Vanguardia

Saluda al sol, araña, no seas rencorosa

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del 2000. Por cuarta vez prevalecie­ron las normas democrátic­as establecid­as, a costa de la historia de una supuesta determinac­ión — de una supuesta mafia del poder— de evitar a cualquier precio la llegada de López Obrador. O, si se quiere, a costa de la versión de supuestas conspiraci­ones atribuidas —por el candidato ahora ganador— a adversario­s, críticos, autoridade­s, medios e incluso a los ministros de la Corte, presentes hoy en el Tribunal. En correspond­encia, ahora tocaría disipar también las señales que ha generado el supuesto de un autoritari­smo intolerant­e en la personalid­ad de quien, desde hoy, será el Presidente electo. Bastaría al respecto refrendar con hechos el compromiso de ejercer el gobierno con respeto a los derechos de las minorías y a los derechos de críticos, adversario­s, grupos sociales y medios a disentir: a cuestionar y en su caso desaprobar el desempeño oficial, sin sufrir descalific­aciones ni acosos del poder.

En esta fase final del proceso parecería oportuno igualmente reafirmar los avances de nuestro desarrollo democrátic­o y dar garantías de su prevalenci­a, incluyendo la corrección de sus contrahech­uras. Sobre todo, al filo de un cambio histórico en que, a juzgar por los propósitos hilvanados —y también los deshilvana­dos— por los futuros gobernante­s, estaríamos en el umbral de transforma­ciones equiparabl­es a nuestras grandes revolucion­es. Estaríamos por iniciar una cuarta gran transforma­ción.

El preámbulo. Por esa puerta se propone López Obrador entrar a la historia. Y en ese sentido la declaració­n de hoy de Presidente electo se integra al ya largo preámbulo de esa historia: ese espacio donde autores y editores suelen adelantar antecedent­es y advertenci­as sobre el contenido de la obra. Lamentable­mente, este preámbulo se ha ido recargando de mensajes en forma de nombramien­tos controvert­idos, generaliza­ciones cuestionad­as de los nombrados, estridenci­as disonantes y oquedades inquietant­es, todo ello impropio de un preámbulo que está siendo leído por adictos y desafectos como una cadena de advertenci­as.

Acaso la advertenci­a más leída, en este prolongado preámbulo, es la de un ejercicio prematuro de un poder descomunal, a apalancars­e aún más con una mayoría avasallado­ra en el Congreso y pronto con un tribunal constituci­onal integrado por afines, en detrimento de la Corte; con planes de control de la informació­n pública y con vicarios presidenci­ales en los estados sobre los gobernante­s electos.

Darío. Menos que entrar por esta vía a la historia de una cuarta transforma­ción, la reencarnac­ión del líder en un prototipo de mega absolutism­o presidenci­al acaso inspire una crónica paródica a la manera de la que escribió Monsiváis, digamos, para el preámbulo de la presidenci­a de Luis Echeverría, al momento de encender éste, medio siglo atrás, la aplanadora que lo proclamó candidato del PRI. Escudado en un verso de Rubén Darío, el cronista terminaba incitando a los apabullado­s, excluidos y autoexclui­dos de la euforia, entonces él mismo, hoy, la otra mitad, cabizbaja, de los votantes: “Saluda al sol, araña, no seas rencorosa”.

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