Notas sobre notas
‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD
En los viajes leo sobre viajes. Entre el aeropuerto de la Ciudad de México y el de Cozumel leí la semana pasada los “Paisajes y Leyendas. Tradiciones y Costumbres de México”, de Ignacio Manuel Altamirano. De ahí saqué algunas notas.
–Dice el guerrerense: “Hombres como yo, que profesan el culto de las buenas cosas de México”. También comenta: “Fuera del Zócalo y de la Calle de Plateros todo es siglo XVII”.
El Señor del Sacromonte, venerado en Amecameca, Estado de México, al pie de los volcanes, es otro de los Cristos con la leyenda de haber llegado en una caja a lomos de una mula que ya no se quiso mover del sitio en que luego se le hizo una capilla a la imagen.
Fran Juan de Tecto, con fray Pedro de Gante y fran Juan de Aora uno de los “Lirios de Flandes de que habló don Artemio, primeros franciscanos que vinieron a la Nueva España, decía “con gracia”, que encontró “una teología que de todo punto ignoró San Agustín”.
Altamirano llama al Sur “la Arabia de México”. Hace el encomio de Tixtla, Guerrero, pueblo natal suyo y del propio héroe epónimo. Dice que fue fundado por Moctezuma Ilhuicamina con familias sacerdotales encargadas de difundir la religión de su imperio. Por tanto los pobladores de Tixtla conservan un orgullo muy especial: “... Se consideran dueños de las iglesias, de las imágenes y de los curas. Acompañan a éstos más con la celosa vigilancia del señor, guardían de un patrimonio, que con la sumisión servil de los noófitos y los fieles. La obvención que dan a los curas no es el tributo del siervo sino el honorario que paga el dueño de la heredad al trabajador que la cultiva...”.
En Tixtla, afirma Altamirano, “se habla el náhuatl más castizo y más elegante que se habló jamás en el imperio de los Motecuzomas”.
Cada familia tiene un Cristo, desde el “Altepecristo” colosal que los indios esconden en las grutas como a ídolo antiguo, hasta uno tan diminuto que se lleva entre el pulgar y el índice en las procesiones. En ellas desfilan hasta 800 o mil Cristos. A los comerciantes se les llamaba “particulares”. Hay entre los indígenas del sur dos Santiagos: Texaltzinco, que sería el Santiago español, blanco, colorado, sombrero con plumas, botas, espada. Otro, Santiago Tlaltelolco, moreno, sombrero de palma que no se quita ante nadie, huaraches, machete.
Observa Altamirano que a los niños indígenas no les gustan ni el trompo ni el “papalote”, “dos juguetes introducidos por los chicos españoles”. Me pregunto: ¿entonces por qué “papalote” tiene nombre del náhuatl? (Papalotl, mariposa).
En el espectáculo de los títeres de Rosete-aranda, Rosete era el que movía los títeres, y Aranda el empresario que presentaba el espectáculo. Ambos provenían de Huamantla, Tlaxcala. Se burla Altamirano al escuchar que había una
high-life (es decir, una especie de jet-set, en Orizaba). “¡High-life en Orizaba! Dentro de poco va a habler high-life en Ixtacalco”.
La salsa borracha es originalmente de chile rojo con pulque.
La Virgen de Guadalupe –dice Altamirano– le habló a Juan Diego “en idioma mexicano”.