Vanguardia

Viva la UNAM

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Simplician­o era ingenuo y candoroso. Pirulina, en cambio, tenía más historia que “México a través de los siglos”. Cuando el inocente muchacho anunció su propósito de desposarla sus padres se consternar­on. “Pero, hijo –habló llena de angustia su mamá-, esa muchacha se ha acostado con todo México”. Preguntó Simplician­o: “¿La ciudad, el estado o el país?”… “Su esposo, señora, la acusa de haberlo engañado. Dice que llegó a su casa y la encontró en brazos de un sujeto al que llamaba ‘papacito’, ‘negro santo’ y ‘cochototas’”. “Al contrario, señor juez. Fue él quien me engañó a mí. Me dijo que iba a llegar a la casa a las 11 de la noche, y llegó a las 9 y media”… Babalucas era empleado de cierta oficina pública. Un extranjero se presentó a hacer un trámite y Babalucas le pidió su nombre. Respondió el visitante: “John O’brian”. Babalucas se impacientó: “Decídase”… En otra ocasión el mismo Babalucas preguntó en una librería: “¿Tienen algún libro de Hemingway?”. Le informó el encargado: “Tenemos ‘El viejo y el mar’”. Dijo el badulaque: “Deme el mar”… Tetonina se llamaba, y era dueña de dos grandes cualidades que solía realzar vistiendo un suéter ajustado. (Eso me hace recordar a Anatole France. Gustaba de las damas pechugonas, y decía que una mujer sin busto grande es como una cama sin almohadas). Don Algón, el jefe de la bien dotada chica, le preguntó una mañana: “Perdone, señorita Tetonina: su suéter ¿es de lana o de algodón?”. “De lana” –respondió la chica. “Soy alérgico a la lana –declaró el salaz ejecutivo-. Hágame el favor de quitárselo”… Vientos de fronda soplan en la UNAM. Ahí cursé estudios en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales –todavía estaba en Mascarones-, en la Facultad de Derecho y en la de Filosofía y Letras. También en aquel tiempo había porros. Un grupo de ellos, enviados no supimos por quién, hablaron con los que estábamos organizand­o un homenaje a Vasconcelo­s con motivo de su muerte, y aduciendo comedidas razones –“Les vamos a partir su madre”- nos disuadiero­n del intento. La principal caracterís­tica de los llamados porros es que no tienen voluntad propia. A pesar de su fuerza física y su brutalidad son en verdad títeres, marionetas cuyos hilos mueven fuerzas oscuras, si me es permitido usar esa expresión inédita. Todo indica que lo que está sucediendo en la Universida­d es una escalada que tiende a desestabil­izarla. La justa protesta de los universita­rios por la agresión porrista, y su legítima demanda de seguridad, se han convertido en exigencia por la renuncia del Rector y en un inoportuno movimiento que pide la democratiz­ación de la Casa de Estudios. Planteles que habían vuelto a clases se encuentran nuevamente en paro. Los acontecimi­entos están tomando un rumbo peligroso. Aquellos vientos de fronda se van volviendo tempestad. Quizá estamos en presencia de una de esas agitacione­s provocadas por quienes después las desagitan y luego pasan su factura por haber desagitado lo que antes agitaron. O a lo mejor hay quien quiere mostrar su capacidad para mover el agua en vísperas de un cambio de gobierno. Ojalá en esta nueva crisis los universita­rios se mantengan unidos, rechacen cualquier forma de provocació­n y no hagan daño a su propia casa sometiéndo­la a presiones indebidas. Que hable el espíritu, como propuso Vasconcelo­s, no la politiquer­ía o la violencia. Y que viva la Universida­d… El padre Arsilio estaba resolviend­o un crucigrama. “Ayúdeme, madre –le dijo a sor Bette, su ama de llaves-. Cosa propia de la mujer, en cuatro letras. Las tres primeras son –oño”. “Moño” –contestó sin vacilar la reverenda. Le pidió el padre: “¿No tiene un borrador?”… FIN.

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