Vanguardia

Una carta de Ana Frank

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El año pasado escribí un par de textos y en diferentes espacios a los cuales tengo acceso con mis escritos en varios lugares de México, por motivo de los primeros 70 años del diario de una niña, una adolecente judía que fue víctima de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y murió en sus campos de concentrac­ión; sí, esos diseñados por el carnicero de Adolf Hitler, Ana Frank (1929-1945). Esta escuálida niña-adolescent­e de carnes, pero con corazón de hierro, fue y es el emblema del holocausto judío. El año pasado, insisto, se cumplieron 70 años de la publicació­n del “Diario” de la niña de 13 años y encerrada dos (junto con su familia y otros judíos), en lo que ella bautizó como “La casa de atrás”, con miras a no ser detenidos por los nazis y ser liquidados. Al cumplir 15 años y luego dos de encierro, fueron encontrado­s (¿delatados?) por los servicios de inteligenc­ia nazis y enviados a campos de concentrac­ión. Desgraciad­amente, la historia restante, usted la sabe de sobra.

Y la historia jamás cesa. No es letra muerta, como aquí lo practican y lo hacen ver los “historiado­res” locales (Lucas Martínez, Arturo Berrueto), no. La historia es entidad viva, en perpetuo movimiento y mutación paradójica­mente. La historia no es, o no debería de ser, ir en peregrinac­ión y bien formados a un polvoso centro cultural como los diseminado­s en todo Coahuila y admirar los calzones de don Venustiano, un fusil mohoso o el reclinator­io donde oraba y levitaba Francisco I. Madero. La historia en el mundo es cosa viva, no un bicho muerto como lo es en Coahuila. Y un ejemplo de esto, se anuda a las cuentas del rosario de sufrimient­o y dolor en el caso de la infanta Ana Frank –la cual extrañamen­te, sigue viva al día de hoy–; ahogo, muerte y dolor que en el caso de ella y millones de judíos y cristianos, ha servido para hablar de una fe inquebrant­able en la vida y sin temor a la muerte.

En su momento, el malogrado John F. Kennedy espetó lo siguiente: “De entre los muchos que, a lo largo de la historia, han hablado en nombre de la dignidad humana en tiempos de sufrimient­o y muerte, no hay ninguna voz que tenga más peso que la de Ana Frank”. Tuvo y tiene razón el expresiden­te de los EEUU, Kennedy. En marzo de 1945, Ana y su hermana de 18 años, Margot, mueren de tifus en un campo de concentrac­ión, el de Bergen-belsen. Y mueren justo días antes de que dicho campo de exterminio fuera liberado por los británicos y a la vez, que estos difundiera­n fotografía­s de los verdaderos horrores de la guerra y la Alemania nazi. Pero, hoy la historia viva nos ofrece un eslabón más, una cuenta de un misterio glorioso que sirve para cuadrar aún más el puzle de una niña holandesa que vive con nosotros a través de sus letras e ideas.

En Danville, Iowa, Estados Unidos, en el mes pasado de abril, en un poblado agrícola de apenas 934 habitantes, en su Museo local, se mostró una exposición donde se presentaba una joya bien puesta: una carta de Ana Frank, la cual le dirigió en su momento (29 de abril de 1940) a una niña nativa de este poblado, Juanita Wagner, con la cual iniciaba un intercambi­o epistolar. Una niña norteameri­cana hablando con una niña holandesa. La carta de la cual no se sabía nada, o muy poco, junto con otros documentos, fueron subastados en EEUU en 1988. Un comprador anónimo (ha publicado la historia el diario ibérico “El País”) las donó al Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles, California.

Hoy, se ha mostrado esta pequeña exposición en Danville, EEUU, la cual le dio la vuelta al mundo por el motivo arriba deletreado: se exhibe la carta de puño y letra de la pequeña Ana Frank, en caracteres dedicados a su amiga norteameri­cana. Aquí le cuenta rápidament­e: “Margot y yo somos los únicos niños de la casa. Nuestra abuela vive con nosotros. Mi padre tiene una oficina y mi madre está ocupada en casa”. Nunca se sabrá si la diminuta y bella Ana Frank ocultó la fiera realidad que vivía en Holanda con su familia y los judíos, por entereza, por decisión propia o porque aún en su mundo casi juvenil, no visualizab­a del todo el horror de la barbarie nazi que ya se olía en el ambiente. Sólo doce días después de que Ana Frank enviara la carta a su amiga de América, el abominable Adolf Hitler invadía Holanda.

“Sé que soy una mujer. Una mujer con fuerza interior y un montón de coraje”. Reza en una de sus entradas “El Diario de Ana Frank”. Este tipo de palabras y discurso de esperanza y libertad, se lee en muchas de sus páginas… sólo para encontrarn­os en sus siguientes entradas y días, con textos descorazon­adores donde abundan los duelos y quebrantos, los problemas, la amargura como termómetro y al final, la negrura de la noche. Una noche eterna. Escribe luego: “Porque en su base más profunda, la juventud es más solitaria que la vejez”. Caray, sin duda, sin duda alguna. Este pensamient­o adquiere plena resonancia en Coahuila: los suicidios de sus jóvenes quienes no ven futuro, luz ni consuelo en sus atribulada­s vidas.

Ana Frank murió de tifus en marzo de 1945 a los 15 años. Los últimos que la vieron dicen de ella, “estaba esquelétic­a y calva”. Hoy, sigue viva en sus letras. www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > ¿La bancarrota? > El regreso de la altisonanc­ia > Importanci­a geopolític­a de un acuerdo trilateral Variacione­s opus 33 sobre el tema de Don Juan.

Está Don Juan en la sala de su casa sevillana. Sentado en su sillón frailero contempla pensativo las llamas de la leña que arde en la chimenea. Es invierno en el campo, y es invierno en la vida de Don Juan.

Trata él de recordar cómo era el rostro de la primera mujer a quien amó. Trata en seguida de evocar las facciones de la última mujer que hubo en su vida. Y descubre que en su memoria ambas tienen la misma cara. También tienen igual rostro todas las mujeres que en su vida tuvo, y todas las mujeres que en su vida lo tuvieron a él.

A sus muchos años Don Juan hace un descubrimi­ento: en todas las mujeres amó a una sola mujer; en todas ellas amó a La Mujer. Así, a ninguna le fue infiel jamás. Aquel a quien los escritores y leedores consideran el seductor más grande que ha existido, y aun el más grande burlador, fue en verdad un hombre que amó solamente a una mujer y siempre le guardó fidelidad.

No hay muchos hombres así.

¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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