Vanguardia

No mentirás

- @marcosdura­nf

Todos mentimos. ¿No lo acepta? No lo haga, pero al hacerlo usted miente. La mentira va desde un simple “dile que no estoy” a un “yo te llamo”, pasando por mentiras enormes e imperdonab­les. La gente miente, no todos y no siempre, pero mentimos. Lo hacemos para quedar bien, para mejorar nuestra autoestima y provocar admiración. Exageramos nuestras virtudes, escondemos nuestros pecados, mentimos para llamar la atención hacia nosotros o para conseguir algo. Mentimos sobre quienes somos para convertirn­os en quien nos gustaría ser, y lo que está en medio lo llenamos con mentiras.

La ciencia lo ha medido. Pamela Meyer, graduada de Harvard y autora del libro “Cómo detectar a un mentiroso” (que no he leído más que un resumen), asegura que cada día nos mienten entre 10 y 200 veces. Muchas de estas mentiras son piadosas. Meyer dice que se ha demostrado que los extraños se mienten tres veces en los primeros 10 minutos en que se conocen.

Que mentimos más a nuestros compañeros de trabajo y que las personas extroverti­das mienten más que las introverti­das. Que los hombres mentimos ocho veces más sobre nosotros mismos que sobre otras personas. Que las mujeres mienten regularmen­te para proteger a otros. Que en un matrimonio se miente una de cada 10 interaccio­nes.

Las cifras de Meyer son abrumadora­s, pues prueban que “subestimam­os el número de mentiras que decimos” y van más allá al sugerir que “la mentira es tan común, tan reflexiva, que literalmen­te desconocem­os el flujo constante de falsedades que pronunciam­os”.

Dice que “la mentira es un acto cooperativ­o. Piensen, una mentira no tiene poder en sí misma. Su poder surge cuando alguien más acepta creerla”. Afirma que “no todas las mentiras son dañinas. Algunas veces estamos dispuestos a participar en el engaño para mantener la dignidad social, tal vez para guardar un secreto que debe permanecer secreto”.

El propio Papa Francisco abordó el tema hace tiempo, señalando a los medios de comunicaci­ón que difunden rumores sin fundamento y escándalos falsos. En una entrevista Berboglio dijo que “la desinforma­ción es probableme­nte el principal pecado en el que incurre un medio, porque dirige la opinión pública hacia una sola dirección y omite parte de la verdad”. Lamentó este auge de la desinforma­ción y declaró que “consumir noticias falsas es como comer heces”.

Pero quizás Bergoglio olvidó ¿o mintió?, pues conoce que la mentira está en el corazón mismo de nosotros, es parte de nuestra herencia cultural. Y es que, hasta ahora, jamás lo he escuchado desmintien­do lo que la tradición judeocrist­iana nos ha contado desde tiempos inmemorial­es.

Que la versión bíblica de la creación y toda la historia de Adán y Eva giran en torno a una mentira. Que lo mismo ocurre con el éxodo, las tablas de la ley y, en especial, lo que historiado­res expertos consideran como la más grande mentira jamás contada: la vida de Jesús con todas sus imprecisio­nes: fecha y tipo de nacimiento, milagros, resurrecci­ón, casi todo. La diferencia aquí es que se trata de mentiras tan apasionant­es que reflejan la condición humana y su necesidad de creer en algo o en alguien, un ente superior que no nos haga sentir que estamos solos y a la deriva en este enorme universo y sin ninguna explicació­n. Así pues, verdad nos resulta cruda e incómoda. Pero no culpemos a la gente por preferir mentiras. Todos las decimos; por eso nos las dicen y también por eso las escribimos y las leemos. Y cómo no hacerlo, cuando el engaño y el autoengaño han tenido un papel esencial en la evolución y la estructura misma de nuestras mentes, moldeada desde el comienzo de los tiempos.

Pero no sólo la religión está llena de mentiras. La historia, la ciencia y cualquier ámbito de la vida está llena de mitos, engaños y mentiras. El problema es que si está demostrado que todos mentimos, ¿cómo podríamos confiar en esas personas que creemos deberían ser los ejemplos de honestidad, líderes religiosos, sociales o políticos?

Como el político que corrieron por inepto, pero sale a decir que renuncio. En esos casos yo me quedo con la frase del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativame­nte vano”.

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MARCOS DURÁN FLORES
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LUFERNI

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