Vanguardia

La Reforma de la Virgen

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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¡Cómo se divirtió don Eduardo de Ontañón colecciona­ndo en México nombres raros de pulquerías y tiendas! Desterrado de España por el triunfo de Franco, llegó a nuestro país y escribió un libro deleitoso, “Manual de México”, donde incluyó un capítulo con esos nombres pintoresco­s y curiosos que recogió lo mismo en pueblos apartados que en las calles más céntricas de la Capital.

En especial los nombres de las pulquerías llamaron su atención. El primero que cita es aquel muy famoso de “Los recuerdos del porvenir”. Me aventuro a pensar que del libro de Ontañón sacó la escritora Elena Garro el título para su novela de ese nombre. Otros nombres de pulquerías recogió don Eduardo: “Los antiguos apaches”. “El Parlamento Inglés”. “La Providenci­a renovada”. “La diosa del mar”. “El gran tigre”. “El sueño de oro”. “Las glorias de Víctor Hugo”. “Aquí te quiero ver”. “La fuente embriagado­ra”. “Pos tú dirás”. “La cascada de rosas”. “Ya la encontré”. “Ella lo amaba”. “Ave sin rumbo”. “Las bodas de Lola”. “Otelo”. “Mírame bien”. Por todos los rumbos del país recogió don Eduardo de Ontañón nombres insólitos, pintoresco­s y curiosos que a él le llamaban mucho la atención y que lo llevaron a concebir una insólita ocurrencia: los comerciant­es mexicanos, pensó, no establecía­n sus tiendas para ganar dinero, sino porque se les había ocurrido un nombre peregrino para bautizar sus establecim­ientos, y lo querían lucir. He aquí algunos de esos nombres: “El pie de Venus”. Una zapatería en Querétaro. “La esperanza de Dios”. Una modesta miscelánea en Xalapa.

“El esclavo del arte”. Nombre del taller de un zapatero remendón en Guanajuato. (Aquí tuvimos una sastrería que se llamaba “Arte y Capricho”).

“El extracto del cambio”. Una tienda de abarrotes en Xicaltepec, Veracruz.

“Al féretro elegante”. Una funeraria en Amecameca.

“El secreto de las aves”. Una mercería en Manzanillo.

“El incendio de dos bocas”. Una tortillerí­a en el mercado de San Cosme, de la Capital.

No desdeñó don Eduardo los letreros en las ventanas de las casas. En una vecindad de la Ciudad de Méxio vio uno que le encantó: “Se hacen niños (Dios)”. Y en un balcón de Aguascalie­ntes halló otro que le pareció “todo un capítulo de sugerencia­s”:

“Se borda de ilusión”.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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