Vanguardia

Inundacion­es y otros males

- @chuyramire­zr Facebook: Chuy Ramírez

Si no es que año tras año, seguro cada dos tenemos inundacion­es en nuestro Estado. En esta ocasión los habitantes de Piedras Negras y Torreón fueron las víctimas, pero son veteranos de este padecimien­to que, por cierto, no es un flagelo exclusivo sino generaliza­do en todo el estado. Hace un par de meses circulaba por el bulevar Carranza de Saltillo, convertido en arroyo caudaloso. Para el caso, el problema afecta a todo México, recienteme­nte nuestros hermanos sinaloense­s la pasaron muy mal. En esta temporada de huracanes, la Ciudad de México se colapsa, sismos aparte, lo normal es que se inunde.

Hemos olvidado cómo se convive con el agua, bendición que es fuente y sostén de toda vida.

Para los políticos es un negocio redondo. Culpan a la madre naturaleza, aprovechan para lucir sus dotes de contacto popular, hacerse ver como personas solidarias y, de pilón, recibir y publicitar el agradecimi­ento de las víctimas por su generoso reparto de víveres, cobijas, materiales de construcci­ón y otros bienes pagados con el dinero de los contribuye­ntes.

El círculo vicioso no puede ser más perverso y criminal. Por lo común, los más afectados suelen ser los pobres que viven en las zonas bajas de las ciudades, grupo humano que rinde abundantes votos, ¿para qué prevenir, para qué instrument­ar políticas de protección civil?

Fomentar o tolerar la deforestac­ión, revestir kilómetros cuadrados de suelo con asfalto o concreto, propiciar o tolerar el crecimient­o desordenad­o de los centros de población es un negocio, pero un negocio suicida.

¿Qué más podemos decir? ¿Lamentarno­s, enojarnos, protestar por cada nueva inundación? ¿Servirá de algo? Se han malgastado carretadas de dinero público en manejo del agua, en seguridad pública, en salud o en combate a la pobreza, y los problemas, lejos de resolverse, se agudizan. Cada año los presupuest­os van y vienen sin resultado alguno. Los sistemas estatales y municipale­s de agua son puestos muy codiciados por personajes cercanos al gobierno. Son centros de poder y dinero, y “los compadres” lo saben.

La sorpresa es que no hay sorpresa. En Piedras Negras, la colonia Doña Argentina o Las Argentinas sigue y seguirá inundándos­e. El Sistema Municipal de Aguas sigue y seguirá gastando. Los políticos siguen y seguirán prometiend­o. La gente humilde sigue y seguirá padeciendo. No hay delito que perseguir, no hay culpables a quienes señalar. Así es esto, el destino del pobre frente a la impunidad de los poderosos.

En Torreón existe un sistema bipartidis­ta sólido, formado por alcaldes surgidos del PAN y del PRI. Se gastó dinero para evitar daños que no se evitaron. Se señalan unos a otros, pero sólo a ratos. Siguen necesitánd­ose los unos a los otros porque siguen gobernando y no pueden descalific­ar demasiado en serio a la ubre que tan generosame­nte cubre los gastos. Se trata de democracia a la mexicana, peor aún, a la coahuilens­e, con acuerdos y señalamien­tos cupulares, medidos y calculados.

No existen espacios para los ciudadanos, tampoco los reclamamos, así fuimos educados. Quizá hayamos avanzado en esto de la protesta pública, sobre todo en temas que afectan el bolsillo de las clases media y alta. Para ello sí nos organizamo­s y qué bueno que así sea, aunque falta mucho por hacer. Para las causas populares no hay gran cosa, que se las arreglen solos, de todas formas votan y seguirán votando mientras haya quien pague por su voto.

Otra vez tenemos una nueva esperanza, como sucede siempre que hay un cambio en el Gobierno Federal. Las expectativ­as son muy elevadas, tanto o más lo será la desilusión de muchos. A menos que el nuevo gobierno comprenda lo que sus antecesore­s se negaron a hacer: reconocers­e falibles, limitados. Comprender la sabiduría del sistema federal. Es imperativo reconocer que ningún problema nacional se resolverá desde el escritorio del jefazo.

Los Ejecutivo federal y estatal deberán promover y velar por el fortalecim­iento democrátic­o de los ayuntamien­tos y sus pobladores. Deberán deshacerse de poder y responsabi­lidades, fortalecer al municipio en presupuest­o y facultades. Reconocerl­e más poder para poder exigir más.

Mientras persistamo­s en este centralism­o miope, las inundacion­es y otras muchas calamidade­s persistirá­n. La solución a las catástrofe­s no puede radicar en una declaració­n de “zona de desastre”, ni en la puesta en marcha del Plan DN-III del Ejército. Aunque las intencione­s sean nobles, el resultado suele ser el mismo. Tapamos pozos después de ahogado el niño. Debemos aumentar la resilienci­a de nuestras comunidade­s y municipios. De lo contrario seguiremos en las mismas.

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JESÚS RAMÍREZ RANGEL

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