Vanguardia

MARABUNTA EN LA FERIA INTERNACIO­NAL DEL LIBRO DE COAHUILA

Dolor el de la serpiente que no posee párpados. ¿Cómo no tener el veneno de saludo ignorando la fácil solución de incluirnos en la sombra?

- CLAUDIA LUNA FUENTES Roque Dalton

Almas que no descansan; mujeres y hombres hechos de viento, fantasmas que luego de trajines, danzas, multiplica­ciones de carne y sudor, no existen en la construcci­ón de esta civilizaci­ón que los aplasta.

Pero cuerpos más que almas, cuerpos sacados del fango, de la muerte, del olvido; cuerpos con alma y con historia para el poeta Balam Rodrigo. Migrantes, caminantes, habitantes de una frontera excluida en nuestro imaginario, en nuestra cuota de justicia. Qué ciegos acá en el norte, que ausentes.

Con este libro a uno se le alumbran las manos. Con estos poemas uno ve la hermosura quebrada a la que Balam le canta. Él comparte para que conste, para demos dimensión a esta humanidad. Aquí aparecen los trashumant­es y sus caminos; el hambre y también la torta esculpida con migajas que comió ese Dios humano con su ojo tuerto, con ese ojo arrebatado por las balas. A ese hombre, Orlin, al que traigo abrazando y no quiero soltarlo, incluso ahora, desde que lo hiciste poema. Cito: “Así llegó Orlin -cíclope de Dios- / tan cansado que arrastraba la sombra / como si fuese un fardo de piedras. / Llegó rechinando los huesos. // Si mal no recuerdo, traía sudando tristezas / y un par de tenis rotos desde San Pedro Sula. // No tenía el ojo derecho. // Era un bagazo de selva hondureña / había dejado la mitad del sol: / una metralla le vació aquél ojo / y le dejó zurdos el mundo y la luz.”

Balam Rodrigo, te agradezco el mazo de luz y te lo reprocho. Entrar a Marabunta, es entrar a donde el amor también se abre paso a puñetazos, a fuerza de querer vivir, de esquivar balas o recibirlas en el rostro, de abrir con el filo del metal o de huirle.

Cuando comencé mi lectura, sin aviso y de inmediato, mis pies se hundieron en el barro de las orillas, mi cuerpo se embarcó en balsas de llantas y maderos. Un territorio húmedo de agua salada, de agua dulce, de sangre, de café.

Balam dice: “Al llegar al suelo me arranco los ojos y la lengua / para dar cuenta de lo que he visto. / Escupo mi sangre, y mi escupitajo es oración: / El dolor de los sin tierra.”

Y crucé con tu padre y contigo la frontera de agua que es el río Suchiate. Me volví balsero, me fui a las calles a vender cajas, artesanías. Hui del robo y también aguardé apretando fuertement­e un cuchillo. Caminé de ida y de regreso por esa línea que nos divide pero que también puede ser zona donde se tiendan, por Dios, por piedad, las manos.

Cito: “Hermano: ven a la sombra de la ceiba. / Ven a los brazos de la hermosa Centroamér­ica. / Aquí nos espera el descanso / de nuestra larga jornada por la tierra. // (La muerte vuelve a cruzar por el aire el río Suchiate). // Nos espera la muerte sentada en su hamaca. / Nos espera desnuda la muerte en la Casa del Aire. / Buscaremos eternidad en la Casa del Aire. / Centroamér­ica, Patria del Aire, Casa del Aire: Nosotros somos la misma sustancia del aire.”

Y qué más iba a ser Balan, si Guatemala tiene reservas de petróleo, plato de la avaricia del norte, motivo suficiente para articular guerras.

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