Vanguardia

Nadie quiere a María Félix

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Regresé hace unos días a ese prodigio llamado Álamos, Sonora. Volvía a ver en el camino el árido paisaje de erizada de ocres peñascos y cactos que se alzan de la tierra como retando al cielo.

Álamos fue lugar minero de gran fama. En los pasados siglos tuvo bonanzas y grandeza. A mí me gustan los pueblos y ciudades nacidos de las minas. Hago la relación de algunos en que he estado y me lleno de recuerdos: Parral, Guanajuato, Zacatecas, Real de Catorce, Pachuca, Concepción del Oro, Real del Monte, Cananea...y Álamos, que es una maravilla en mitad de la nada.

La ciudad es hermosa. Tiene uno de los quioscos más bellos que hay en la República, y un vasto templo de paredes blancas que reflejan como en espejismo los soles del desierto. Su edificio municipal es recio como una fortaleza hecha de piedra, pero hay en el poblado calles recoletas y casas llenas de gracia como muchachas núbiles. También hay una desgracia que quizá sea gracia: Álamos casi no pertenece ya a los mexicanos. Algún norteameri­cano descubrió ese rincón hermoso, y llamó a otros de su país, y éstos trajeron más, y ahora lo mejor y más bello del lugar es propiedad de ellos. Ésa es la desgracia. La gracia es que los recién llegados restauraro­n la perdida belleza del poblado; lo han llenado de bienes de cultura y lo cuidan como lo que es: una pequeña joya.

En Álamos nació María Félix. Para sus paisanos, sin embargo, como si no hubiera nacido. Los adultos mayores no la quieren; hablan de ella con desdén. Le reprochan que jamás regresó a su solar nativo; le echan en cara la indiferenc­ia con que trató a los suyos -incluso a los más cercanos- después de que triunfó. La Doña es una doña nadie en Álamos.

En cambio, los lugareños sienten veneración por otro paisano suyo: el doctor Alfonso Ortiz Tirado. Me habría gustado mucho conocer a ese señor. Debe haber sido un amable personaje. Era hombre apuesto y bien plantado; médico sabio y generoso. Pero a más de eso fue un gran cantante, dueño de una de las voces de tenor más bellas que se han oído en México. Hizo mucho bien. Fundó y sostuvo durante muchos un hospital de niños. En ese empleaba el dinero que ganaba cantando.

Tuve el honor de ser durante muchos años socio de número de La Hora Bohemia, benemérita asociación que en Monterrey se dedicó a la preservaci­ón y difusión de la música romántica mexicana. Cada mes nos reuníamos en el domicilio de la asociación, sito en la vieja calle de Isaac Garza. De vez en cuando alguno de los socios invitaba a los cofrades a celebrar en su casa la reunión mensual. En cierta ocasión tuve la ocurrencia de convocarlo­s a mi casa -que es la tuya- en Saltillo. Esa vez la sesión empezó a las 8 de la noche del sábado y terminó a las 12 del mediodía del domingo; bendito sea el Señor.

Pues bien: el himno de La Hora Bohemia era la canción “Clavel del aire”. Al empezar las sesiones escuchábam­os esa canción puestos de pie, con la mano derecha sobre el corazón, como se escucha un himno. Así lo prescribía­n los estatutos de la asociación, que ordenaban también que la canción había que escucharla forzosamen­te en la voz del doctor Ortiz Tirado. Al final de la reunión volvían otra vez a sonar las notas de “Clavel del aire”, pero ahora en la voz de los asistentes, que inspirados no sé si por la nostalgia o por las copiosas copas, cantábamos con emoción las sentidísim­as estrofas. Eso era algo muy de verse, si bien no muy de oírse.

Por todo lo dicho ahora que otra vez fui a Álamos no evoqué a María Félix, por más bella que haya sido. Pensé en aquel hombre de generoso corazón que fue el doctor Ortiz Tirado. El tiempo borra las bellezas del cuerpo. Las del alma no.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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