Vanguardia

La travesía africana hasta piedras negras

DRAS NEGRAS ESTÁ RECIBIENDO MIGRANTES AFRICANOS VENIENTES DEL CONGO Y DE CAMERÚN QUE HUYEN DE LAS CRISIS ÍTICAS EN SUS PAÍSES PARA PEDIR ASILO POLÍTICO EN ESTADOS UNIDOS.

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C asi tres meses después de huir de la guerra en su natal Camerún, Fondem espera sentado en una banca a metros del puente internacio­nal de Piedras Negras. Le queda un día de estancia legal en México y sigue en la lista de espera para solicitar asilo político en los Estados Unidos. Volver a África no está en sus planes.

Viste un short azul y una jersey guinda de la Roma, equipo de futbol de Italia, por cierto uno de los países europeos que cerró sus fronteras a los refugiados y que ha obligado a africanos a encontrar otras alternativ­as para escapar de la crisis política en sus países y salvar sus vidas. Ahora voltean a ver a Norteaméri­ca.

Fondem es de estatura media, tiene la piel oscura, unos 30 años de edad y un olor que delata que no se ha bañado en varios días, semanas quizá. Es originario de Camerún, de donde salió corriendo por miedo a ser arrestado, torturado o asesinado, pues desde hace años su país vive una crisis política por una disputa entre grupos separatist­as y las fuerzas armadas del Estado.

“Tengo hermanos que han sido asesinados, mis mejores amigos arrestados y torturados. Tenía que huir”, relata en una calurosa y húmeda tarde de septiembre con 38 grados de temperatur­a en Piedras Negras, Coahuila.

La antesala del puente que lleva a Eagle Pass, Texas, es una zona internacio­nal. Hay hondureños, salvadoreñ­os, guatemalte­cos y desde este año llegó una oleada atípica de migrantes de países como Cuba, el Congo, Camerún, República Dominicana, Haití y hasta venezolano­s y nicaragüen­ses. En espera de su cita para solicitar asilo o para cruzar como ilegales, todos dirigen la mirada al otro lado del río Bravo. Diez metros de agua. Cerca. Lejos. Entre boleros de zapatos, vendedores de periódicos, comerciant­es y feligreses que llegan al Santuario de Guadalupe en el centro de la ciudad fronteriza, los migrantes observan el desfile de cientos de automóvile­s que a diario cruzan a Estados Unidos para ir de compras, a la escuela o a trabajar. Ellos no, no tienen papeles para hacerlo.

El periplo de Fondem empezó el 27 de junio pasado. Dejó Camerún y a la familia que le queda. Con el dinero que tenía ahorrado y una mochila, salió rumbo a Gabón.

“Hay una crisis política en mi país. Asesinatos, torturas y arrestos todos los días y en cualquier momento puedes morir”, relata, “Lo único que te queda hacer es desaparece­r, escapar, porque estás en peligro permanente. Si te ven por ahí, te matan y por eso corremos, para buscar un futuro en algún lugar del mundo”.

Por las restriccio­nes de muchos países, la alternativ­a para no ser deportado apenas aterrizara fue volar 10 mil kilómetros a Sudamérica, a Ecuador, donde no es necesaria una visa para transitar libremente. Esa es la ruta que están utilizando los migrantes africanos.

Sostiene una botella de agua que le regalaron y en el hombro le cuelga un bolso en el que carga una cartera con un billete de 50 pesos, una identifica­ción y el permiso que las autoridade­s mexicanas le dieron en Chiapas para transitar libremente por el país durante 15 días.

Y entonces cuenta que hasta Ecuador su viaje había sido un día de campo, pero a miles de kilómetros de su casa también tuvo que correr por su vida después.

Como en Colombia, donde le advirtiero­n que si iba a cruzar el país, que lo hiciera de noche, porque en el día lo podían matar.

“Cada paso que di en América estuve en peligro, porque hay países que no aceptan refugiados. En Colombia tuve que correr por el bosque, dormir en las calles, nadar por horas en el océano de noche. Correr de noche, no lo puedes hacer de día porque puedes morir. Fue una situación muy difícil y ahora podría estar muerto”, recuerda.

Por tierra o por mar. Cruzó por Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, hasta llegar a México por Chiapas. Fue recibido en Tapachula con cicatrices del viaje en todo el cuerpo, pero todavía entero.

Después de pasar 17 días en Chiapas, el Instituto Nacional de Migración le expidió a Fondem un permiso para estar 15 días en México. En ese tiempo tenía que cruzar el país hasta llegar a la frontera y ser recibido en Estados Unidos para tramitar su solicitud de asilo político.

Y aunque le advirtiero­n del peligro de cruzar el país como indocument­ado debido a la delincuenc­ia organizada, no tuvo problemas para llegar hasta Coahuila y tratar de cruzar por Piedras Negras.

El sacerdote José Guadalupe Valdés (padre Pepe le dicen todos), asesor de la Casa del Migrante “Frontera Digna” de Piedras Negras, aseguró que en los últimos meses se ha desatado un fenómeno atípico de migración, pues además de los centroamer­icanos que comúnmente llegan, ahora también hay caribeños y africanos.

“He estado preguntand­o la razón por la que vienen aquí a Piedras Negras y ellos me han dicho que por la seguridad que hay aquí”, explica, “en el caso de los africanos, los camerunese­s vienen porque su vida está en peligro, en el Congo hay un conflicto muy fuerte por su ideología y su manera de pensar. Hay violencia entre las mismas etnias”.

De junio a la fecha, en Piedras Negras se incrementó en más de un 100 por ciento la llegada de migrantes y las instalacio­nes para recibirlos y darles atención se vio rebasada. Se abrieron albergues temporales para atenderlos a todos.

Como Fondem, de África llegaron cientos, hasta madres con sus hijos. Como Ginessa, que le hace trenzas a su hija mayor en una plaza de Piedras Negras, mientras los dos menores, varones, corren en espera de ser llamados para pedir asilo.

El padre Pepe cuenta que a Fondem le fue bien y llegó rápido. Dos meses y medio para cruzar el océano y llegar a la frontera de Estados Unidos. A otras familias les tomó tres años y seis meses. Tuvieron que viajar en barco y quedarse por largos periodos en los países que se atraviesan en su trayecto.

Para obtener protección en Estados Uni-

dos, los migrantes tienen que caminar hacia la frontera para registrars­e. Justo en la franja fronteriza, un agente aduanal estadounid­ense lleva una lista de todas las personas que buscan asilo.

“Los van llamando conforme a la lista que tienen y ellos comparecen ante un juez para explicarle los motivos por los que están pidiendo asilo político y tienen que probarlo para que proceda su solicitud”, explica el padre Pepe.

Históricam­ente, en la frontera de Piedras Negras se hacían hasta cinco trámites diarios de solicitude­s de asilo político. No obstante, tras dispararse la llegada de migrantes, se acordó con las autoridade­s estadounid­enses dar mayor agilidad y se logró subir a 12 solicitude­s por día.

Fondem y la mayoría de los migrantes que van a solicitar asilo político cuentan con un permiso de estancia legal por 15 días en México y una vez que culmina quedan indefensos y pueden ser deportados.

Porque aunque hay seguridad en Piedras Negras, la delincuenc­ia organizada y los mismos agentes de Migración siguen siendo una amenaza latente para los extranjero­s en tránsito.

“En México y aquí en Piedras Negras yo no he tenido ningún problema. Bueno sí, el idioma. Pero en general nos ha recibido muy bien, nos han dado de comer, nos han dado un techo donde dormir en la casa del migrante. No puedo quejarme de nada”, dice Fondem.

Fondem lleva toda la mañana sentado en los alrededore­s del puente internacio­nal. Le preocupa que su permiso dice que le queda un día para que termine su periodo de estancia legal en México, pero por más que intenta preguntar, nadie entiende su idioma.

Habla francés e inglés, pero las señas universale­s han sido las que le han ayudado a comunicars­e para pedir comida, bebida, ropa. Aunque nadie le sabe decir la fecha en la que lo van a atender en la aduana estadounid­ense y eso es lo que más le preocupa.

No tiene más que lo que trae puesto y la cartera en la que guarda 50 pesos mexicanos. Platica en francés con un paisano camerunés que conoció en Piedras Negras y que también busca protección en los Estados Unidos.

Quizá lo que Fondem y el resto de africanos que han llegado a Piedras Negras no saben es que de cada 10 solicitude­s de asilo que se han recibido en Eagle Pass, casi todas son rechazadas. Cuando eso ocurre, el solicitant­e es deportado a su país de origen desde Estados Unidos.

“Califican para asilo político sobre todo las personas que hayan sufrido violencia de parte de las autoridade­s de su propio país o que están en peligro de perder la vida ahí, ya sea por la delincuenc­ia, la insegurida­d. Luego es más difícil que califiquen los que sufren por la delincuenc­ia organizada porque es más difícil comprobar ese peligro”, explica el padre Pepe.

“Nosotros tenemos como unos 170 que ya por lo menos pasaron a Eagle Pass, pero eso no significa que ya hayan recibido asilo político. Todavía falta que el juez lo determine como un candidato”.

El sueño de buscar una vida mejor une a los migrantes sin importar su nacionalid­ad. Es 3 de septiembre y a la orilla del Río Bravo están reunidos unos 10 extranjero­s indocument­ados, cuando uno de ellos se adentra en la corriente y empieza a colocar cuerdas para unir las columnas que soportan el puente hasta la orilla del otro lado, ya en suelo gringo.

De pronto una migrante centroamer­icana toma a su hija de unos siete años y empieza a cruzar el río aferrada a las cuerdas, hasta que logra llegar al otro lado, donde ya eran esperadas por una patrulla fronteriza. Madre e hija suben al vehículo y se adentran a los Estados Unidos. El resto del grupo de migrantes aplaude. “Cuando un migrante va con un menor de edad, a través de él les permiten no ser repatriado­s, sino que ven su caso particular y ahí es como les pueden dar asilo político. Esa es la lectura que podemos tener de esa situación en específico que se da”, detalla el padre Pepe.

Estando tan cerca, pero a la vez tan lejos de pasar a Estados Unidos, a Fondem no le queda más que recordar las palabras de su madre, que después de despedirlo con un abrazo en Camerún, le pidió que no regresara pronto, pues eso significar­ía que logró su objetivo.

La saturación de los albergues para migrantes de Piedras Negras ha provocado que muchos tengan que deambular por las calles y corran el riesgo de ser detenidos por autoridade­s migratoria­s, pues no pueden acreditar el motivo de su estancia en el país.

El padre Pepe recordó que hubo una semana en la que 60 migrantes fueron asegurados por el Instituto Nacional de Migración y fueron deportados.

“Ahorita hay una política de estar buscando migrantes en la calle y a la orilla del río. Y el otro panorama que se encuentran es el de la delincuenc­ia organizada, que les quiere cobrar, perseguir, secuestrar. Es claro que no se ha erradicado la violencia, sigue estando presente, no cabe ninguna duda”, afirma el sacerdote.

En la Casa del Migrante de Piedras Negras, los extranjero­s indocument­ados reciben comida, un techo y una forma de comunicars­e con sus familiares. En cuestión de salud, hay médicos que les brindan atención. Todos los servicios son gratuitos para ellos.

Con la llegada de africanos, también se está dando de forma atípica y en menor escala, el arribo de venezolano­s y nicaragüen­ses, pues sus vidas también están en riesgo debido a la crisis política que se vive en sus países.

“Por ejemplo, tuvimos ya dos familias de Venezuela, ellos ya se fueron y nos dieron las gracias, pero también estamos ahorita esperando un grupo de Nicaragua, deben de estar estancados en algún lugar. Es terrible lo que pasa ahí ahorita, porque ser joven es un peligro, eres considerad­o un delincuent­e por las institucio­nes gubernamen­tales”.

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 ??  ?? EMERGENCIA HUMANITARI­A Si los indocument­ados se quedan sin un lugar en los albergues, estar en las calles representa un peligro para ellos.
EMERGENCIA HUMANITARI­A Si los indocument­ados se quedan sin un lugar en los albergues, estar en las calles representa un peligro para ellos.
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DESTINO Cruzar la frontera para recibir asilo político es la meta de los africanos que huyen de las crisis y guerras en sus países de origen.
 ??  ?? TAN CERCA Diez metros de agua separan la frontera coahuilens­e con Estados Unidos, después de haber cruzado gran parte del continente americano.
TAN CERCA Diez metros de agua separan la frontera coahuilens­e con Estados Unidos, después de haber cruzado gran parte del continente americano.
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