El clásico… bochorno
brevísimo en el que se anticipa el devenir del futbol, que pasa de ser un deporte de masas a convertirse en un sub género de entretenimiento de corte más bien dramático y manufacturado, en el que hasta los rimbombantes nombres de los futbolistas son el invento de plumas creativas al servicio de un aparato mediático enajenante. ¿Le suena familiar? Hace unos días, el Presidente Electo, Andrés Manuel López Obrador, hizo una de sus famosas declaraciones que tanto ponen a plañir a sus malquerientes, sobre su intención de reactivar el beisbol en México.
Aunque no aplaudo las decisiones desde el autoritarismo, hace años que deseo que el ámbito deportivo nacional se libere de la hegemonía futbolera y se diversifique.
¿Por qué? ¿No que de todos modos te tenía sin cuidado el asunto, columnista?
Pasa que considero muy pernicioso que la actividad física de un país esté determinada por una agenda dictada no por el bienestar de la sociedad sino por las televisoras, un manojo de empresarios y los consorcios cerveceros.
Entre ellos se han encargado de que en un país de grandes potenciales en muy variadas disciplinas (tenemos climas y ecosistemas en México para practicar desde surfismo hasta esquí), sólo se juegue futbol.
Pareciera, desde hace un par de décadas al menos, que la única ambición de los chicos es terminar segundo de secundaria y ser reclutados por alguno de los clubes de nuestra pinchurrienta liga, luego ser convocado para la Selección Nacional, calificar a un Mundial para disputar la Copa y entonces sí, materializar el sueño patrio: Firmar un contrato publicitario con Adidas, Nike, Puma o cualquier otra marca que pague en dólares.
Pero la industria del futbol nacional es responsable de algo más terrible que el acotarle las opciones deportivas a la niñez y a la juventud mexicanas. Este aparato de entretenimiento, posicionamiento de marcas y vagamente deportivo, es responsable de un enajenamiento sólo comparable en nuestra historia al de la religión y, en menor medida, al de las telenovelas.
Este enajenamiento nos mostró su peor cara el fin de semana en algo que llaman el Clásico Regio, que no es sino una absurda ocasión para que dos bandos de hinchas den rienda suelta a una ridícula rivalidad azuzada por cronistas gritones y una estridente campaña que no cesa en todo, todo el maldito año.
Sume a todo ello como combustible la intoxicación etílica consiguiente e inherente a los encuentros futboleros y como extra, el anonimato que brinda la muchedumbre, el clan, la horda.
El resultado es un nuevo motivo de vergüenza, una vergüenza que todos compartimos. Aunque espero que el o los homicidas estén en un agujero temblando de miedo en espera de su aprehensión.
Tanto quejarnos de la incapacidad del Gobierno para protegernos de la violencia asociada a la criminalidad, tanto plañir y hacer de cada muerte un reclamo de justicia como si de verdad valorásemos la vida propia y la del prójimo.
Quizás en otro país donde el interés común fuese más importante que las ganancias de unos cuantos magnates de los clubes, de la cerveza o de los medios, se podría esperar la suspensión de los equipos y el paro del torneo hasta replantear medidas confiables para que esto no se repita.
Pero no en México. Aquí lo prioritario es la rentabilidad de la franquicia. Si no, ¿para qué tener un equipo?
Por lo que a mí respecta, ¿futbol? No gracias, ya tuve de eso bastante en mi vida.
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