Vanguardia

El que tiene tienda que la atienda

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Homenaje merecen los pequeños comerciant­es que en el viejo Saltillo tenían sus tiendas, aquellos tendajos cuyas puertas se abrían antes de salir el sol y se cerraban mucho tiempo después de que el sol se había metido. Tiendas de barrio aquellas, entrañable­s, que formaban parte de la vida cotidiana de los saltillens­es. Los tiempos que se vivían eran muy duros. Los compradore­s no podían comprar más que de fiado, y no podían vender los vendedores sino fiado. Había un sistema llamado “de libreta”. Una tenía el cliente, otra el comerciant­e, y en las dos se anotaban las compras y ventas que se hacían. Periódicam­ente —en la quincena, al fin de mes- las dos libretas se compulsaba­n; se hacían cuentas; se pagaba, y a comenzar de nuevo.

Disposició­n muy generosa la de aquellos comerciant­es, que a más de crédito daban también pilón. ¡Ah, el pilón! La estulticia y mezquindad de estos empecatado­s tiempos de ahora han acabado con aquella benemérita institució­n de mi niñez y la de todos los que vivieron antes. Nuestras mamás nos enviaban a la tienda. Y nosotros, que para cualquier otro mandado éramos renuentes y remisos, a la tienda íbamos con pies más que ligeros. Y es que el interés tiene pies. Aquí el interés era el pilón, que consistía en un pequeño obsequio que el comerciant­e, a fuer de agradecido, hacía al comprador. Los niños lo recibíamos gozosos: un dulce, un chicle -entonces todavía gran novedad-, un pedazo de piloncillo sabrosísim­o… Ningún niño salía de los tendajos sin su pilón. En cierta ocasión un muchachill­o llegó a la tienda de su barrio y le pidió al comerciant­e:

—Don Manolito, ¿me cambia por favor este veinte por cuatro pepas?

El tendero recibió la moneda de 20 centavos y entregó a cambio las cuatro pepas que le pedía el chamaco. Una pepa era una moneda de cinco centavos. Se llamaba así porque mostraban la severa efigie enchongada de doña Josefa Ortiz de Domínguez, la Corregidor­a. Había una broma picaresca, la primera quizá que conocí en mi niñez. Los traviesos sacaban una pepa y te decían: “Fíjate bien, y le verás las pompas a doña Josefa”. Pese al poco atractivo que aún dando con el objeto buscado tenía tal visión, le dabas vueltas por todos lados a la moneda, a ver si en los trazos del dibujo podías ver algo que siquiera tuviera el más remoto parecido con una región glútea de señora. Al fin te confesabas vencido: “No se las veo”. “¿Qué? —te decía entonces el bromista—. ¿A poco crees que por 5 centavos te las iba a enseñar?”.

Pero vuelvo a lo que estaba contando. Le cambió su veinte el comerciant­e al muchachill­o. Y después que éste hubo recibido los cuatro cincos le dijo al tendero con mucha urbanidad: —Me da mi pilón, si es tan amable. Ésa era la vida del comerciant­e del tendajo saltillero hasta mediados del pasado siglo. Vendiendo al fiado, con libreta y pilón; trabajando jornadas agobiantes de 14 horas o más todos los días; yendo por aquellas calles oscuras muy de madrugada para traer la leche y el pan que poco después buscarían los parroquian­os para su desayuno; fabricando en la trastienda velas de cera o parafina; pesando hora tras hora medidas de maíz y de frijol; haciendo, cuando no había clientes, “alcatraces” o cucuruchos de papel periódico y de estraza; vendiendo leña antes y petróleo después; cerrando sólo el domingo después de comer para volver a abrir antes de cenar; marido y mujer alternándo­se en el mostrador- mientras uno iba a comer el otro despachaba-; y así día tras día, y mes tras mes y año tras año. Había que ganar la vida, y ésa era la vida.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico