Vanguardia

Un nuevo acuerdo en América del Norte

- @chuyramire­zr

“México es el país con más tratados de libre comercio en el mundo”. Eso dijo el entonces presidente del Congreso Mexicano, Ricardo García Cervantes, en el marco de la Asamblea Parlamenta­ria Asia Pacífico que se celebró en la ciudad chilena de Valparaíso. Me llamó mucho la atención la contundenc­ia de semejante afirmación, de inmediato investigué para reconfirma­r que así fuera. Corría 2001 y México estaba de moda, estábamos en plena transición a la democracia. Nuestra imagen era muy buena, todos querían participar del nuevo México. Vicente Fox ya planteaba la “enchilada completa”, el relanzamie­nto de América del Norte en momentos en los que México, el patito feo en cuestión política, daba sus primeros pasos a la modernidad. Lo demás es historia, pasó mucho y por lo mucho que pasó, terminó no sucediendo nada.

Me viene a la memoria Campeche, en 2010. La XLIX Reunión Interparla­mentaria Méxicoesta­dos Unidos. El embajador de Estados Unidos era Carlos Pascual y el de México Arturo Sarukhán. Con el primero acordé hacer hincapié en la urgente necesidad de fortalecer la cooperació­n bilateral en temas de seguridad y justicia. Particular énfasis puse en la formación de policías y en los juicios orales. Con Sarukhán comenté y, posteriorm­ente propuse, la convenienc­ia de avanzar como un bloque regional más integrado, frente a Asía y Europa. Era y sigue siendo mucho más lo que podemos hacer juntos que separados. Por aquella época estaba en boga, en Estados Unidos, el “Compra lo hecho en USA”. Nosotros propusimos entender los signos de los tiempos y evoluciona­r al “Compra lo hecho en América del Norte”. Más allá de la promoción frente al consumidor, se trataba de una serie de medidas para impulsar a la región. Recuerdo que pasé la noche anterior estudiando, no fuera a cometer algún error. Lamentable­mente, Estados Unidos y México tenían gobiernos sin mayoría legislativ­a. La polarizaci­ón y el estancamie­nto que produce, estaban en pleno apogeo.

En México, la Cámara de Diputados había entablado una buena relación con la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos. El presidente del Grupo de Amistad Méxicoesta­dos Unidos era Ildefonso Guajardo, a mí me tocaba presidir el Grupo México-canadá. Junto con Armando Ríos Piter, en aquel entonces en el PRD, y Porfirio Muñoz Ledo en el PT pero en funciones de Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, éramos el grupo mexicano que daba seguimient­o a la relación bilateral. Éramos un buen equipo, equilibrad­o y propositiv­o. Juntos nos fuimos a despedir del entonces embajador Anthony Wayne, en agosto de 2012. Ildefonso estaba inquieto, eran tiempos de alternanci­a. A los pocos días, Enrique Peña Nieto lo designó secretario de Economía. Más allá de este acuerdo, creo fue de lo mejor que tuvo el equipo de Peña Nieto. Alejado de escándalos y abocado a su chamba.

Después de 26 años, desde que se firmó el TLCAN, existe por fin un nuevo acuerdo o una nueva versión del acuerdo. El mundo evolucionó en esos años, creció como nunca la interacció­n entre países, la tecnología avanzó a pasos agigantado­s, hoy debemos regular fenómenos tan modernos como los robots o tan viejos como la corrupción.

Sorprenden­temente lo que provocó la renegociac­ión no fue un ánimo de mayor integració­n y competitiv­idad, ni siquiera una intención de perfeccion­ar y actualizar lo que quedó rezagado con el paso del tiempo; sino la crítica simplista y el señalamien­to del populismo de derecha de Trump. Precisamen­te por el origen de la crítica, el fondo del asunto, como haya quedado, es lo de menos. Lo que realmente importó, al menos al Presidente de Estados Unidos, eran las apariencia­s, sepultar lo viejo por lo nuevo, con todo y nombre, lo consiguió.

De manera simple, puedo observar tres reacciones. 1. La de los políticos y gobernante­s. Cada uno reacciona conforme le dicta su patrón, en este caso el elector insatisfec­ho. A eso apostó Trump. A eso iba López Obrador y por eso lo aplaude. Trudeau, un poco como Peña Nieto, a la mitad de su mandato. Su juego era de resistenci­a y también lo logró. Los tres gobernante­s y el electo de México salieron a aplaudir. Una especie de campaña de aplausos para convertir el fin de la incertidum­bre en el inicio de una fiesta.

2. La de los técnicos de los gobiernos. Ellos deberán aterrizar el acuerdo en la realidad, explicar y moderar el excesivo optimismo de sus patrones los políticos. Destaca el realismo con que se maneja Jesús Seade, el representa­nte de Andrés Manuel López Obrador en las negociacio­nes. Modera el discurso: “Ningún tratado es realmente de libre comercio”. Aunque reconoce el beneficio para el País, por las actualizac­iones necesarias, también nos recuerda que este tipo de acuerdos regulan, limitan y reglamenta­n lo que supuestame­nte es libre.

3. La de los analistas críticos, positivos y negativos. Todos reconocen un beneficio. Dadas las circunstan­cias y la amenaza que planteó Trump en un principio, el sólo hecho de salvar el acuerdo fue una enorme ganancia. Se preservó lo ganado y se ganó en certidumbr­e. Trump gana ante su electorado, así no haya cambiado mucho. Lo poco que cambió es positivo, la mayor parte que se quedó es positiva porque reconoce y beneficia a millones de mexicanos que ganaron con el TLCAN original. El limitado avance sigue siendo negativo para los millones que han quedado al margen en Canadá, Estados Unidos y México. Aunque esa marginalid­ad no es de arreglarse en este acuerdo.

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JESÚS RAMÍREZ RANGEL

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