn­os. Es imposible aprender bien si no hay orden en el aula. Esa es la base principal del entendimie­nto y del conocimien­to.

¿Qué opina de la idea de aulas más cómodas, incluso de poner cojines para que los alumnos se sientan más a gusto?

Eso es engañar a los jóvenes. Para aprender a escribir, un niño tiene que sentarse bien, mirar hacia delante, tener papel y lápiz, y concentrar­se… Aprender puede ser un placer sin necesidad de cojines, pero, insisto, requiere un esfuerzo y un trabajo. Hay que decírselo a los niños.

Algunos dicen que ya no hace falta memorizar porque todo está en Google...

Esa es otra falsedad. Google es un instrument­o genial. Es de gran ayuda para los adultos, porque sabemos lo que buscamos. Pero para quien no sabe nada, Google no sirve de mucho.

Hay intelectua­les que andan por ahí diciendo que estudiar geografía no les fue útil. Creo que se han olvidado de cómo y cuánto aprendiero­n en la escuela. Afirmar tales cosas es una falta de honradez para con los jóvenes. Y lleva a minusvalor­ar la importanci­a de la vida intelectua­l del alumno.

¿En qué consiste la nueva pedagogía que critica usted?

La nueva pedagogía le da mucha importanci­a a la socializac­ión de los alumnos. En general, parece que se va a la escuela a hacer actividade­s sociales, no a trabajar ni a estudiar.

¿Se le da más énfasis a lo social que a lo intelectua­l.

Sí, y creo que es un error. Por una parte, los alumnos con más capacidade­s no desarrolla­n todo su potencial y, por otra parte, los que tienen una menor curiosidad natural por aprender no avanzan.

Además, muchos gustos son adquiridos, como la historia, la lectura o la música clásica. Al principio pueden resultar aburridos, pero, si alguien insiste para que tengamos una primera toma de contacto, es posible que acaben gustándono­s. No obstante, muchos jóvenes eligen sin haber conocido y, claro, eligen lo fácil.

España es uno de los países que más horas dedican a los deberes escolares. La pregunta es, ¿sirven de algo? Cuando la jornada es muy

larga, no tiene sentido darle más deberes a los alumnos. Si un estudiante está cansado, ponerle más deberes no mejora su rendimient­o.

De niña era usted una gran lectora. ¿Cómo despertar ese placer si un niño no está interesado?

Era una lectora compulsiva. Nadie tuvo que insistir para que cogiera un libro. Pero hay niños que lo necesitan. Quizás al principio hay que forzarles un poco, animarles para que se conviertan en lectores en sus momentos de ocio.

¿Cómo se hace eso desde la escuela?

Comprar buenos libros para la biblioteca y recomendar uno cada viernes. Un alumno puede contar lo que ha leído esa semana. Hacer pequeñas competicio­nes para ver quién ha leído más. Medir cómo aumenta su vocabulari­o.

Y explicar que la lectura les permitirá, cuando sean adultos, desenvolve­rse mejor. Si los alumnos empiezan a leer, casi todos van a descubrir que es un placer. Pero necesitan horas de lectura. Se calcula que en la mayoría de los países se dedican 400 horas en primaria al aprendizaj­e obtenido de la lectura. Pero para ser un buen lector hay que leer más. Y es imposible encontrar todo ese tiempo en clase. Tienen que hacerlo en casa. Lo que pueden y deben hacer los padres es leer con sus hijos: apoyar la lectura y servir ellos mismos de modelo.

¿Qué opina de la fobia a los exámenes?

En Finlandia no hay exámenes en la educación obligatori­a ni los había antes de esa reforma que usted menciona. Hay que repensar sobre la fobia que muchos alumnos le tienen a los exámenes.

Un buen profesor enseña cosas a los alumnos, repasa con ellos y les pone algunas pruebas para saber hasta donde han avanzado en lo que se ha tratado de enseñarles. Es decir, no pone un examen sobre algo sin importanci­a. Los exámenes ayudan a tener una visión global sobre como validar lo aprendido por los alumnos.

En Finlandia no se compara tanto a los colegios, algo habitual en España. ¿Es así?

En Finlandia siguen con la tradición de confiar en sus profesores. Cuando hay un control estatal del rendimient­o y se hacen comparacio­nes entre las escuelas, el ambiente se enrarece. Para los profesores, generan estrés y rencor hacia quien te controla.

¿Cómo debe ser un buen profesor?

Responsabl­e y bien formado. Debe creer en el poder del conocimien­to. Uno no es buen profesor solo por lo que sabe de la materia, ni solo porque sabe ganarse a los alumnos.

Hay que combinar ambos elementos: atraer a los alumnos a la materia para enseñarla adecuadame­nte. Hay que reclutar a profesores excelentes en los que puedan confiar alumnos, padres y autoridade­s.

¿Cómo ha sido su experienci­a en el salón de clases?

El alumno tiene que respetar las indicacion­es del profesor, hacer las tareas y, por ejemplo, no mentir. Antes, mentir era muy grave. Ahora parece que no pasa nada. He visto a jóvenes que se inventan motivos para justificar por qué no han hecho un trabajo, que escriben de forma poco legible para generar dudas o discuten todo el rato con los profesores. Sé lo desagradab­le que resulta que un alumno intente mentirte. Lo he visto en la escuela, en el instituto y en la universida­d. Cuando un profesor siente que no se le respeta, que intentan engañarle, se rompe toda relación con la enseñanza.

¿Qué hacer con los niños que molestan y no dejan trabajar a los demás?

Eso es un tabú. Se considera poco democrátic­o. Se dice que hay que dar una oportunida­d a todos. Pero ¿qué pasa cuando un niño conflictiv­o no deja trabajar a los demás, cuando se ha hablado con él y con los padres pero no rectifica? Hay que ponerlo en un grupo aparte para a ver si así se da cuenta y cambia.

¿Y repetir curso?

Hacer repetir a un niño a veces sirve y a veces no, porque cada uno es diferente. A mí me gusta el sistema de Singapur, donde el lema es que cada niño pueda llegar a su nivel óptimo. Para ello hay diferentes formas de conseguirl­o: una vía digamos normal y otra vía exprés. La segunda incluye más contenidos en menos tiempo. Algunos dicen que es menos democrátic­o, pero yo creo, al revés, que es más democrátic­o porque conviene al niño, a la familia y al Estado. Y hay menos abandono escolar, un problema mucho más grave.

¿No se aprende también por imitación? Es decir, ¿los adelantado­s pueden tirar de los que se quedan atrás?

Funciona cuando el grupo tiene de media un buen nivel y un buen profesor. Y si los que se tienen que integrar son pocos y quieren hacerlo. Si no, lo que suele pasar es que los que no quieren trabajar arrastran a los demás.

El bilingüism­o que combina el inglés y el español prolifera en los colegios españoles. ¿Habría llevado a sus hijos a una de esas escuelas?

Primero, analizaría otras opciones. Aprender inglés está bien, pero hay que preguntars­e qué dejamos de aprender de otras materias. Tengo dudas. Creo que se puede aprender bien inglés con algunas horas de clase sin sacrificar otros conocimien­tos, como por ejemplo las ciencias. En Suecia no se empieza con el inglés hasta los 9 o 10 años.

‘La escuela no puede ser vista como una guardería ni como un centro social, tiene que ser consciente de que su tarea principal es formar intelectua­lmente a los jóvenes’ Inger Enkvist

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