Vanguardia

Santos y santas

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

Algunos creen que invento las historias de santos que suelo relatar. Piensan mis lectores -los cuatro que tengo- que San Virila, por ejemplo, es un producto de mi imaginació­n. No hay tal: San Virila realmente existió. Hay una iglesia consagrada a él en tierras españolas, de Navarra. Su párroco es un sabio y santo sacerdote que se llama don Elías Pitillas. La señora Lupita, esposa de don Amado Barrera -hijo de aquel inolvidabl­e Barrerita que vendía billetes de la lotería-, le envió al padre Pitillas algunos de mis artículos sobre San Virila, y el señor cura me escribió una hermosa carta de agradecimi­ento por dar a conocer “en América” la vida de ese santo.

Hoy quiero evocar a otro. Se llama San Gerásimo. Su historia parece un cuento escrito por Anatole France, aquel autor a quien le gustaban las damas pechugonas. Nació San Gerásimo en Turquía allá por el año 400 de nuestra era, y murió en 475, de muerte natural. Eso es algo sobrenatur­al, porque todos los santos y santas de ese tiempo morían de muertes desastrada­s: los descuartiz­aban; los asaban a fuego lento; los arrojaban en un perol de aceite hirviendo; les cortaban los senos (a ellas, claro); los echaban en un pozo lleno de sierpes venenosas. No así Gerásimo: murió de su muerte, como decían los antiguos cuando alguien se moría de viejo.

Tiene una linda leyenda San Gerásimo. Vivía a orillas del Jordán, cerca de Jericó. Cierto día oyó rugidos lastimeros: salió al campo y encontró a un león que tenía una enorme espina clavada en una pata. Lo curó, y después de la curación el león lo siguió como un manso perro hasta el monasterio. El santo lo bautizó con el nombre del río: lo llamó Jordán. Le encargó una tarea: vigilar a la mula de la comunidad, animal rebelde y levantisco -así son los de su ralea- que insistía en escapar del convento para irse libre al monte.

Una noche la mula desapareci­ó. San Gerásimo le dijo al león:

-Puesto que no cuidaste lo que debías cuidar, en adelante tú cargarás la leña, el agua, todo lo que la mula cargaba. Y tendrás que cargarnos también a nosotros.

La gente se sorprendía al ver a los humildes cenobitas a lomos del gran león, que los llevaba sobre sí como una humilde acémila.

Pasó el tiempo, y una tarde pasó una caravana cerca del monasterio. Jordán, que en ese momento iba cargando dos grandes cubos de agua, olfateó de repente el aire y luego salió a todo correr en dirección a donde la caravana estaba descansand­o. Se metió entre ella, causando terror en hombres y animales, y sacó a una mula estirándol­a de una oreja con el hocico. Era la mula desapareci­da. Ya no volvió el león a trabajar: se la pasaba contemplan­do arrobado a San Gerásimo cuando hacía oración.

Un día murió el santo. Jordán se echó sobre su tumba y ya quiso moverse de ahí. Murió poco después, de hambre y de tristeza. En la vieja iconografí­a medieval aparece San Gerásimo con un león y una mula. Yo tengo la copia de un grabado en boj que así lo representa. Me recuerda que todos tenemos algo de león y algo de mula.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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