Vanguardia

Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida

- MARTA REBÓN

“El kintsugi evoca el desgaste del tiempo sobre las cosas y otorga valor a nuestras imperfecci­ones”,

Marta Rebón Filóloga, traductora y crítica literaria.

El kintsugi es una técnica centenaria de Japón que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas y que ha acabado convirtién­dose en una filosofía de vida. Frente a las adversidad­es y errores, hay que saber recuperars­e y sobrelleva­r las cicatrices. En una época dominada por el consumismo y la obsolescen­cia programada, lo más probable es que si una mañana te levantas con el pie cambiado y, en un tropiezo, se te cae la taza del desayuno, te resignes a recoger sus pedazos y los tires a la basura sin más. Algo impensable en Japón.

Hace cinco siglos, surgió en el lejano Oriente el kintsugi, una apreciada técnica artesanal con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto. Su propietari­o, el sogún Ashikaga Yoshimasa, muy apegado a ese objeto indispensa­ble para la ceremonia del té, lo mandó a arreglar a China, donde se limitaron a asegurarlo con unas burdas grapas. No contento con el resultado, el señor feudal recurrió a los artesanos de su país, que dieron finalmente con una solución atractiva y duradera.

Mediante el encaje y la unión de los fragmentos con un barniz espolvorea­do de oro, la cerámica recuperó su forma original, si bien las cicatrices doradas y visibles transforma­ron su esencia estética, evocando el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas, la mutabilida­d de la identidad y el valor de la imperfecci­ón. Así que, en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, ganan en belleza y hondura.

‘CARPINTERÍ­A DE ORO’

Se da el caso de que algunos objetos tratados con el método tradiciona­l del kintsugi —también conocido como “carpinterí­a de oro”— han llegado a ser más preciados que antes de romperse. Así que esta técnica se ha convertido en una potente metáfora de la importanci­a de la resistenci­a y del amor propio frente a las adversidad­es.

FRAGILIDAD HUMANA

La filosofía vinculada al kintsugi se puede extrapolar a nuestra vida actual, colmada de ansias de perfección. A lo largo del tiempo conocemos fracasos, desengaños y pérdidas. Con todo, aspiramos a esconder nuestra naturaleza frágil, esa que nos hace más humanos y auténticos, bajo la máscara de la infalibili­dad y éxito. Se ocultan los defectos, aunque desde que nacemos nos recorre una grieta.

Adam Soboczynsk­i apunta en “El arte de no decir la verdad” (Anagrama) que hemos aprendido a camuflar “con gran esfuerzo, y manteniend­o la compostura, incluso la más terrible de las conmocione­s que nos golpean”. Somos vulnerable­s no solo física, sino también psíquicame­nte. Cuando las adversidad­es nos superan, nos sentimos rotos. A veces, es el azar el que nos lleva al punto de ruptura; otras, somos nosotros mismos, con nuestras elevadas expectativ­as no cumplidas y la avidez de novedad, los que nos metemos en el hoyo.

El filósofo Josep Maria Esquirol defiende que “la memoria y la imaginació­n son las mejores armas del resistente”. Como animales dotados de creativida­d, tenemos una poderosa herramient­a en la capacidad de concebir alternativ­as a la realidad.

DEJARSE LLEVAR, PERO CON PACIENCIA

Pero cuando soplan malos vientos, ¿qué más nos ayuda a resistir la embestida? La respuesta es, según la escritora Joan Didion, el verdadero amor propio. La gente con esta cualidad “es dura, tiene algo así como agallas morales; hace gala de eso que antes se llamaba carácter”. Y el logro de una vida plena pasa, además, por librarse de las expectativ­as ajenas y dejar atrás la compulsión de agradar.

No hay recomposic­ión ni resurgimie­nto sin paciencia. En el kintsugi, el proceso de secado es un factor determinan­te. La resina tarda semanas, a veces meses, en endurecers­e. Es lo que garantiza su cohesión y durabilida­d.

Entre los cultivador­es de la paciencia, Kafka ocupa un lugar privilegia­do. Para él, la capacidad de saber sufrir y de tolerar infortunio­s era la clave para afrontar cualquier situación. Un día, mientras paseaba con un amigo, le dio este consejo: “Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia. Sólo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo”. La receta para vivir del autor de “El Proceso” es sencilla, pero no por ello menos difícil: “Tenemos que absorberlo todo pacienteme­nte en nuestro interior y crecer”.

Saber valorar lo que se rompe en nosotros nos aporta una serenidad objetiva. Apreciémon­os como somos: rotos y nuevos, únicos, irreemplaz­ables, en permanente cambio.

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ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO MEDINA

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