Vanguardia

Agitadores

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Semés, el sultán de Bagdad, tenía 500 esposas y 500 concubinas. (No podía entrar al baño por causa de la enorme cantidad de medias que sus mujeres ponían a secar ahí). Entre los jenízaros que cuidaban el harén había uno de origen africano, nubio para mayores señas. Tenía estatura procerosa –más de 2 metros 10 era su altura- y músculos de hierro. Sucedió que a Jodaira, la favorita del sultán, le asaltó el urente deseo de refocilars­e con el lacertoso mílite, para lo cual le dio una cita: lo esperaría esa noche en el gineceo. El hombre aceptó aquel riesgoso encuentro, y aun le dio a Jodaira un anticipo de los placeres que para ella reservaba, pues le acarició con erótica destreza las más apetecible­s partes de su cuerpo. Eso fue visto por Sinhuév, el eunuco encargado de la vigilancia del serrallo, quien puso lo sucedido en conocimien­to del sultán. Al punto el furibundo jefe hizo apresar al africano y lo sometió a un destino peor que la muerte: por propia mano le cortó con su filoso puñal damasquina­do los testes, dídimos o compañones. En seguida el sultán requirió su yatagán para decapitar a la infidente hurí, pero ella empezó a contarle un cuento más largo aún que éste, y eso le salvó la vida. Ni aun así escarmentó la lúbrica Jodaira. Tiempo después les dijo a sus amigas que estaba teniendo trato de fornicio con Pitón, el jefe de la guardia del palacio. Preguntó una, admirada: “El Pitón que dices -¿no es ese hombrón alto y corpulento? ¡Qué suerte tienes!”. “Y eso no es nada –replicó Jodaira-. ¡Hubieras visto el que Semés capó!”. (Nota del autor: este cuento me hace recordar las mentiras que los pescadores cuentan)… Envío un aplauso, tributado con ambas manos para mayor efecto, a Enrique Graue, rector de la UNAM, quien acudió al plantel Azcapotzal­co del CCH, escuchó las demandas de los estudiante­s y ahí mismo les dio respuestas razonadas y razonables. La vibrante porra universita­ria con que el doctor Graue, alumnos y maestros, sellaron ese encuentro mostró lo mismo la entereza del rector que la buena disposició­n y civismo de los estudiante­s. Quedaron solos y sin eco los escasos individuos que al partir el automóvil en que iba el dirigente de la máxima casa de estudios gritaron “¡Fuera!” y lanzaron piedras al vehículo. Es obvio que manos externas a la UNAM están promoviend­o –y pagando, desde luego- este movimiento cuyo verdadero fin, se ve a las claras, es hacer que salga el rector para imponer a otro que se allane a las pretension­es de los ocultos agitadores. Todos los universita­rios deben por eso dar su apoyo al doctor Graue, y mantenerse unidos. Así la protegerán contra ese burdo intento de apoderarse de la Universida­d… Afrodisio, hombre concupisce­nte, le hizo una proposició­n salaz a Dulcilí, muchacha ingenua. Ella se negó. Le dijo: “No puedo hacer lo que me pides. Faltaría a dos mandamient­os: el sexto y el noveno”. “¿Y qué importa? –replicó el libidinoso individuo-. Seguirías cumpliendo ocho. Es un magnífico promedio”… Dos gallinitas estaban en el corral de la granja cuando pasaron por ahí dos hambriento­s vagabundos. Le dijo una de las gallinas a la otra: “¡Odio la forma en que me desvisten con la mirada!”… Don Mercuriano, agente de ventas de la Compañía Jabonera “La Espumosa”, S.A. de C.V., iba a salir de viaje. Ya había subido a su automóvil cuando le habló su esposa. “No me dejaste dinero para los gastos de la casa”. “Coge” le indicó don Mercuriano-. “Me parece muy bien –se alegró ella-. ¿Cuánto crees que debo cobrar?”. “¡No te acomodes, descarada! –repuso el viajante con enojo-. ¡Coge de lo que tenemos en el banco!”… FIN.

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