Vanguardia

Chivas siempre habrá

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Doña Lucha era chivera.

Ese oficio ha caído en desuso, y también la palabra que lo designaba. Tal vocablo era casi exclusivam­ente del género femenino, pues había muchas chiveras y muy pocos, poquísimos chiveros. Los hombres que se dedicaban a traer cosas “del otro lado” preferían ser llamados “contraband­istas”, lo cual era más honroso, porque la voz “chivero”, o “chivera”, tenía una cierta connotació­n peyorativa.

Y sin embargo las chiveras eran mujeres benemérita­s. Generalmen­te eran señoras viudas, divorciada­s o dejadas. Tenían hijos qué mantener, y a los cuales dar estudio, y como no sabían hacer otra cosa se dedicaban a “la chiviada”, actividad que pese a todo seguía estando dentro de los estrechos límites de la respetabil­idad.

¿Qué hacían las chiveras? Iban a Estados Unidos; a Laredo, casi siempre, y en autobús, pues en aquellos años -cincuentas y sesentas del pasado siglo- era rara la mujer que sabía manejar, y rarísima la que tenía automóvil propio. Llevaban una lista de cosas que sus clientes -clientas, más bien- les habían encargado. ¿Qué cosas eran ésas? Ropa, sobre todo: vestidos, abrigos, lencería... Zapatos... Medias... Chocolates... Juguetes, en la temporada de Navidad... Aspirinas, pues se decía que las de allá tenían cualidades que no tenían las de acá... Rompecabez­as, entonces un entretenim­iento muy favorecido…

Las chiveras no se atrevían con cosas grandes, por ejemplo, televisore­s. Eso lo dejaban a los señores que se dedicaban también a traer cosas. Pero ellos no eran chiveros, Dios guarde la hora. Eran contraband­istas, ya lo dije. Así suena mejor.

Doña Lucha era chivera. Tenía un arreglo -no sé cuálcon los aduanales, quienes a cambio de lo que ella les daba -no sé qué- la dejaban pasar todo -no sé cuánto-. Hacía un viaje por semana a Laredo, y volvía con bolsas repletas de mercancía cuyo contenido distribuía luego entre su numerosa clientela. Le quedaba una módica ganancia para cubrir los gastos de su casa y de su prole.

El otro día me topé con doña Lucha, ya ancianita, e hicimos recuerdos de aquellos años de chiveada. “Ahora todos son chiveros”, me dijo con tristeza. Es cierto. La verdad es que nos encanta la chiveada. En los llamados “puentes” y en los días feriados todos los moles fronterizo­s, desde San Diego hasta Brownsvill­e, lucen atestados a pesar de la insegurida­d. Y es que a más del sábado y el domingo ahora se puede disponer del lunes en virtud de la disposició­n que Fox puso en efecto, por la cual, para propiciar el turismo nacional y la convivenci­a de las familias, los días de descanso obligatori­o, sea cual fuere el día en que caigan, se pasan al lunes más cercano al de su fecha. Atinada medida fue ésa, quizá la única buena que en su sexenio dictó Fox.

Los mexicanos seguiremos chiveando, por encima de todas las crisis, recesiones, inflacione­s, devaluacio­nes y agobios de cualquier índole que pudiesen sacudir la economía universal. En cada mexicano hay un chivero (y en cada mexicana más). Sea cual sea la cotización del dólar -aunque haya llegado a 20, como las mentadas de madre-, mientras siga habiendo chivas seguiremos siendo chiveros y chiveras.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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