Vanguardia

Meó por la Patria

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Pocos objetos en la historia han sido taestamos en tiempos de las luchas por la Independen­cia. El 26 de marzo de 1811 salió Rayón de Saltillo al frente de un pequeño ejército de menos de mil hombres a quienes acompañaba­n mujeres y niños.

En Aguanueva, a unos cuantos kilómetros de esta ciudad, el escaso contingent­e empezó a ser hostilizad­o. Iba contra los insurgente­s una fuerza de 3 mil soldados bien entrenados que mandaba el jefe realista don José Manuel Ochoa. Con él andaban también más de 500 indios lipanes, conocidos por su crueldad y salvajismo.

Con suma habilidad Rayón logró hurtar sus cortos efectivos a la hostilizac­ión del enemigo. Lo rehuyó en Aguanueva y en Carneros, pero al llegar al puerto de Piñones decidió presentar batalla, pues aquel era un territorio cuyas caracterís­ticas hacían imposible la táctica evasiva.

Se trabó el combate, feroz por ambas partes. Superiores las fuerzas de Ochoa, pareció en un principio que su victoria sobre los insurgente­s sería cosa fácil. Muchos de los soldados de Rayón iban con él más por fuerza que de grado, y ansiaban cuanto antes acogerse al indulto ofrecido por el virrey y por Calleja a quienes desertaran del ejército insurgente. Sólo el tesón de don Ignacio y de aquel Amo Torres valeroso que iba con él como segundo en el mando logró infundir arrestos a los combatient­es.

Se luchó cuerpo a cuerpo. El campo de batalla se llenó pronto de muertos y de heridos. La súbita carga de un ala del ejército realista dividió las fuerzas insurgente­s, y se perdieron los carros en que éstos traían el agua y la comida. Los cañones atronaban el espacio desde las alturas de los cerros vecinos.

De pronto la artillería de los insurgente­s dejó de disparar: los artilleros necesitaba­n agua para enfriar los cañones, y no la tenían. Entonces una mujer de la que sólo se sabe que le apodaban la Guanajuate­ña se puso en movimiento con gran celeridad. Armada con una bacinica -singular equipo militar- fue entre sus compañeras pidiéndole­s que orinaran en aquel recipiente tan poco bélico. Ella puso la muestra -es un decir-, y en repetidos viajes juntó la cantidad de líquido necesaria para enfriar los cañones.

-¡Meen por la Patria, compañeras! -les decía, segurament­e para incitarlas a donar el caudal generoso de sus doradas aguas como valiosa aportación para la causa de la libertad.

Muchos gritos patriótico­s se han escuchado en el curso de la historia mexicana, tan llena de estentóreo­s clamoreos. “¡Va mi espada en prenda, voy por ella!”... “¡La Patria es primero!”... “¡Cabo de guardia, estoy desarmado!”... “¡Si hubiera parque no estaría usted aquí!”... Pero este grito de la Guanajuate­ña no sólo fué patriótico: tuvo además la virtud de ser diurético.

Esta curiosa historia (¿historia?) la saqué de un libro de don Carlos María de Bustamante, escritor liberal. Mucho gustaba don Carlos de narrar sucesos como éste, que algunos consideran exageracio­nes pintoresca­s -por no decir fantasías, y menos aún mentiras- nacidas del extremado celo patriótico de aquel singular historiado­r. Hoy los profesiona­les de le Historia dirían que no era un historiado­r “serio”. Pero al menos no era aburrido.

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