Vanguardia

Eterna Marilyn…

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Lo he escrito antes: hay tristezas y nostalgias extrañas. Son tristezas emperradas que se cargan como un fardo toda la vida. Son tristezas y melancolía­s inexplicab­les. Una de ellas, la volátil tristeza que me embarga siempre, cuando hablo y escribo de una mujer de porcelana: Marilyn Monroe (1926-1962). Ya no una mujer al día de hoy, sino un mito. Ya no de carne, tendones, cabellos rubios y hueso; sino de tinta, papel italiano, lágrimas, celuloide, melodías y sueños. Hartos sueños con ella como única y eterna protagonis­ta en mis noches más altas.

Siempre vamos hablar de Marilyn Monroe. Atados a ella estamos varios seres humanos. Al parecer, millones. Tan es así, que se sigue oteando su vida, sus pertenenci­as, su urdimbre íntima con el fin de encontrar nuevas resonancia­s secretas a sus sílabas y a su encanto. Nunca, nunca nos vamos a hartar de leer sobre mi Marilyn. Nadie se harta de seguir leyendo sobre ella y su mito eterno y joven por siempre. Cuando se cumplieron 50 años de su muerte, en 2012, se editó un libro portentoso: la novela “Blonde”, de la aclamada y premiada periodista y narradora norteameri­cana Joyce Carol Oates (Alfaguara). Ésta hurgó en la tempestuos­a y azarosa vida de la malograda Norma Jeane Mortenson, para ofrecernos un texto voluminoso (más de 900 páginas) que se deja leer en mi caso, con un dejo de tristeza y tragedia. La fábula de Marilyn sigue ganando terreno. Se abona en tierra fértil. Tuvo una sola vida, la cual hoy se desdobla en tantas sombras, como escritores y plumas abordan sus diversas aristas y huellas sobre la tierra.

Joyce Carol Oates toma al mito, vierte la materia prima en un crisol y nos entregó una novela de tal calado y envergadur­a, que se convierte ya, en un referente ineludible para penetrar en la urdimbre que animaba la vida social, pública y cotidiana de una simple muchacha que terminó crucificad­a, convertida en estatua y tragedia a la vez, la cual lo mismo habita el paraíso de hombres en la tierra que pesadillas en las noches más altas. Con Marilyn Monroe no hay medias tintas ni paños tibios. Por siempre nos lleva del cielo al infierno en el mismo boleto. Así lo deja ver la cirujana Carol Oates en una novela de proporcion­es centáureas.

Pero hoy, precisamen­te en este pasado mes de agosto en que se cumplió un aniversari­o más de su muerte (5 de agosto), mi amigo y compañero de armas, don Daniel Alvarado Flores, con amplia trayectori­a en medios de comunicaci­ón y con su título de Economía por la UNAM, me ha hecho llegar un libro de su autoría del cual, debido a mi ignorancia, no lo conocía: “Marilyn Monroe. 1926-1962” Más de 85 páginas dedicadas a un amor total y compartido: Marilyn, la tentación rubia.

Hijos de la revolución de izquierda latinoamer­icana que ven opresiones y desdichas en cada rincón hollywoode­nse, Eduardo Galeano y un poeta y cura degradado y hoy perseguido por el régimen dictatoria­l de Daniel Ortega, Ernesto Cardenal, han condenado a la blonda muchacha de ojos tristes en sendos textos de todos conocidos y con plena vigencia al día de hoy. El primero escribió: “Tenía párpados gordos y papada, nariz de punta redonda y demasiada dentadura: Hollywood le cortó grasa, le suprimió cartílagos, le limó los dientes y convirtió su pelo castaño y bobo en un oleaje de oro fulgurante”. Sin duda, sin duda alguna.

Aunque Dios jamás haga caso (no le hizo caso ni a uno de sus fieles acólitos, el propio sacerdote Ernesto Cardenal, el cual fue condenado a estar de rodillas y no recibir la autorizaci­ón de besar el anillo divino de en su momento, el Papa Juan Pablo II, ¡uf!), el poeta nicaragüen­se le endereza su plegaria, preces muy leídos y recordados por y para Marilyn: “Señor/ recibe a esta muchacha reconocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe,/ aunque ése no era su verdadero nombre”. No sé. Hay tristezas y nostalgias extrañas. Ella misma, abatida por siempre. Su belleza era del tamaño de su tristeza. En el camino perdió su nombre de pila, Norma Jean, y obtuvo uno el cual la llevaría a la eternidad: Marilyn Monroe. Cuando murió, ya nada fue igual. El panteón ganó un puñado de huesos perfectos y la historia ganó a una mujer de leyenda. La herida no sana. Y esta herida no lo padezco yo sólo, no, también hiere en la noche a don Daniel Alvarado, quien ha escrito un libro con descubrimi­entos sonoros, como la presencia del número seis en la vida de la rubia bella.

Vaya, la leyenda se sigue alimentand­o de nuestras letras y no hay final. En uno de los mejores retratos jamás dibujados sobre Marilyn, el narrador y periodista norteameri­cano Truman Capote, tal vez es quien la definió para el resto de la eternidad. “Eres una adorable criatura”, le espetó al oído en el funeral de Constance Collier. Y ya cuando murió Monroe (la mataron, afirma don Alvarado), todos quedamos viudos por siempre y con una maldita tristeza clavada en los ojos y con las manos vacías. El corazón, mi corazón, esa víscera inservible, desde entonces, tiene una estaca clavada y la vigilia es eterna…

El libro de don Daniel Flores, quien estuvo en la rueda de prensa de la Monroe en la Ciudad de México de aquel 22 de febrero de 1962, es de colección. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion > SEP: el laberinto de la evaluación

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