Inundaciones y otros males
Si no es que año tras año, seguro cada dos tenemos inundaciones en nuestro Estado. En esta ocasión los habitantes de Piedras Negras y Torreón fueron las víctimas, pero son veteranos de este padecimiento que, por cierto, no es un flagelo exclusivo sino generalizado en todo el estado. Hace un par de meses circulaba por el bulevar Carranza de Saltillo, convertido en arroyo caudaloso. Para el caso, el problema afecta a todo México, recientemente nuestros hermanos sinaloenses la pasaron muy mal. En esta temporada de huracanes, la Ciudad de México se colapsa, sismos aparte, lo normal es que se inunde.
Hemos olvidado cómo se convive con el agua, bendición que es fuente y sostén de toda vida.
Para los políticos es un negocio redondo. Culpan a la madre naturaleza, aprovechan para lucir sus dotes de contacto popular, hacerse ver como personas solidarias y, de pilón, recibir y publicitar el agradecimiento de las víctimas por su generoso reparto de víveres, cobijas, materiales de construcción y otros bienes pagados con el dinero de los contribuyentes.
El círculo vicioso no puede ser más perverso y criminal. Por lo común, los más afectados suelen ser los pobres que viven en las zonas bajas de las ciudades, grupo humano que rinde abundantes votos, ¿para qué prevenir, para qué instrumentar políticas de protección civil?
Fomentar o tolerar la deforestación, revestir kilómetros cuadrados de suelo con asfalto o concreto, propiciar o tolerar el crecimiento desordenado de los centros de población es un negocio, pero un negocio suicida.
¿Qué más podemos decir? ¿Lamentarnos, enojarnos, protestar por cada nueva inundación? ¿Servirá de algo? Se han malgastado carretadas de dinero público en manejo del agua, en seguridad pública, en salud o en combate a la pobreza, y los problemas, lejos de resolverse, se agudizan. Cada año los presupuestos van y vienen sin resultado alguno. Los sistemas estatales y municipales de agua son puestos muy codiciados por personajes cercanos al gobierno. Son centros de poder y dinero, y “los compadres” lo saben.
La sorpresa es que no hay sorpresa. En Piedras Negras, la colonia Doña Argentina o Las Argentinas sigue y seguirá inundándose. El Sistema Municipal de Aguas sigue y seguirá gastando. Los políticos siguen y seguirán prometiendo. La gente humilde sigue y seguirá padeciendo. No hay delito que perseguir, no hay culpables a quienes señalar. Así es esto, el destino del pobre frente a la impunidad de los poderosos.
En Torreón existe un sistema bipartidista sólido, formado por alcaldes surgidos del PAN y del PRI. Se gastó dinero para evitar daños que no se evitaron. Se señalan unos a otros, pero sólo a ratos. Siguen necesitándose los unos a los otros porque siguen gobernando y no pueden descalificar demasiado en serio a la ubre que tan generosamente cubre los gastos. Se trata de democracia a la mexicana, peor aún, a la coahuilense, con acuerdos y señalamientos cupulares, medidos y calculados.
No existen espacios para los ciudadanos, tampoco los reclamamos, así fuimos educados. Quizá hayamos avanzado en esto de la protesta pública, sobre todo en temas que afectan el bolsillo de las clases media y alta. Para ello sí nos organizamos y qué bueno que así sea, aunque falta mucho por hacer. Para las causas populares no hay gran cosa, que se las arreglen solos, de todas formas votan y seguirán votando mientras haya quien pague por su voto.
Otra vez tenemos una nueva esperanza, como sucede siempre que hay un cambio en el Gobierno Federal. Las expectativas son muy elevadas, tanto o más lo será la desilusión de muchos. A menos que el nuevo gobierno comprenda lo que sus antecesores se negaron a hacer: reconocerse falibles, limitados. Comprender la sabiduría del sistema federal. Es imperativo reconocer que ningún problema nacional se resolverá desde el escritorio del jefazo.
Los Ejecutivo federal y estatal deberán promover y velar por el fortalecimiento democrático de los ayuntamientos y sus pobladores. Deberán deshacerse de poder y responsabilidades, fortalecer al municipio en presupuesto y facultades. Reconocerle más poder para poder exigir más.
Mientras persistamos en este centralismo miope, las inundaciones y otras muchas calamidades persistirán. La solución a las catástrofes no puede radicar en una declaración de “zona de desastre”, ni en la puesta en marcha del Plan DN-III del Ejército. Aunque las intenciones sean nobles, el resultado suele ser el mismo. Tapamos pozos después de ahogado el niño. Debemos aumentar la resiliencia de nuestras comunidades y municipios. De lo contrario seguiremos en las mismas.