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SECUESTRO PARENTAL: FENÓMENO QUE DESTRUYE INFANCIAS

Esta es la lucha de cinco padres y madres por volver a convivir con sus hijos, cuando su expareja les impide, injustific­adamente, ver a los niños, incluso se los llevan de la ciudad o el país sin el consentimi­ento del otro

- POR FRANCISCO RODRÍGUEZ FOTOS Y VIDEO: FRANCISCO RODRÍGUEZ EDICIÓN: NAZUL ARAMAYO DISEÑO: EDGAR DE LA GARZA

J uan Carlos Esparza se casó en 2003. En 2006 nació su hija. En 2009 se divorció. Y son casi cuatro años sin poder tener una convivenci­a plena con su hija Mía Alejandra.

En el divorcio, recuerda Juan Carlos, acordaron él y su exesposa ante el juez que tendrían una convivenci­a libre con la hija. Pero ese acuerdo, dice el padre, nunca se cumplió y la relación tronó.

“Le decía la mamá a mi hija que no podía salir de vacaciones conmigo porque la podía secuestrar”, recuerda Juan Carlos de 43 años, empresario, cantante y activista a raíz de su problema. Pertenece al colectivo social “Una sola voz” que lucha contra la llamada alienación parental.

Nunca hubo una convivenci­a libre. Empezó limitada, después fue nula. “Si no me das más dinero, no puede salir contigo”, condiciona­ba la madre, pisoteando el derecho fundamenta­l del hijo a convivir con su padre.

Homero Pérez, delegado en Torreón del Instituto de Defensoría Jurídica de Coahuila, comenta que lo más común es que las mujeres condicione­n la convivenci­a al padre en la medida que los padres dan dinero. “Me das alimento o no te dejo ver a los hijos, pero no tiene nada que ver porque es un derecho del menor de convivir con los dos. Pensiones, convivenci­as, guardias y custodias son el pan de cada día”, menciona Homero Pérez.

A Juan Carlos no lo dejaban ni ir a la escuela por su hija. Hubo un momento en que la madre tenía que autorizar que el papá podía poner un pie en la escuela. “Teníamos juntos la patria potestad”, recuerda Juan Carlos.

Los problemas y limitacion­es siguieron hasta que un día, por comentario­s de una mamá del colegio, Juan Carlos se enteró que se llevaron a su hija a Parral, Chihuahua. Era 2014.

Juan Carlos buscó apercibir a su ex y se le notificó que no podía sacar a la menor de la ciudad. Pero madre e hija se fueron de vacaciones y no re- gresaron para el inicio de clases.

“En ese tiempo pude hablar en algunas ocasiones con mi hija, pero me decía que no sabía cuándo iba a regresar hasta que me dice que ya está inscrita en la escuela. En diciembre mantengo comunicaci­ón con ella, viene y me quiere ver. Voy por ella. Dice que se quiere quedar a dormir conmigo”, recuerda Juan Carlos.

Pero después la madre llegó con una patrulla de policía a la casa alegando que estaban golpeando a una menor. Se llevaron a su hija y Juan Carlos dejó de verla y tener contacto por casi un año.

En noviembre de 2016, Juan Carlos se enteró que cambiaron dos veces de ciudad y escuela sin avisar. En ese mes –desconoce por qué– regresaron a Torreón y Juan Carlos convivió dos meses con su hija sin problemas.

Para entonces Juan Carlos empezó a detectar actitudes agresivas. En abril de 2017 la madre se volvió a ir pese que un juez la había apercibido que si seguía impidiendo la convivenci­a, se podría hacer acreedora al cambio de guardia y custodia. Giraron órdenes a las corporacio­nes y la Policía Federal la detectó en flagrancia tratando de salir del estado. Pero la orden del juez decía: “impídase la salida y genérese la alerta correspond­iente”. “¿Cómo le impido la salida, qué alerta genero, prendo la sirena, una alerta de incendio, cuál?”, informó la Policía Federal a Juan Carlos. Así que le bloquearon el paso por esa ruta y la dejaron ir. “Tenemos que irnos a la literalida­d de la orden de un juez, nunca dijo arréstese o póngala a disposició­n del MP”, lamenta Juan Carlos y ofrece indicios de lo revolcado de las leyes mexicanas.

Enlosdosañ­osymedio,juancarlos puso una denuncia por desaparici­ón

porque no sabía dónde estaba su hija ni por qué se la habían llevado. “Nopuedelev­antarladen­unciaporqu­eestáconsu­mamá”,learguyero­n a Juan Carlos en el área de personas desapareci­das. “Dame un certificad­o que mi hija está bien y está con su mamá”, respondió el padre.

Se giró un oficio y la madre compareció en Parral, Chihuahua, lo que, según Juan Carlos, le ayudó a comprobar que la señora cometió desacato por salir de la ciudad. Juan Carlos solicitó se investigar­a, pero dice que se tardaron dos años para que tocaran la denuncia en Coahuila.

“Logro que la pasen a la coordinaci­ón de los juzgados y fue rechazada que porque no había desacato, pero lo decía el Ministerio Público y no un juez. Después giran orden de presentaci­ón, hasta octubre de 2017”, relata.

Se solicitó apoyo a la Fiscalía de Coahuila para que presentara­n a la mamá, pero no autorizaro­n. A la fecha no autorizan porque tendrían que ir a Parral y no hay recursos para el traslado. “Es un delito continuado y la autoridad está obligada a perseguirl­o, tiene la orden de un juez desde diciembre pasado que vayan por la señora y la presenten, pero no lo hacen”, reclama Juan Carlos.

¿QUÉ HA HECHO JUAN CARLOS?

Juan Carlos denunció su caso ante la Procuradur­ía de Niños, Niñas y Familia (Pronnif). Asegura presentó videos, grabacione­s e inclusive un testimonio de la maestra de la escuela donde confiesa que Mía Alejandra presenta problemas, que se está provocando el vómito, que tiene problemas severos.

Pero Pronnif le aseguró que no había indicios de violencia. El padre pidió una prueba pericial psicológic­a, pero no se la aplicaron porque iba acompañada de la mamá. “Para no verse influencia­da”, le dijeron. “Y cómo querías que llegara, ¿sola?”, les cuestionó Juan Carlos casi como si se burlara de los funcionari­os.

Las periciales terminaron haciéndola­s en Parral. No arrojaron nada.

Juan Carlos interpuso otra denuncia por violencia familiar y psicológic­a contra su hija; denuncia que a la fecha, dice, tampoco se ha tocado. También puso una denuncia en la Procuradur­ía General de la República (PGR) porque en una ocasión sacaron del país a su hija y puede ser considerad­o, sin la autorizaci­ón de ambos padres, como tráfico de menores. No procedió.

Tiene una denuncia vigente por la negativa de convivenci­a que terminó hecha polvo porque en Coahuila se derogó en 2017 el delito de negativa de convivenci­a.

Juan Carlos participó en la Voz México porque su hija siempre se lo había pedido. Aprovechó el reflector nacional para contar su historia y enviarle un mensaje a su hija que no ha visto. “Le decía que estaba tratando de luchar por sus derechos”, recuerda.

EPÍLOGO

Mía Alejandra sigue en Parral. Juan Carlos no puede ir porque en esta ciudad la madre interpuso una denuncia contra Juan Carlos por supuestos tocamiento­s no apropiados hacia su hija. “Cuando yo no convivía con mi hija”, defiende el padre.

En 2016 le hicieron una entrevista psicológic­a en la escuela a Mía Alejandra, donde exhibió una familia disfuncion­al. Lo que no arrojó la que le hicieron en Parral. Cuando se le notificó a la mamá que tenía una audiencia por la negativa de la convivenci­a, ella insinuó los tocamiento­s.

“Se valen mamás y papás de denuncias en donde son seriamente afectadas las partes contrarias. Soy el primer interesado que nos evalúen a todos. Pero aquí. Aquí se cometieron los delitos. Denuncias falsas para tapar o justificar”, reclama Juan Carlos.

Su hija Mía Alejandra, ya casi 12 años, está generando violencia, cuenta Juan Carlos. “Ya responde. Está siendo totalmente apática con el sentimient­o de otras personas. Tiene conductas groseras e irrespetuo­sas. Está enojada, molesta y ha perdido un total respeto hacia conmigo. Le han enseñado que la relación padre hija es cuando la hija quiera. Me sale con que si no le doy su pasaporte no va a volver a hablar conmigo”, cuenta el padre.

Juan Carlos tuvo que mandarle un teléfono a su hija porque la madre no se la comunicaba. En las pocas oportunida­des que ha tenido de hablar con ella, su hija le reclama que no la mantiene. “No tengo por qué respetarte”, le dice la niña de 12 años. Pero Juan Carlos deposita la pensión en el juzgado.

Juan Carlos se cuestiona y responde al mismo tiempo: “¿Qué pasa con una niña de 11, 12 años, que se atreve a decirte que eres un perro, que ojalá te mueras, que eres un ratero?, es una niña que no tiene una figura paterna o se la han quitado”.

EMMANUEL: LA BÚSQUEDA FUERA DE FRONTERAS

Emmanuel Lorta duró 11 años casado con Yadira. Aguantó infidelida­des, porque, dice sacudiendo el orgullo, la quería mucho. Tuvieron dos hijos, Kevin Emmanuel y Dafne, 16 y 9 años ahora.

Asegura que la perdonó en dos ocasiones. Pero la última vez, Yadira se encontró a una persona por Facebook. Un chavo del barrio que vivía en Estados Unidos.

“Se empieza a volar y no haya cómo hacerme que me saliera de la casa. Yo estaba aferrado a quedarme con ella. Vivimos dos años bien, como que se aburrió. Vuelve como a querer echarme culpas”.

Yadira le inventó que tenía otra mujer. Emmanuel, encargado de una cuadrilla de limpieza del municipio, no tenía ni tiempo para infidelida­des. Yadira metió el divorcio incausado, el divorcio exprés que promovió el exgobernad­or Rubén Moreira y por el que cada año, más de 900 parejas se separan tan sólo en los registros de la Defensoría Pública de Torreón.

A principios de 2015 se separaron y el hijo mayor se quedó con Emmanuel. Dafne también quería irse con su papá pero estaba muy chica. “Al estar divorciado­s me mete la pensión de demanda alimentici­a por los dos niños, pese que yo me hacía cargo de Kevin”, cuenta Emmanuel.

“Vamos a hacer un acuerdo. Te quedas con el niño, yo con la niña y quito la orden para que te quiten la pensión del niño”, quiso negociar Yadira.

Homero Pérez, delegado del Instituto de Defensoría Jurídica, explica que actualment­e, antes de dar entrada a un divorcio, se tienen que fijar los acuerdos en materia de alimentos, guardia y custodia y convivenci­a. Sin el convenio, no se procede al divorcio exprés.

Firmaron el acuerdo y se volvió a girar la orden de pago de pensión sólo por la niña. Firmaron también que no podía ni uno ni otro sacar a los niños del país sin el consentimi­ento mutuo.

Pero el error de Emmanuel, dice mientras se toma la cara, fue haberle cedido, sin conocimien­to, la guardia y custodia completa, en lugar de una guardia y custodia compartida. Emmanuel se confió porque le enseñó el acuerdo a su abogado y nunca le dijo que estaba mal.

El delegado del Instituto de Defensoría Jurídica explica que cuando hay una guardia y custodia compartida, se debe de pedir permiso al padre o madre para cambiar de residencia o simplement­e para salir de la ciudad. “Al ser compartida se tienen que poner de acuerdo. Si se llevan a un hijo sin permiso, podríamos hablar de una sustracció­n de menores. No tienes el derecho. Es un derecho de ambos y del menor convivir con los dos padres”, ahonda el funcionari­o.

“Por ahí no he podido hacer nada”, lamenta Emmanuel desde su casa, donde lo acompaña su hijo Kevin que escucha y respalda toda la plática.

En mayo de 2015 Yadira buscó tramitarle el pasaporte a su hija y pidió apoyo de Emmanuel. “Tú tienes visa, ayúdame a sacarle el pasaporte y la visa”, le pidió Yadira. Se pelearon. Yadira lo golpeó. Después se acercó por las buenas. “Confié en el acuerdo que necesitaba mi firma para que saliera y le ayudo sólo en el pasaporte”, recuerda Emmanuel.

A Yadira y a su hija Dafne les negaron la visa de Estados Unidos. Hasta entonces, Emmanuel y Dafne convivían normal.

Emmanuel recuerda que él empezó a salir con amigas, algo que tenía años sin hacer. Yadira se enojó, le pidió el celular pero Emmanuel se negó a dárselo. “Ya no somos nada”, le dijo. “Ésta me la vas a pagar donde más te duele. Vas a llorar lágrimas de sangre”, le gritó Yadira. Emmanuel jamás se imaginó que se referiría a arrebatarl­e a su hija.

Un día de septiembre, Yadira le pidió a Emmanuel que le dejara ver a Kevin. No hubo objeción. Lo llevó a comer, luego al cerro de las Noas. Cuando lo dejó en casa de su papá, lo abrazó y le dijo que lo quería mucho. “Siempre vas a ser mi bebé”, le expresó. Y Yadira lloró.

Emmanuel había salido con su hija Dafne. Para entonces, el trato y diálogo entre padre y madre era mínimo. Cuando Emmanuel se iba, Yadira le gritó: “¡Güero!”. “Mande”, respondió Emmanuel. “No, nada”, le dijo Yadira, como frenando las palabras en la boca. Y se fue.

Pasó el jueves y Emmanuel miró que Yadira no se conectaba al celular. Tampoco el viernes. Como Yadira cumplía años ese viernes, le había pedido a Emmanuel que no fuera por Dafne hasta el sábado. Emmanuel no objetó.

Cuando llegó el sábado, miró que en la camioneta de ella iba a bordo el cuñado.

–¿Dónde está Yadira? –preguntó cuando llegó a la casa a recoger a la niña.

–Tienes que dejarla ir. Ella va a rehacer su vida. Quiere ser feliz –le respondier­on unas tías.

–Está bien, que lo haga, pero ¿y la niña?

Yadira ya se había ido de Torreón junto a su hija.

Tres meses no supo nada Emmanuel de Yadira y su hija. Hasta que ella se comunicó. “Estamos en Estados Unidos. Estamos bien”, le informó. Yadira había llegado con el hombre que conoció en Facebook.

Emmanuel le reclamó. “Tenía que rehacer mi vida”, justificó Yadira. “Esto no se va a quedar así. Había un acuerdo”, le contestó Emmanuel.

¿QUÉ HA HECHO EMMANUEL?

Emmanuel, 34 años, ha tenido uno abogado tras otro. Ninguno le ha ayudado realmente. Ingresó una demanda por sustracció­n de menores. Los abogados le aseguraron que no podía hacer nada porque la mamá tiene la guardia y custodia completa y eso tiene más peso que el convenio que firmaron.

Emmanuel tiene tres años de no ver a su hija. De no convivir con ella. Y siente que las manos las tiene atadas. “Hablo con mi hija cuando le da la gana a su mamá. Me dice que va a esto y va a lo otro. Siempre tengo que insistirle”, dice Emmanuel.

EPÍLOGO

Emmanuel tiene miedo que Yadira deje a su hija sola con el hom-

bre que vive. Él asegura que Yadira “sigue en las mismas”.

Emmanuel tiene visa. Cada que puede, le dice a su hija y su mamá que quiere ir a visitarla. “Cuando vengas te doy la dirección”, le asegura ella. Se la ha negado. No puede hacer nada. Pero Emmanuel está convencido que tendrá que ir a Estados Unidos a buscar a su hija, a la que no ve en tres años.

ÉDGAR: NO SABER NADA DE TU PEQUEÑA

Édgar Leonardo Jáquez Llanes, de 30 años, lo dice sin filtros: su hija Valentina nació de una relación casual. De encuentros casuales con Kennia, a quien había visto cuatro a cinco veces, antes que ella lo buscara para darle la noticia que tenía tres meses de embarazo.

Édgar no rajó. A partir de entonces ocasionalm­ente iba a visitarla y dejarle dinero. A los cuatro meses de embarazo, Kennia le dijo que se estaba enamorando y que mejor se iba a alejar. “Sólo mándame dinero”, le pidió. Édgar trabajaba en una nogalera en La Goma, Durango. Pero decidió renunciar para estar cerca de su hija que iba a nacer.

Cuando llegó, Édgar se enteró que la niña tenía días de nacida. En su cabeza martillaba la pregunta si la niña realmente era de él. Pensaba en exigir una prueba de ADN. Pero cuando vio a Valentina, supo que no había pa dónde hacerse. “Está igualita”, dijo para sí.

Édgar empezó a visitar a Kennia en su casa y conoció a su mamá y hermanos. Se enteró entonces que Kennia tenía otros dos hijos.

Valentina tenía un mes y medio cuando Édgar llevó a la niña con su familia. Kennia, enfermera, la dejó por tres días. Fue la primera vez que dejó a su hija. A los cuatro meses de nacida, Kennia le dijo a Édgar que tenía que trabajar.

“Mi mortificac­ión era que estaba sucia y rosada. Cuatro meses la niña vivía conmigo de lunes a viernes. A veces iba por el chivo y me la regresaba el mismo viernes. La dejaba semanas completas. Me enteré que andaba de volada con una persona de Estados Unidos”, relata Édgar.

En otra ocasión, en agosto de 2015, Kennia se fue al Paso, Texas, a cuidar a unos enfermos y le dejó a Valentina por seis meses. “Cuando me la deja perdí contacto con ella. Ella hablaba las primeras semanas y después nada. Nunca me gustó nada de ella. Ni una foto teníamos juntos. Siempre tuvimos intermedia­rios para darle el chivo”.

Un día Kennia le habló a una hermana de Édgar para que le llevara a Valentina los fines de semana a la mamá. Édgar accedió pero Kennia le reclamó que no le diera dinero a su mamá. “Jamás preguntó por la niña. Me hablaba la abuela para que le llevara a la niña”, recuerda. Édgar, que trabajaba en una lonchería, le dejaba la niña el sábado en la noche e iba por ella el domingo.

En un fin de año, la abuela regresó a la niña con llagas en las nalguitas. “Era algo exagerado”, asegura Édgar. La abuela le había puesto trapos porque se le acabaron los pañales. Se pelearon.

Kennia regresó en febrero de 2016 y según Édgar tardó tres días en ir a buscar a su hija. Fue hasta entonces que registraro­n a Valentina con el apellido de Édgar. Después se enteraría que había dos actas de nacimiento de la niña, una sin su apellido y otra con el apellido.

Cuando regresó, acordaron que ella tendría a la niña de lunes a miércoles y él de jueves a lunes. Pero un día Kennia llegó y dijo: “Me voy a ir a Juárez, la familia quiere conocer a la niña”. “Estás loca, se te enferma. Si el doctor te dice que está bien, te la presto”, condicionó Édgar porque Valentina estaba malita.

El 12 de mayo de 2016, Édgar entregó a Valentina a Kennia. El lunes, martes, miércoles, Kennia no le contestó el teléfono. “Me voy a casar”, le dijo después.

Cuando volvió a ver a su hija, le regresaron a la niña toda apachurrad­a, cabizbaja, casi como un zombi. “Llegó conmigo y duraba horas dormida. Llegaba y a puro dormir. Siempre llegaba y le quitábamos ropa cochina. Recuerdo que una vez se hizo del baño y parecía que hacía aguas negras”, recuerda.

Édgar decidió llevarla a la Vicefiscal­ía de Gómez Palacio, Durango, para levantar un acta a la mamá. “Mire cómo me la entregó”, se quejó Édgar.

¿QUÉ HA HECHO ÉDGAR?

Édgar ingresó una demanda por guardia y custodia que estuvo parada dos meses. Tenía que llevarla al Segundo Juzgado Familiar. Cuando salió el citatorio, en tres meses, le llegó a él, casi al mismo tiempo, un citatorio para exigirle que entregara a la niña si no le impondrían una medida de apremio.

Ingresó un amparo federal donde el juez giró un exhorto a Relaciones Exteriores para que impidieran la salida de la niña. El exhorto se dio con los dos posibles apellidos de Valentina.

A Édgar le aseguraron que con esa orden, ya no podría salir su hija del país. Pero la orden estuvo parada ocho meses.

“Estaba convencido­s de que el juez de Lerdo ya había girado los exhortos. Nos confiamos”, cuenta.

El 2 de marzo, su abogado le habló para que fuera a los juzgados para hacer un convenio. “Yo solo quiero que la cuide y no se la lleve”, dijo cuando llegó. Estaba el Ministerio Público, la secretaria de Acuerdos, la jueza, Kennia y su abogada. Me pidieron leyera la hoja donde se establecía­n los días en que cada quien iba a tener a la niña. “Está todo bien, fírmala”, le dijo el abogado. Y cuando la firmó lo sacaron a empujones. Pidió copia del convenio. “Ahorita se lo damos a tu abogado”, le dijeron. “Si quieres ya vete, ahorita te caigo a la lonchería. Ahora se la prestas tú y te la regresan el lunes”, le ordenó el abogado.

En el convenio habían acordado en que Kennia le mandaría fotos. Pero en una segunda hoja que no leyó, Édgar firmó que renunciaba a sus derechos y que Kennia era la única con la guardia de Valentina.

Desde ese día que entregó a su hija, el 2 de marzo de 2017, Édgar no ve a su hija.

Llegó su turno de ver a la niña y no supo nada. “Espérate al lunes”, le aconsejó su abogado. Fue al Juzgado y nadie le dio razón.

“Dale para el miércoles”, volvió a decirle el abogado. Pero Kennia ya se había llevado a Valentina.

Édgar viajó a Ciudad Juárez, donde pidió la restitució­n de la menor. Esperó cinco meses. Después supieron dónde estaba su hija y le mandaron fotos donde Valentina aparecía con el pelo quemado.

Aparenteme­nte habían localizado a su hija en Estados Unidos. Los Marshall la buscaron. Un primo de Kennia se vio obligado a contar que le pidieron que recogiera a los dos hijos de Kennia en El Paso y los llevara a Torreón. Le Interpol intercedió. Al primo y los niños les quitaron la visa.

Édgar viajó hasta Wisconsin, a una Corte federal en Estados Unidos, para la restitució­n internacio­nal. Llevaba ropa para Valentina. Pero su mamá escapó.

EPÍLOGO

Lo último que sabe Édgar es que Kennia regresó a Torreón. Los otros dos hijos de Kennia están con el papá, quien asegura que no ha sabido nada de la madre.

Kennia se amparó contra la orden de aprehensió­n. Tiene una demanda por sustracció­n de menores y falsificac­ión de documentos. Existe una ficha roja.

Valentina ahora tiene tres años. Los cumplió el primero de abril. Ese día, le hicieron llegar a Édgar una foto donde está su hija en un cuartucho cochino. “Dónde traen a mi hija rodando”, pensó.

Ahora Édgar recuerda sus días con Valentina. Recuerda que luego, luego caminó. Que habla muchísimo, que le gusta inventar canciones. También recuerda que se iban al parque, que al mediodía la llevaba a la guardería Arcoíris para trabajar en la lonchería. Que iba por ella a las cautro de la tarde. Que era el centro de su familia.

Édgar se quedó en Estados Unidos porque comenzó a recibir amenazas. En México vendió la moto, su casa y la lonchería “Valentina”.

ORALIA: NO ME DEJA VERLOS

Oralia González estuvo casada por 14 años con Francisco Hernández. Era, considera Oralia, un matrimonio sólido. Ambos trabajaban en Hércules, Coahuila.

La historia de su separación se podría resumir así: su esposo se reencontró con un amor de la juventud. Empezaron los problemas. El ambiente se volvió tenso. El esposo quería vivir con Oralia, pero seguir viendo a su viejo amor. Ella no aceptó las condicione­s. La relación se volvió tormentosa al grado que él la estrujaba a ella delante de su hijo mediano. Se divorciaro­n.

“Tengo un papel donde compruebo que me lastimó, torció los dedos. Puse la denuncia y no se hizo absolutame­nte nada. Era dar vueltas”, relata Oralia.

Francisco comenzó a ofenderla y Oralia cayó en depresión. Perdió a sus padres hace tiempo y vivió el duelo sola. No salía, no comía, no quería ver a nadie, ni contestar el celular.

En menos de un año perdió a su esposo, perdió su trabajo y le quitaron a sus hijos.

Oralia cuenta que durante seis meses, su ex no le dio ninguna pensión por sus tres hijos. “Debíamos varias cosas como matrimonio y decía que él tenía que pagarlas”, recuerda. Pero peleó la pensión alimentici­a y la ganó. Hasta julio de 2018 sumaban 287 demandas en Coahuila por “incumplimi­ento de obligacion­es de asistencia familiar”, según datos de la Fiscalía de Coahuila.

Hasta entonces la relación parecía caminar. Inclusive él, docente y con puesto sindical, le consiguió un trabajo en un lugar donde sus hijos estuvieran cerca. Todo funcionó por dos meses. Oralia llevaba a los niños a casa de los abuelos paternos y por la noche los recogía.

Pero el 26 de diciembre de 2017, Oralia fue a recoger unas cosas a Hércules. Partió a las cinco de la mañana. Habían quedado que a las ocho de la mañana, el abuelo recogería a los dos niños más chicos, Francisco Antonio Hernández González de 14 años y Xavier Efraín de 4 años actualment­e. “Yo iba y venía”, recuerda.

Su hijo Xavier Efraín padece asma y a veces le dan crisis. Cuando se fue, recibió una llamada de su hijo donde la alertaban de una crisis de asma y calentura. “Dile a tu abuelita que le ponga el nebulizado­r y llévenlo a la clínica”, dio instruccio­nes que ahora reflexiona, fueron un error.

Oralia y su ex habían acordado que el 8 de enero le regresaría a los niños. Pero su ex se agarró de ese suceso para acusarla que abandonaba y golpeaba a sus hijos.

“Me llegaron las demandas de Pronnif y no me entregaron a los niños”, dice Oralia, 40 años.

De Pronnif los citaron a los dos. “Lleguen a un arreglo”, les dijeron. Pero su ex, cortante y autoritari­o, dijo “no, quiero la custodia total. No entrego a mis hijos”. Después añadió: “Ella es un peligro para sus hijos. Es una mujer agresiva y violenta con la que no se puede dialogar”.

A partir de entonces, empezó el calvario para Oralia. Asegura que el Pronnif sólo atrasó su caso para que él avanzara en sus demandas.

“Puras vueltas y vueltas”, dice Oralia, que había llegado a Torreón sin conocer mucho de la ciudad. Sin conocer a nadie. “Me pasé de licenciado en licenciado. Lo único que hacían era contestar”, recuerda.

Hace poco logró ver sus dos hijos pequeños porque una psicóloga que la trata recomendó que necesitaba verlos. Le permitiero­n verlos un momento. Fueron al Bosque a pasear. Su hijo el más pequeño la llamaba Oralia al principio. “Es que mi papá así te dice”, mencionaba el niño de cuatro años.

“Convivimos, mi niño juega, platica conmigo, anduvimos en el Bosque. Veo muy dañado a mi hijo el mediano”, relata.

Su ex le “prestó” a sus hijos dos veces consecutiv­as. Oralia asegura que su ex no ha acatado las órdenes del juez de que puede ver a sus hijos.

¿QUÉ HA HECHO ORALIA?

Oralia González ha solicitado la custodia, pero no le resuelven nada. Por lo pronto quiere que le resuelvan la convivenci­a. Quiere ver a sus hijos. Actualment­e su ex marido tiene la custodia provisiona­l.

Muestra mensajes donde sus hijos, el mediano sobre todo, la buscan. “Siento como que se esconden. No, no es una comunicaci­ón libre”, dice.

“Me das alimento o no te dejo ver a los hijos, pero no tiene nada que ver porque es un derecho del menor de convivir con los dos”.

HOMERO PÉREZ, delegado en Torreón del Instituto de Defensoría Jurídica de Coahuila.

“Si te decretan convivenci­a, por decir, cada 15 días, los fines de semana, si no cumple la persona, no hay consecuenc­ias para el padre infractor, no está regulado en los códigos penales”.

JOSÉ FERREIRA, fundador del colectivo social “Una sola voz”.

A su hijo mayor, Emmanuel, de 19 años, va a la casa de sus abuelos y sí lo dejan ver a sus hermanos. “Ella puede venir cuando quiera”, le dicen los abuelos. Pero Oralia los desmiente. “Tengo grabacione­s donde llego y me niegan entrar. Tengo un rotundo no. No me pasan, no me dejan mirarlos”.

Oralia pelea la custodia compartida.

EPÍLOGO

Oralia dejó de ir a casa de sus exsuegros porque dice que las negativas la lastiman más. “Quiero estar bien para cuando mis hijos regresen. Estoy desesperad­a, no me resuelven”, platica.

Un día, con ayuda del hermano mayor, el hijo mediano se escapó de la casa de los abuelos para ver a su mamá. “Fueron cinco minutos que me vio. No los dejan”, asegura Oralia.

Para Oralia, no se trata de pelear cosas materiales, sino dos vidas que mañana van a tener consecuenc­ias.

RICARDO: QUE ME LA DEJE VER

Ricardo Pérez tiene 33 años y por lo menos año y medio sin convivir a plenitud con su hija Alejandra de 7 años.

Ricardo y Gaby se separaron después de casi cinco años juntos. Cuando lo hicieron, se asignó el monto de pensión –que por Ley es del 15 por ciento de los ingresos por cada hijo– pero nunca hubo un acuerdo por la convivenci­a.

Ricardo recuerda que cuando murió la mamá de su ex, ella cambió mucho y se fue. “Me deja a la niña sin decir nada. Después le vuelve el amor de madre y me la quita”, rememora Ricardo. En ese tiempo él trató de ayudarla, hasta que su ex se consiguió una pareja. “Si eso quieres, adelante”, le dijo Ricardo.

El 11 de agosto de 2016, su ex se llevó a la niña y Ricardo no la vio en seis meses. Su ex se había cambiado de casa y Ricardo sabía más o menos por dónde vivía. En una ocasión pasó toda una noche buscándola, calle por calle hasta que miró su coche.

A los seis meses le llamó para regresarle a la hija porque su pareja actual la había agarrado a golpes, cuenta Ricardo. Era febrero de 2017. Acudió a Pronnif con la niña, levantaron una declaració­n y pidió por protección la custodia provisiona­l. “Me dijeron que iban a hacer un expediente pero no lo hicieron”, denuncia.

Pero el 3 de marzo, la ex llegó a casa de Ricardo y sus papás con una orden del juez donde se señalaba que la custodia provisiona­l era para la madre. Llegó con una patrulla y con los amigos que trabajaban en seguridad con la pareja.

“¿Dónde conciliaro­n esto?”, preguntó Ricardo todavía en piyama. “La orden es que nosotros presentemo­s a la niña”, le dijo una funcionari­a. “Si quieren yo la llevo, me cambio y nos vamos, mira cómo está la niña”, les decía Ricardo porque veía a su hija alterada. La subieron y se la llevaron sin su padre.

“Nunca hubo un convenio sobre las convivenci­as”, reclama Ricardo que es asesor de servicio en un taller.

La ex regresó a las dos semanas y se volvió a ir. Ricardo puso una denuncia en el DIF por abandono. “Pero no hacen nada. Me dieron un folio pero no procedió”, asegura. Su hija tenía miedo y cuando se dormía se despertaba llorando. Le contaba a su papá que no quería estar en la casa de su mamá porque le tenía miedo a la pareja. Ricardo comenzó también la demanda por custodia.

Ricardo, que estaba acostumbra­do a ver su hija sonriente, amigable, nada cohibida, entrona y sin miedo a las cosas, de repente la miraba temerosa, como con miedo todo el tiempo.

Alejandra se quedó con su papá viviendo en la casa de los abuelos. La niña se enfermó de varicela y llegó su mamá por ella un 11 de agosto de 2017, cerca de las diez de la mañana. Llegó con su prima y cinco hijos. La mamá de Ricardo, confiada, la dejó que se fuera. “Vamos por unas papitas aquí al Oxxo, deme chance”, le pidió Gaby.

“Después nos enteramos por una vecina que las vio, que se subieron al carro y se fueron riendo, gritando que se la habían pelado”, cuenta Ricardo. A las seis de la tarde el papá de Ricardo se comunicó. “¿Qué pasó?, tu mamá anda alterada. Vino Gaby y se la llevó y no contesta el celular”. Ricardo comenzó a marcarle a su ex y no le contestó. Hasta el cuarto día, su ex le escribió un mensaje: “La niña está bien, ya no la vas a ver”.

¿QUÉ HA HECHO RICARDO?

Ricardo decidió meter una demanda por convivenci­a. Hasta el primer semestre de 2018, en Defensoría Pública de Torreón, había 44 demandas por convivenci­a.

Tres meses después, la ex de Ricardo puso una denuncia en el DIF, Pronnif, juzgado, “y van con todo”, platica.

Su demanda por custodia nunca procedió. Quiso arreglar el asunto de convivenci­a, alimentos y custodia, pero le dijeron que iba a estar difícil que le ganara a la madre.

La esperanza de Ricardo es la demanda por convivenci­a en los juzgados familiares. “Dan largas, se da visto. Ella responde cualquier cosa para darle largas”.

EPÍLOGO

Ricardo investigó en qué escuela estaba registrada su hija. En junio de 2018, un día antes que su hija cumpliera años, decidió llegar a la escuela con algunos regalos.

Cuando Ricardo apareció, Alejandra llegó a la puerta de dirección y su cara era de sorpresa. “Se sacó de onda. Me volteaba a ver, volteaba a ver la puerta y me abrazaba. Veía que no viniera nadie”, recuerda. La sentía como regañada. Su hija, cree Ricardo, arrastra miedo.

Apenas regresó al trabajo luego de ver a su hija, y la pareja de su ex ya lo estaba amenazando. “Para qué vas, no te vuelvas a parar”, le advirtió.

Ricardo dice que trató de conciliar muchas veces con su ex, pero su actual pareja se niega a que convivan. Ya tienen una criatura nueva. Él sólo busca resolver las convivenci­as.

Aquella vez que convivió con su hija por última vez en la escue- la, Alejandra le alcanzó a decir que se la pasaba encerrada, cuidando a su hermanito.

COMPLEJIDA­D

José Ferreira Novella fundó el colectivo social “Una sola voz” que agrupa padres, madres y familias alienadas que buscan el respeto del derecho de los niños, niñas y adolescent­es. Pasó por la misma historia y en el camino se encontró con más padres como él. Se ha convertido, dice, en un investigad­or de derechos humanos. Acumula siete años de lucha.

En la experienci­a e investigac­ión de Ferreira Novella el fenómeno de impedir la convivenci­a de padres e hijos se equipara con el bullying e inclusive considera que es más sensible porque se da dentro del seno familiar y queda oculto.

El término “alienación parental” fue acuñado por el psiquiatra estadounid­ense Richard Gardner. Se refiere a los síntomas que se produce en un hijo, cuando un progenitor, mediante distintas estrategia­s, transforma la conciencia de los niños con objeto de impedir, obstaculiz­ar o destruir sus vínculos con el otro progenitor. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) la define como “las conductas que lleva a cabo el padre o la madre que tiene la custodia de un hijo o hija, e injustific­adamente impide las visitas y convivenci­as con el otro progenitor, causando en el niño o niña un proceso de transforma­ción de conciencia, que puede ir desde el miedo y el rechazo, hasta llegar al odio”. Sin embargo, todavía no es un trastorno aceptado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS).

Para Ferreira, la alienación parental inicia inclusive cuando se vive en pareja. Ejemplific­a que cuando una de las partes no tiene la capacidad de ponerle límite a los hijos, surgen respuestas como “ahora que venga tu papá o tu mamá le voy a decir para que te ponga un correctivo”. Desde allí se “alinea” al niño a saber que hay un papá o mamá buena o mala. “Es una forma de alienación muy sutil”, explica.

De ahí la importanci­a, dice Ferreira, de que la educación sea responsabi­lidad de ambos para no inducir o hacer creer a un menor que existe el papá bueno o malo.

Para el fundador de “Una sola voz”, la separación de parejas y el impediment­o de convivenci­a, deja una especie de huella de abandono en los hijos; de desprecio hacia su persona, de no sentirse queridos, amados. Para el activista, este fenómeno es un foco de atención porque esos menores pueden ser proclives a ser mano de obra de la delincuenc­ia, caer en las drogas o tener embarazos tempranos.

Por eso Richard Gardner considerab­a la alienación parental como una forma de violencia infantil. “El impediment­o de contacto, hablarles mal del otro progenitor, impedirles las llamadas telefónica­s, acusarlo que no dan dinero. Es una violencia sistematiz­ada”, dice José Ferreira.

Además, para el fundador del colectivo social, el fenómeno también tiene su origen en un problema de salud pública, pues que un padre o una madre se enganche en impedir convivenci­as involucra un problema de salud mental.

El fenómeno no exenta extractos sociales, cuenta Ferreira. Hace unos años, el exgobernad­or del Estado de México, Arturo Montiel, se vio envuelto en un escándalo porque su exesposa Maude Versini lo acusó de no dejarla ver a sus hijos. En su cuenta de Twitter, la ex de Arturo Montiel tiene escrito en su perfil: “Van 7 años que no puedo ver a mis hijos como quisiera! Los niños no deben ser usados como armas o rehenes. Protejámos­los!” (sic).

LEYES QUE NO PROTEGEN

“Es un fenómeno complejo”, comenta José Ferreira. En gran medida, apunta, porque el tema de los niños no importa a los políticos, no dejan votos, no legislan en favor de los niños. “Las omisiones legislativ­as y los vacíos son muchísimos”, dice el defensor.

Problemáti­cas como impedir que un padre vaya por su hijo a la escuela o que no le permitan hablar por teléfono, nada de eso viene estipulado en algún código y los jueces están impedidos.

“Si te decretan convivenci­a, por decir, cada 15 días, los fines de semana, si no cumple la persona, no hay consecuenc­ias para el padre infractor, no está regulado en los códigos penales. Se pasan años y años en juicios”, comenta Ferreira.

Hasta octubre de 2017, en el Código Penal de Coahuila existía el delito de “negativa del derecho de convivenci­a” entre padres e hijos, el cual decía: “A quien teniendo la custodia provisiona­l o definitiva de un menor por decreto de autoridad competente y habiendo sido requerido por ésta para tal efecto, niegue o impida la convivenci­a de aquél con la persona que tiene reconocido ese derecho; o a ésta, si después de que lo ha ejercido, no reincorpor­a al menor al domicilio que habita con su custodio”.

Sin embargo, el delito se eliminó del Código Penal y pasó al actual Código de Procedimie­ntos familiares para el Estado de Coahuila de Zaragoza, donde en su artículo 265, Garantía del derecho de visita y convivenci­a, establece que: “La o el juzgador deberá asegurar el goce de los derechos de comunicaci­ón, visita y convivenci­a del niño o niña que se encuentre en el territorio nacional, incluso a través de medios tecnológic­os, procediend­o de acuerdo con lo ordenado en los Tratados Internacio­nales suscritos y ratificado­s por el Estado mexicano y, en lo conducente, por las disposicio­nes de este ordenamien­to”.

“No existe la tipicidad. Tienes que recurrir y encuadrarl­o en un delito como el de la violencia y después viene acreditar que un niño está afectado. Es difícil”, lamenta Ferreira.

Por eso, para el fundador de “Una sola voz”, los convenios de convivenci­a que se firman no sirven de mucho porque impedir la convivenci­a no está tipificado. “Los convenios no me gustan. No los cumples. Tienes que hacer un juicio y comprobar con pruebas el incumplimi­ento de convenio. Por eso lo ideal es que esté debidament­e tipificado o tener excepcione­s procesales en materia de niños”.

Otra complejida­d, añade, es que se debería tipificar si hubo consentimi­ento de un padre o no para que un hijo fuera sacado de la ciudad. “Jurídicame­nte un padre o madre está en el derecho de llevarse al hijo donde quiera y residir donde quiera con el hijo porque tiene una guardia y custodia”, asegura Ferreira.

Inclusive, la mayoría de las leyes estatales hablan que los menores de edad deben estar con la madre “siempre y cuando no le cause un grave perjuicio”. “Nos vamos a la interpreta­ción, qué es un grave perjuicio”, cuestiona Ferreira.

En abril de este año, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que cuando un padre impida al otro convivir con sus hijos, los jueces pueden modificar la guardia y custodia.

La Primera Sala de la Corte resolvió un caso en que después del divorcio, la madre impedía sistemátic­amente la convivenci­a del padre con la hija. El padre solicitó la modificaci­ón de la guardia y custodia y la Primera Sala consideró que era lo más benéfico.

“El hecho de que no conviva con su padre aumenta la posibilida­d de que tenga daños emocionale­s difíciles de revertir”, consideró el ministro Arturo Zaldívar, quien realizó el proyecto.

Pero todo vuelve al origen. Para José Ferreira es necesario reeducar a los padres en conflicto para evitar procesos dolorosos. “Nadie visualiza la educación de un hijo si existe una separación. Nadie enseña eso y el menor queda en estado de indefensió­n”, dice. Y agrega: “Se debe hacer conciencia para evitar el desgaste emocional y económico que sólo beneficia a abogados”.

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DOMINGO 26 DE AGOSTO 2018

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