¿Católico y Panista?
Además de mi núcleo familiar y profesional, gran parte de mi vida ha girado en torno a la Iglesia Católica y al Partido Acción Nacional. Hoy, ambas instituciones atraviesan por una crisis profunda con enormes repercusiones, tanto para su propio futuro, como para la influencia que ejerzan o dejen de ejercer en la sociedad.
Entiendo la religión católica en la lógica de su Iglesia, fundada por Jesús de Nazaret, quien designó a Pedro como cabeza de esa institución. Encuentro en sus dogmas las mejores explicaciones de esta vida. Basado en sus enseñanzas, me esfuerzo por respetar a todos, sin juzgar cómo piensa cada uno de ellos. Me corresponde defender la libertad de todos, tanto de los que difieren como de los que coinciden.
En este sentido, mi relación con la Iglesia obedece a una lógica trascendente, más allá de esta vida terrena. Me considero un católico estándar, ni mejor ni peor que otros, pero aun con mis flaquezas, suscribo al cien por ciento sus enseñanzas.
Consideré al PAN como la forma más atractiva y acorde con mi vocación, para poner en práctica mis convicciones éticas, morales y religiosas. Si el amor al prójimo en el día a día es la mejor manera de vivir la fe cristiana, mediante la práctica de los principios de la doctrina social cristiana; los principios del PAN: dignidad humana, solidaridad, subsidiariedad y bien común, está la mejor forma de vivir y actuar responsablemente en sociedad.
La Iglesia vive una encarnizada lucha interna de poder. En el centro de esta lucha percibo los criminales abusos sexuales de que han sido objeto muchos inocentes que buscaban amor y paz y encontraron terror, abuso y la peor de las miserias humanas.
Toda proporción guardada, el PAN vive una lucha similar, percibo en el centro de esa lucha el afán de poder, dinero y fama. Lo que muestra el Partido es la corrupción que producen estos afanes.
Muchos ciudadanos creyeron en el PAN, en él pusieron sus esperanzas, muchas vidas quedaron en el camino. Bastaron dos gobiernos federales para que vieran, cómo un sistema corrupto produce un mal gobierno que, de nueva cuenta, se apoderaba del país y malograba o postergaba, con otros personeros, el experimento democrático.
Es injusto generalizar los crímenes cometidos en ambas instituciones. Tanto en la Iglesia como en el Partido se puede encontrar a mujeres y hombres valientes, ejemplares, honorables. Generalizar traicionaría su lucha heroica.
La Iglesia se esfuerza por ser fiel a la doctrina, busca imponerse a los extremos conservador y liberal, derecha e izquierda. Lo vemos de manera notoria en los Estados Unidos, donde todo se polariza al alinearse con las corrientes políticas del momento, los bandos intentan imponer sus preferencias.
Tengo mucha fe y esperanza en que ambos extremos salgan perdiendo y con ello gane la Iglesia. Por fortuna, abundan los ejemplos en la historia, la Iglesia logrará sobreponerse, como lo ha hecho muchas veces desde el año treinta y tres.
El Pedro de este tiempo no la tiene fácil, lo bueno es que tiene la humildad y el temple necesarios para enfrentar la adversidad.
En el PAN la cosa es diferente, su sobrevivencia efectiva se encuentra en riesgo. Depende de la confianza ciudadana y, a diferencia de una religión, no tiene un sentido trascendente. Su existencia se agota en sus aciertos y errores del momento.
Tampoco podemos decir que estos graves males sean privativos de la Iglesia y del PAN, lamentablemente son el pan nuestro de cada día en el mundo en que vivimos.
Esperábamos mucho más de uno y otra. En ello radica el escándalo. La corrupción en el PRI no ha sido ni es noticia. Es de lamentarse que esté dejando de serlo también en el PAN porque se está volviendo costumbre. Que sean objeto de escándalo muchos charlatanes que se dicen predicadores, mientras abusan y engordan sus cuentas bancarias, no sorprende a muchos. Que la Iglesia dé motivos de escándalo, sí sorprende y con justa razón.
Considero importante para todos, sobre todo para las víctimas, tener presente que se trata de delitos tipificados en las leyes, que merecen castigo en todos o casi todos los países del mundo. Castigarlos corresponde a las autoridades civiles, responsables de investigar, procesar y, en caso de haber delito, aplicar todo el peso de la ley. Esperar y exigir que las propias instituciones castiguen estos delitos es un absurdo sin sentido, para eso está el Estado.
Yo seguiré esforzándome para ser un buen católico, no es fácil pero esa lucha vale la pena. Mi fe no depende de delincuentes que traicionaron a su Iglesia, tampoco de grupos de poder que luchan para imponer sus agendas desde un extremo u otro.
En cuanto a la política mundana, baste decir que renuncié al PAN hace algún tiempo, no obstante, estoy convencido de que en teoría sigue siendo el mejor partido de México, mientras no llegue otro a promover los mismos principios o a mejorarlos.
Al final del día lo que trasciende son los principios, el bien por encima del mal suele llevarse la partida final. Las personas sólo estamos de paso.