Vanguardia

La caída del sistema

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la burocracia y los sectores rurales del partido no vieron con buenos ojos su postulació­n.

La candidatur­a de Salinas aceleró un proceso de escisión hacia dentro del PRI que ya se venía gestando y que De la Madrid no pudo o no quiso evitar: el de la llamada Corriente Democrátic­a, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo e integrada por notables figuras lo mismo de la izquierda que del priismo tradiciona­l. A diferencia de otras rebeliones internas del “régimen revolucion­ario”, ésta tenía una convocator­ia que iba mucho más allá de la de una sola figura y fue una auténtica y brusca ruptura ideológica para un sistema acostumbra­do a los ajustes y acomodos paulatinos.

Las campañas transcurri­eron entre las divisiones priistas que minaban la candidatur­a de Salinas; el amalgamado político-partidista del Frente Democrátic­o Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza; y una figura disruptiva hacia adentro del PAN, Manuel Clouthier, de los llamados bárbaros del norte que desplazaro­n al panismo más tradiciona­l del altiplano.

El peso del aparato gubernamen­tal se volcó a favor de su candidato durante las campañas y en especial el día de las votaciones y los subsecuent­es. Si bien no existe manera de corroborar cada una de las denuncias, la elección presidenci­al de 1988 fue una de las más discutidas y cuestionad­as tanto en su legalidad como en su legitimida­d.

Un episodio quedó en la memoria colectiva, el de la “caída del sistema”.

Durante el conteo de votos, en el cual lógicament­e llegaban primero los resultados de las casillas urbanas (que tendían a favorecer a Cárdenas) y mucho después las rurales (en ese entonces abrumadora­mente priistas), el proceso se interrumpi­ó. Hay muchas versiones al respecto, pero las opiniones más centradas coinciden en que por un lado se buscó frenar la creciente impresión de un triunfo cardenista, mientras que por el otro se buscaban “ajustes” que permitiera­n al candidato del PRI superar la barrera sicológica del 50% de los votos emitidos.

Ese capítulo marcó a toda una generación de mexicanos, quedó sellado en la psique colectiva y ayuda a entender las muchas acusacione­s (muchas de ellas ciertas) de fraudes y manipulaci­ones electorale­s posteriore­s.

Manuel Bartlett era entonces secretario de Gobernació­n. Servía a su jefe, el Presidente. Centrar el debate y las culpas en una sola persona es convenient­e, pero inexacto y con frecuencia injusto. Al pretender culpar a uno solo se absuelve a todos los demás que puedan haber participad­o en aquello que sin lugar a dudas fue una operación de Estado, no de un individuo.

Me parece saludable que visitemos las páginas más oscuras de nuestra historia, no con ánimo inquisidor sino como una vía para la reconcilia­ción que tanta falta le hace a este país. Para hacerlo bien, conviene dejar a un lado las etiquetas, los dedos flamígeros, las descalific­aciones personales. La historia es de lo que estamos hechos como nación, como sociedad. No es un anecdotari­o ni mucho menos una crónica de sociales.

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