Vanguardia

Caso ‘Gutiérrez’: uno de contaminac­ión política

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Desde el principio de esta historia ha estado clara sólo una cosa: resulta imposible no considerar la existencia de un trasfondo político en el arresto y encarcelam­iento del empresario coahuilens­e Alejandro Gutiérrez Gutiérrez, quien permanece privado de su libertad desde hace nueve meses en una prisión del estado de Chihuahua.

Quienes sólo actúan como espectador­es de los acontecimi­entos, así como quienes consignamo­s los hechos de esta historia a partir de las reglas del periodismo, estamos incapacita­dos para decir si existen o no pruebas de que el saltillens­e haya cometido un delito. Nuestro juicio respecto a los acontecimi­entos sólo puede guiarse por lo que las autoridade­s declaran de manera oficial.

Sabemos, sin embargo, dos cosas:

La primera es que, de acuerdo con nuestra Constituci­ón, toda persona es inocente hasta no demostrars­e lo contrario. Y “demostrar lo contrario” significa sólo una cosa: que un juez dicte una sentencia condenator­ia. Mientras ello no ocurra, la obligación jurídica de las autoridade­s y el deber moral de los ciudadanos es considerar inocente a quien se encuentre sometido a proceso.

La segunda es que las autoridade­s que han intervenid­o en esta trama se han esforzado, más allá de los límites tolerables, en contaminar el proceso, alimentand­o un “juicio paralelo” que, como ocurre con insana frecuencia en nuestro País, pretende obtener una “sentencia condenator­ia” –o una absolutori­a– en el “tribunal de la opinión pública”.

El ejemplo paradigmát­ico de esta conducta es el gobernador de Chihuahua, Javier Corral Jurado. De espalda a los cánones que demandan, en las sociedades democrátic­as, una actuación imparcial del Ministerio Público y, por encima de ello, una abstención absoluta del Ejecutivo en la sustanciac­ión y resolución de los procesos penales, el mandatario estatal se ha empeñado en aparecer como protagonis­ta del caso, incluso como juez.

Algunas autoridade­s federales también han incurrido en este exceso y se han entregado a la “litigación mediática” del asunto. Uno y otros no solamente han faltado a sus deberes más delicados con esta actitud, sino que han contribuid­o al desprestig­io de la procuració­n e impartició­n de justicia en nuestro País.

Conocer la verdad –algo a lo cual la sociedad tiene derecho– parece imposible a estas alturas. Porque incluso si, finalmente, una investigac­ión imparcial y un juicio justo –presupuest­os elementale­s de la democracia– pusieran delante de nosotros los hechos puntuales, resultaría sumamente difícil creerlos debido al grotesco desaseo con el cual han sido manejados.

El desenlace final de esta historia está –como siempre debe estar– en manos de los jueces. Pero no sólo del responsabl­e de dictar la sentencia de primera instancia, sino también de quienes, con arreglo a nuestro sistema judicial, tienen el deber de revisar tal decisión si así les es solicitado.

Por desgracia, con independen­cia del fallo que emitan, cuando la última sentencia del “caso Gutiérrez” sea dictada, la única certeza que todos tendremos será la imposibili­dad de tener claro si eso implicó realmente hacer justicia.

Tal es el saldo lamentable de la escasa vocación de nuestros gobernante­s con el respeto al estado de derecho.

Conocer la verdad parece imposible, incluso si pusieran delante de nosotros los hechos puntuales porque resultaría difícil creerlos debido al grotesco desaseo

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