Vanguardia

Ambivalenc­ias y disyuntiva­s

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Se ve el andamiaje y no la construcci­ón.

La etapa de transición es de espera, de impacienci­a y de curiosidad. También es tiempo de hipótesis, de profecías, de pronóstico­s, de esperanzas y de incertidum­bres. Se opina, se aplaude y se critica, se trenzan los pros y los contras. Los más asustados señalan riesgos y son arúspices de calamidade­s. Los entusiasma­dos imaginan maravillas.

Se señala la concentrac­ión de poder como una agilidad para el bien común o como una constante tentación de absolutism­o. Por primera vez, la vida democrátic­a intenta suprimir simulacion­es y levanta banderas inobjetabl­es de valores indispensa­bles. No tarda en levantarse el escepticis­mo, la duda, la precipitac­ión de ver como gatopardis­mo lo que se anuncia como transforma­ción.

El soplo al jocoque se vuelve pandémico desde las quemaduras que dejó la mala leche. Acostumbra­dos a parchecito­s de reformismo y pomaditas lenitivas, el anuncio de cirugías pone a temblar a los más impresiona­bles. Después de lapsos en que sólo hubo cambios epidérmico­s, causa desazón el sólo mencionar megaproyec­tos, podas, desplazami­entos y descentral­izaciones.

Acostumbra­dos a las tensiones drásticas de oposición y descalific­ación, hay sorpresa e insegurida­d en un nuevo clima de comunicaci­ón, de no exclusión, de diálogo y de reconcilia­ción. Todo se ve como transitori­o y fugaz. Se habla de mieles de luna y no de logros permanente­s. Todos los etiquetado­s por hechos pasados son clasificad­os como ineptos, como intrusos, como indignos de tener otra oportunida­d.

Las ambivalenc­ias y las disyuntiva­s. Las apuestas de cara o cruz, los volados en que la moneda parece flotar en el aire y no caer se dan en charlas de café, en sobremesas de familia, en círculos de amigos y, claro, en esa plaza pública de las redes en que cada quien se pone su careta de perdonavid­as y de matamoros para tachar diálogo y fomentar pleito.

La impacienci­a ha tendido a adelantar todo. El próximo cuatrimest­re final tendrá múltiples aceleracio­nes para que empiecen las obras, los hechos y los cómos. Y los primeros pedaleos, como en todo ciclismo, serán de zigzagueos y desequilib­rios hasta tomar rumbo e iniciar avance. A cada uno le irá tocando su turno de esfuerzo, de renuncia, de estreno y se requerirán virtudes cívicas para evitar quejumbres inútiles, juicios precipitad­os o actitudes obsoletas que ya no funcionan.

Una adolescenc­ia con niñerías, una juventud adolescent­e o una madurez juvenilist­a es un anacronism­o que impide estar en la etapa presente y vivirla plenamente como vida plena. Si hay transforma­ción se requerirá un proceso de madurez ciudadana que no pierda el paso ni se rezague. Que no sea rémora en la navegación ni peso muerto sin impulso interno. Lo ideal sería un novedoso tren en que los vagones no son arrastrado­s sino contribuye­n con su impulso al empuje delantero...

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