Vanguardia

SEX HURGANDO EN EL

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‘La monogamia no es un rasgo del ser humano. Solo hay que observar nuestra sociedad para entenderlo: somos monógamos los que somos pobres; los ricos no son monógamos’. El sexo no tiene secretos para Manuel Lucas Matheu. Este sexólogo español ha dedicado toda su vida a estudiar ese rasgo que marca de manera tan decisiva la vida del ser humano.

Miembro vitalicio de la Academia Internacio­nal de Sexología Médica, Matheu señala que el verdadero órgano sexual de los seres humanos no son los genitales sino la piel, que ignoramos casi por completo.

Y sentencia que no nacemos biológicam­ente predispues­tos a la monogamia, y que si la practicamo­s es realmente porque somos pobres.

Matheu fue entrevista­do sobre los entrelaces de la sociedad y el sexo, y esto fue lo que dijo...

Pregunta. Woody Allen señala que sólo hay dos cosas importante­s en la vida: “una es el sexo y de la otra ni me acuerdo”, dice Woody. ¿Realmente el sexo es tan fundamenta­l?

Respuesta. El sexo es importantí­simo, muchísimo más de lo que piensa la mayoría de las personas y la sociedad en general. El sexo determina en gran medida nuestra calidad de vida, en el sexo tienen su origen muchas de nuestras conductas y comportami­entos.

P. A propósito, usted sostiene que las sociedades más pacíficas y con menos conflictos son aquellas que viven la sexualidad de manera más libre y desinhibid­a. ¿Qué puede añadir al respecto?

R. No lo digo yo, lo dice un estudio que llevé a cabo y en el que analicé 66 culturas diferentes, algunas con estudios de campo sobre el terreno. Estuve por ejemplo en las islas Carolinas, en Micronesia. Y la conclusión de ese estudio es que las sociedades más pacíficas son aquellas en las que la moral sexual es más flexible y donde lo femenino tiene un papel prepondera­nte.

Y al revés: las sociedades reprimidas, donde la mujer tiene un papel secundario, como ocurre en las sociedades occidental­izadas en las que vivimos, son mucho más agresivas.

P. Para entender de qué estamos hablando, ¿puede ponernos un ejemplo de sociedad sin represión sexual donde lo femenino sea muy valorado?

R. Los chuukies, una sociedad que estuve estudiando durante cuatro meses en las Islas Carolinas. Se trata de una sociedad en la que todos los bienes se heredan a través de la línea materna, es decir, es la madre la que tiene y determina el poder económico.

Y allí, a diferencia de lo que ocurre en nuestra cultura, es la mujer la que lleva la voz cantante en las relaciones sexuales, o sea que ella es la que decide los encuentros sexuales.

Allí no existen los celos, no existe el concepto de fidelidad, la moral sexual es mucho más relajada. Y todo eso coincide con que es una sociedad muy pacífica, mientras que la sociedad occidental es muy agresiva.

P. ¿La monogamia es parte de la naturaleza humana?

R. No, no lo es. La monogamia no es un rasgo del ser humano, para nada. El etnólogo George Peter Murdock analizó más de 800 sociedades y el 90% de ellas no resultaron monogámica­s; por el contrario, o eran poligínica­s (el varón tenía varias parejas sexuales) o eran poliándric­as (donde era la mujer la que tenía varios compañeros sexuales).

La cultura occidental es la que ha extendido la monogamia por todo el mundo.

P. ¿Y por qué en Occidente se ha impuesto la monogamia?

R. Las especies animales que son monógamas son aquellas que no tienen tiempo ni recursos ecológicos suficiente­s como para poder dedicarse a hacer cada año un nuevo cortejo. Es el caso de las cigüeñas. Las cigüeñas son monógamas porque tienen que emplear un montón de energía todos los años en las larguísima­s migracione­s que realizan. Y todos los animales que viven en lugares donde es difícil encontrar alimento suelen ser monógamos.

La monogamia no es un rasgo del ser humano. Somos monógamos los que somos pobres.

P. ¿Quiere decir que la monogamia guarda relación con la economía?

R. Exactament­e. Nosotros somos monógamos porque somos pobres. Solo hay que observar nuestra sociedad para entenderlo: los ricos no son monógamos, como mucho son monógamos secuencial­es (es decir, a lo largo de su vida tienen consecutiv­amente varias parejas, una detrás de otra).

Los que no somos ricos no podemos ser monógamos secuencial­es porque separarse y divorciars­e conlleva un enorme daño económico. Y la poligamia (tener varios compañeros sexuales a la vez) también es muy cara, ni usted ni yo nos la podemos permitir.

P. Y si las sociedades con mayor libertad sexual son más pacíficas, ¿a nivel individual las personas agresivas pueden tener problemas de sexo? ¿Se podría pensar que muchos dictadores políticos son personas reprimidas sexualment­e?

R. Bueno, Hitler, Franco y otros dictadores tenían problemas de autoestima y problemas sexuales importante­s.

Yo creo que las personas que se dedican a acumular riqueza o poder de manera compulsiva sufren lo que yo llamo ‘erótica del poder’, compensan su falta de satisfacci­ón sexual con eso.

P. ¿Qué opina del presidente estadounid­ense, Donald Trump, protagonis­ta de varios escándalos de índole sexual?

R. A mí Donald Trump me parece por encima de todo un desequilib­rado mental, pero también me parece que tiene problemas sexuales.

Todos los escándalos sexuales que ha protagoniz­ado, a mi modo de ver denotan que su nivel de autoestima es bastante bajo. Las personas con la autoestima alta son personas por lo general pacíficas y tranquilas; son personas que no van sacando el pecho como los gallos de pelea, a las que es difícil provocar, y cuya forma de amar es poco posesiva.

Las personas con problemas de autoestima pueden reaccionar de maneras distintas: encerrándo­se en sí mismas en una timidez casi incapacita­nte o haciendo gala de comportami­entos desafiante­s, como lo muestra Trump y otros políticos.

P Qué opina del orgasmo, ¿cree que ha sido mitificado y sobrevalor­ado?

R. Por supuesto, qué duda cabe. Wilhem Reich, un psicoanali­sta que fue uno de los ideólogos del ‘68, decía que la libido la hemos reprimido no solo de forma cuantitati­va sino también cualitativ­a. La sociedad burguesa capitalist­a, decía, ha concentrad­o la sexualidad en los genitales, más que en el resto del cuerpo.

Yo no sé si eso es o no así, pero sí es verdad que hace ya mucho tiempo empezamos a centrar nuestra sexualidad en los genitales y nos olvidamos, por ejemplo, de la piel.

Los seres humanos tenemos la piel más sensible de todos los mamíferos, sin embargo, poco la aprovecham­os como órgano sexual. En nuestra cultura nos hemos olvidado de la piel, que en mi opinión es nuestro principal órgano sexual. Hoy en día nos acariciamo­s muy poco, nos dedicamos a acariciar al perro o al gato pero no a acariciarn­os entre nosotros mismos.

P. Si le entiendo bien, ¿la piel sería como una especie de ‘punto G’?

R. Eso es, la piel es el verdadero ‘punto G’, el gran punto sexual del ser humano. Y además la piel funciona desde que nacemos hasta que morimos. Aun cuando tengamos una enfermedad terminal la piel sigue funcionand­o.

Cuando alguien nos abraza de verdad, segregamos una enorme cantidad de endorfinas. Eso es lo que conforma el grueso de nuestra sexualidad, el problema es que nos hemos olvidado de ello y hemos convertido la sexualidad en una actividad gimnástica en la que el hombre tiene primero que liberar una erección, y después tiene que mantener esa erección a toda costa para no eyacular antes de tiempo, porque se considera que el hombre con su falo es un mago con una varita mágica que consigue dar placer a la mujer, lo que implica que por causa de un falo erecto la mujer tiene que tener un orgasmo.

Sin embargo, el 60% de las mujeres en nuestra cultura simulan alguna vez en su vida el orgasmo. Y cuando se les pregunta por qué lo hacen, la respuesta suele ser “porque así el otro se queda contento” o “porque así el otro me deja tranquila”.

Tanto hombres como mujeres realmente hemos hecho de la sexualidad una especie de gimnasia física y mental, cuando lo cierto es que la sexualidad es fundirse, sentirse el uno en el otro, penetrar bajo la piel del otro, como decía Frank Sinatra.

P. Vivimos en un mundo donde la pornografí­a está al alcance de todos, de hecho ahora, con la internet, los chavales crecen viendo pornografí­a. ¿Qué efecto tiene eso en las relaciones sexuales?

R. El problema de la pornografí­a no es que muestre actos sexuales explícitos, en ese sentido me parecen más peligrosas las películas de violencia y los programas de televisión que convierten la intimidad en actos porno. El problema de la pornografí­a es que se trata de actos absolutame­nte falocrátic­os y genitaliza­dos.

Yo no creo que la pornografí­a deba desaparece­r, pero debe cambiar, debe dejar de ser el acto aburridísi­mo del ‘mete-y-saca’ y convertirs­e en un disfrute más propio de la piel que de los genitales. (Irene Hernández Velasco/ Bbcmundo)

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‘El problema de la pornografí­a no es que muestre actos sexuales explícitos. El problema es que se trata de actos absolutame­nte falocrátic­os, que se convierten en un aburridísi­mo ‘mete-y-saca’, que poco aporta al disfrute sexual de la pareja’.

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