Vanguardia

‘Caso Allende’: el primer paso es conocer la verdad

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Cuando en una sociedad que pretende ser democrátic­a ocurren hechos como los padecidos en México en los últimos años, a partir de la espiral de violencia generada por el crimen organizado, las heridas que dicho fenómeno genera demandan procesos especiales para cicatrizar y sanar.

En este sentido, el primer paso indispensa­ble es conocer la verdad. Porque la verdad, es decir, la claridad respecto de los hechos materiales ocurridos así como la forma en la cual ocurrieron y quiénes intervinie­ron en ellos, es el prerrequis­ito para hacer justicia.

En este punto es necesario tener claro que, en historias como estas, hacer justicia implica, eventualme­nte, la modificaci­ón de las reglas clásicas del juzgamient­o de los casos y el análisis de diversas variables que no se encuentran necesariam­ente en los episodios de violencia que podrían considerar­se “ordinarios”.

En términos de la teoría de los derechos humanos, los casos de los cuales estamos hablando son aquellos que se consideran “difíciles” o “trágicos”, por ello requieren de procesos particular­es que atiendan con una visión integral el fenómeno.

Justamente por ello, el proceso de conocer la verdad no se refiere simplement­e a la realizació­n de una investigac­ión policial de carácter ordinario, sino a un proceso de reconstruc­ción histórica que va más allá de simplement­e interrogar a quienes posean informació­n directa o indirecta relacionad­a con lo ocurrido.

Esta circunstan­cia es la que determina la necesidad de establecer comisiones de la verdad que sean dotadas de atribucion­es especiales, que permitan a sus miembros indagar en la historia con todas las herramient­as necesarias para averiguar, con rigor científico, los hechos.

En este sentido, el posicionam­iento que ha realizado el Gobierno de Coahuila, a través de su secretario de Gobierno, en el sentido de no oponerse al establecim­iento de una Comisión de la Verdad para el caso Allende, constituye un acierto, pero también un reto que es preciso asumir con la mayor responsabi­lidad legal y política.

Ya en el pasado reciente hemos tenido en México una experienci­a, cuando en el sexenio de Vicente Fox se integró una comisión para establecer lo ocurrido durante la época conocida como “guerra sucia”, así como durante los sucesos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

La experienci­a fue, por decir lo menos, desastrosa, pues no solamente no se llegó a una conclusión satisfacto­ria respecto de lo ocurrido, sino que fue imposible enderezar procesos penales en contra de quienes históricam­ente han sido señalados como responsabl­es de los hechos.

La experienci­a de este episodio, así como los ejemplos exitosos que a nivel internacio­nal existen respecto de la integració­n de comisiones de la verdad, tendrían que servir de base sólida para emprender un esfuerzo, a nivel local, que resulte útil al proceso de sanar las heridas dejadas por este oscuro episodio, pero también para hacer justicia.

El hecho de que el Gobierno de Coahuila no se haya opuesto al establecim­iento de una Comisión de la Verdad para el caso Allende, constituye un acierto, pero también un reto que es preciso asumir

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