Vanguardia

La Vaca y El Becerro

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

Aparecía por el rumbo de la Sierra de la Paila. Unos afirmaban que salía de atrás de ella; en opinión de otros se formaba encima de ella. Era una nube grande y gris, pesada. Casi no se movía: se estaba quieta, recortando su enorme perfil contra el azul del cielo. Era La Vaca...

La otra nube salía parecía sobre los cerros de General Cepeda, la antigua Villa de Patos, cabeza en los pasados siglos del marquesado de San Miguel de Aguayo. Era como La Vaca, igual de gris, pero de menor tamaño. La gente la llamaba El Becerro...

Cuando salían al mismo tiempo La Vaca y El Becerro todos sabían que iba a llover.

Se movían El Becerro y La Vaca, lentamente, como si el uno se aproximara a la otra. ¿Qué extrañas corrientes de aire, opuestas y contrarias, causaban ese acercamien­to? ¿Era posible que el viento soplara en dos direccione­s encontrada­s? Quién lo sabe. El caso es que La Vaca y El Becerro se juntaban. Era entonces cuando caía la lluvia.

La Vaca y El Becerro… ¿Existirán aún? Yo no sé de otras nubes como estas dos de Patos. No sé de parte alguna donde haya habido nubes con nombre, bautizadas. Y además nubes sistemátic­as, metódicas. Las nubes son pasajeras; se las lleva el viento. Sus formas son caprichosa­s: en ocasiones parecen un avión; a veces tienen semejanza de elefante. Pero estas dos nubes siempre tenían la misma forma: una parecía vaca; la otra, menor, parecía su becerro. Y siempre se juntaban, y entonces siempre llovía. El Becerro y La Vaca. Dos nubes de General Cepeda.

Llovía mucho en la villa donde vivió mi madre. Caían grandes lluvias que llenaban el arroyo de Patos, cuyas aguas iban a dar hasta donde es ahora Monterrey. Conocí en esa ciudad a un señor muy anciano que de joven cultivaba una labor en lo que es ahora la Colonia Cumbres, al poniente de la capital nuevoleone­sa. Me contó que de pronto el arroyo que regaba sus tierritas se llenaba con una fuerte “venida” de aguas coloradas. -Está lloviendo en Patos -decía la gente. Había mucha agua en General Cepeda. Hoy, me dicen, los manantiale­s se han secado, y están agotados los pozos de regadío. Las umbrías huertas de Patos se han ido acabando lentamente, inexorable­mente. Los árboles de ayer son leña hoy...

¿Quedarán todavía violetas en General Cepeda? Mi mamá me decía que las plazas y los jardines de las casas estaban llenas de esa flor, cuyo aroma suavísimo llegaba hasta las afueras de la villa, llevado por el viento. En mi oficina de Radio Concierto tengo un pequeño ramo de violetas artificial­es. Lo tengo en recuerdo de mi madre y del hermoso pueblo donde pasó los años de su infancia y su primera juventud. En el jardín hice plantar violetas que dan su mínima flor en el invierno.

No sé si El Becerro y La Vaca anden aún por el cielo de General Cepeda. Quizá ya no. Nada es eterno; ni las nubes. Pero pongo aquí sus nombres en un intento -segurament­e vano- por conjurar esa desgracia que se llama olvido.

 ??  ?? ARMANDO FUENTES AGUIRRE
ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico