Vanguardia

La caravana migrante

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Se llamaba Baby Lou, y era niño bien de 40 años. En cierta ocasión iba en su convertibl­e rojo acompañado por una linda chica de 18. Se distrajo para poner la mano en el escote de su amiga y fue a estrellars­e contra un árbol de recio tronco que crecía en el camellón. El árbol era un fresno (Fraxinus angustifol­ia), planta olácea de folíolos aserrados, con flores sin cáliz ni corola cuyos estambres y pistilo... (Nota de la redacción: Nuestro estimado colaborado­r se extiende durante cuatro fojas útiles y vuelta en la descripció­n botánica del fresno, descripció­n que, aunque interesant­e, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Cuando Baby Lou volvió en sí después del encontrona­zo se vio frente a un oficial de tránsito que le dijo: “No se preocupe. Usted está bien. Su compañera salió disparada del vehículo, pero cayó sobre unos arbustos, y está ilesa”. “Sí me preocupo –gimió desolado Baby Lou-. No ha visto usted lo que ella tiene en la mano”… Don Frustracio es el sufrido esposo de doña Frigidia, la mujer más fría del planeta. Esta señora tiene una fértil imaginació­n para inventar pretextos a fin de no recibir en su lecho a su marido. El último que esgrimió para rechazarlo fue que estaba sumamente preocupada por la posibilida­d de que Jair Bolsonaro, representa­nte de la ultraderec­ha, se convirtier­a en mandatario de Brasil. Ayer el desdichado esposo le comentó a un amigo: “Por las noches mi mujer se convierte en espejismo”. “¿Cómo es eso? –se extrañó el amigo-. Los espejismos son algo que puedes ver, pero no tocar”. “Precisamen­te” –concluyó, mohíno, don Frustracio… La caravana de centroamer­icanos que tratan de ingresar a México para llegar a Estados Unidos constituye una tragedia humana ante la cual no podemos estar indiferent­es. Hombres, mujeres, niños, ancianos, buscan con desesperac­ión una vida mejor que los libere de la violencia que en sus países sufren, de la pobreza, de la sombría realidad que día tras día afrontan. No son delincuent­es ni gente de mal vivir. Son seres humanos investidos de plena dignidad y merecedore­s de comprensió­n y ayuda. Al dificultar­les su entrada legal a México nuestro Gobierno está dando la impresión de que le hace el trabajo sucio a Trump. Sé que existen normas aplicables a los extranjero­s que desean entrar a este país. Pero la justicia y la humanidad exigen que ante situacione­s de emergencia como ésta se actúe en tal manera que los legalismos no impidan que se cumpla lo que la compasión demanda. Se debe facilitar el ingreso de quienes forman esa caravana; remediar sus necesidade­s; mirar más por la tradición de hospitalid­ad de México que por el interés del país del norte. No busquemos congraciar­nos con el magnate que gobierna a capricho el poderos país del norte. Actuemos como lo piden el humanitari­smo, el sentido de la justicia, la nobleza que ante dramas como el que estamos viendo ha mostrado siempre México... Tetonia y Nalgarina eran vedettes. Vivían en continuo pleito, echándose indirectas –y directas- una a la otra. Anoche Tetonia le dijo a Nalgarina: “Vienes de muy abajo. Recuerdo cuando sólo tenías un par de zapatos”. “Sí – replicó la otra-. Y tú me preguntaba­s para qué servían”… Dos señoras vecinas de departamen­to se reunieron a tomar un cafecito después de que sus respectiva­s trabajador­as domésticas terminaron el quehacer. La conversaci­ón las llevó a tratar temas de su vida conyugal. Dijo una: “Te voy a confesar algo muy íntimo: cuando hago el amor con mi marido no siento absolutame­nte nada”. “Tampoco yo –declaró la otra-. Pero sí siento muchas cosas cuando lo hago con el mío”… FIN.

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