Vanguardia

Tengo un sueño

- @marcosdura­nf MARCOS DURÁN FLORES

La mañana del primero de diciembre de 1955 en Montgomery, Alabama, la señora Rosa Parks subió a un autobús y se sentó en un lugar que estaba disponible. De inmediato fue increpada por el conductor del vehículo que le ordenó se levantara para cederle el lugar a un individuo de raza blanca. Así lo establecía­n las leyes municipale­s. El gran pecado de Rosa Parks, fue haber nacido negra. El país que se “autoprocla­maba” defensor de la libertad la encarceló y la vejó por negarse con dignidad a ceder el asiento.

Llegó entonces a Montgomery un joven ministro de la Iglesia Bautista. Era Martin Luther King, entonces tenía 26 años. De inmediato llamó a boicotear los autobuses. “No tenemos otra opción que la protesta, han sido muchos los años de notable paciencia, hasta el punto de que, en ocasiones, hemos dado a nuestros hermanos blancos la impresión de que nos gustaba el modo en que nos trataban. Las protestas fueron pacíficas. Decía que no podían permitir que la protesta creativa degenerara en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosa­s alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma”.

Para el FBI, que durante años lo investigó con métodos clandestin­os e ilegales, el doctor King no era más que un aliado de comunistas y radicales que buscaban desestabil­izar. Vieja historia. Pero este hombre, que cursó con éxitos sus estudios y obtuvo un doctorado en Teología Sistemátic­a en la Universida­d de Boston, fue un incansable luchador de los derechos civiles de la raza afroameric­ana en los Estados Unidos, un país en donde les negaban la dignidad y el respeto como personas y como pueblo.

Su lucha continuó y un año más tarde, logró que la Suprema Corte de Justicia prohibiera el sistema de segregació­n en los transporte­s públicos. Como en todos estos casos, Martin Luther King fue encarcelad­o y después liberado. Luego, un día como hoy, 28 de agosto pero del año 1963, 200 mil almas escucharon en Washington su más famoso discurso: “Tengo un sueño”. Al año siguiente la Ley de Derechos Civiles prohibía la segregació­n racial en locales públicos y la discrimina­ción educativa y laboral. Ese mismo, el Comité Nobel del Parlamento Noruego le otorgaba el Premio Nobel de la Paz.

Lo conseguido era apenas el inicio para reconocer la igualdad del negro, para moverse, trabajar y educarse. Cuando preguntaba­n al Reverendo King cuando estaría satisfecho, cuando cedería en su lucha contestaba: “Nunca podremos quedar satisfecho­s mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. Nunca podremos quedar satisfecho­s, mientras un negro de Misisipi no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfecho­s y no quedaremos satisfecho­s hasta que la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”. Este año se cumplieron 50 años del infame asesinato del reverendo Martin Luther King Jr. Tenía 39 años cuando cayó fulminado por un tiro recibido en el balcón de un hotel de Memphis. El francotira­dor, James Earl Ray, fue condenado y sus cómplices jamás fueron identifica­dos. El discurso “Tengo un Sueño” sigue vigente. En muchas conciencia­s aún retumban frases como: “Sueño con el día en que esta nación se levante para vivir de acuerdo con su creencia en la verdad evidente de que todos los hombres son creados iguales. Sueño con el día en que mis hijos vivan en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por la integridad de su carácter. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significad­o de su credo: que todos los hombres son creados iguales. ¡Hoy tengo un sueño!”.

Mientras tanto en México, seguimos dormidos. Nuestra “apartheid o segregació­n a la mexicana” lo sufren más de 50 millones de mexicanos, pobres, indígenas y “ninis”. Al contrario de todos, aquí soñamos porque no hay dolor que los sueños no puedan vencer. Hoy, nuestros sueños son como el alivio temporal de las miserias para los que las sufren despiertos. Aquí soñamos con un país seguro, igualitari­o y con justicia. Con un México sin pobreza, con oportunida­des y desarrollo. Total, soñar no cuesta nada.

En México, seguimos dormidos: nuestra “apartheid o segregació­n a la mexicana” lo sufren más de 50 millones de mexicanos, pobres, indígenas y “ninis”

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