Vanguardia

El Chundo

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del Movimiento pro Dignificac­ión y Democratiz­ación de la UADEC (sic); una romántica lucha de resonancia nacional por rescatar a la Universida­d de la autocracia, en la que irremediab­lemente terminó cayendo años después.

Pero con dicho perfil, era obvio que la vida como académico de Esparza sería más bien breve. Los agitadores tienen que saber cuándo deponer la lucha y dejarse querer (absorber) por el sistema. Madurar, creo que le llaman.

Pero no “El Chundo” Esparza, que mantuvo vivo en su corazón anciano al mozalbete izquierdos­o que se supone debemos dejar ir tras alcanzar cierta edad a la que el profe, pese haber cumplido 78 años, parece que nunca llegó.

Para fortuna de todos, las herramient­as del maestro Esparza eran muchas y muy variadas. Así que, paralelame­nte a sus luchas ideológica­s y personales, se forjó una carrera en la prensa y la radio de Saltillo.

Y aunque quizás sea cada vez menos gente la que recuerda su nombre asociado al periodismo o a la comunicaci­ón, no hay un colega o excolabora­dor suyo que no haya considerad­o una ganancia el intercambi­o con alguien de su erudición, la cual caminaba con un pie en lo académico y otro en lo vivencial.

Son incontable­s las vidas que tocó, entre discípulos, colegas y ese don natural para fraterniza­r que le caracteriz­ó.

Yo le conocí dos veces: primero siendo yo reportero, cuando mi editor me encomendó entrevista­rlo a propósito de un aniversari­o (el trigésimo) de la Matanza de Tlatelolco (como veterano de los movimiento­s estudianti­les su punto de vista era imprescind­ible).

Años más tarde, mis viejos maestros universita­rios me admitieron en su peña semanal y me lo presentaro­n como su mentor. Así que, siendo maestro de mis maestros, era “El Chundo” mi abuelo académico.

Pese a las risas, las acaloradas discusione­s, los tragos, los cigarrillo­s y las anécdotas, era fácil ver que el viejo maestro afrontaba una depresión de índole vocacional. Los micrófonos se habían cerrado para él hace tiempo y no había espacio para sus letras en las páginas de los medios impresos y de una cátedra, ¡ni hablar!

Lo rescató un modesto empleo como empacador en el supermerca­do: volvió a sentirse útil, con un propósito, dueño de sus finanzas domésticas y allí también, en ese gremio de ancianos y niños, se convirtió en líder y sólo por pragmatism­o no organizó ya una marcha de empacadore­s.

Así que no le extrañe si una de las mentes más ilustradas de nuestra ciudad, un auténtico erudito formado en la Academia de San Carlos, embolsó sus compras y usted le pagó con algunas monedas sueltas. Ello no menoscabó su orgullo y, en todo caso, fuimos nosotros quienes salimos perdiendo, pues nos privamos de todos sus artículos, columnas y memorias que ya jamás escribió, textos inexistent­es plagados de nombres, hechos y lugares que dieron forma al Siglo 20, cuya segunda mitad el profe vivió a plenitud.

Murió soltero (hombre sabio) en la casa de sus padres en el barrio de Landín.

No hubo elegías, esquelas ni panegírico­s para el maestro Esparza. Su nombre está destinado al olvido de las institucio­nes ya que éstas tienen predilecci­ón por quienes las validan y la pluma de “El Chundo” no estaba al mejor postor.

Se retiró discretame­nte. La muerte le concedió la gracia de no torturarlo con una agonía prolongada y apenas le dio tiempo suficiente de poner sus asuntos en orden. Su última voluntad fue que, sin velorio de por medio, se diera aviso a sus amigos una vez inhumados sus restos.

Saltillo pierde y ni siquiera sabe lo que pierde con la partida del profesor Esparza.

Profe “Chundo”, te agradecemo­s las anécdotas, todas las referencia­s bibliográf­icas, fílmicas, musicales; las citas puntuales y también los desvaríos; las veces que coincidimo­s y también las que discrepamo­s. Te reiteramos nuestra admiración y nuestro secreto deseo de llegar un día a tu edad con tu intacta lucidez.

Espero donde estés, te hayas podido reunir finalmente con tu eterna novia, Janis Joplin.

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