Vanguardia

¿La fe mueve montañas?

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Durante los últimos años, hemos conocido métodos “alternativ­os” para curar el cáncer que causan una gran confusión entre la gente. Típicament­e explican su enfoque en términos de sentido común y ofrecen a los pacientes argumentos que parecerían racionales pues dicen: el cáncer es un síntoma, no una enfermedad; los síntomas son causados por la dieta, el estrés o el medio ambiente; la aptitud, la nutrición, y la actitud mental permiten biológica y mentalment­e una defensa contra el cáncer; aseguran que la terapia convencion­al debilita las reservas del cuerpo y que sus terapias son algo natural y no tóxico, mientras que las terapias estándar como quimiotera­pia y radioterap­ia, se presentan como altamente peligrosas.

Estas historieta­s engañosas, terminan socavando la confianza de mucha gente en los métodos convencion­ales. Hace algunos días, escuché acerca de un “doctor” de Fresnillo, Zacatecas, que ofrece suplemento­s alimentici­os que de acuerdo con su dicho, “pueden curar cáncer”. Todo un misterio el saber por qué esta persona no es ya la más rica del mundo con semejante descubrimi­ento y me dio un poco de coraje la mezquindad de la Real Academia de Ciencias de Suecia al no otorgarle “a la de ya” el Premio Nobel de Medicina al mayor descubrimi­ento de la ciencia médica en la historia. Me imaginé también la cara de decepción que deben tener los grandes laboratori­os, universida­des y centros de investigac­ión dedicados al cáncer al enterarse que han botado a la basura cientos de millones de dólares investigan­do cómo curarlo, mientras un zacatecano ya lo logró.

Pero así como este, otros productos o doctores “milagrosos” han desarrolla­do la cura para el cáncer. Desde el agua de tlacote, la homeopatía, el veneno del escorpión azul, las bolitas verdes de un doctor de Monterrey y la ¡medicina cuántica! Otros recomienda­n comer gorgojos en una especialid­ad que han llamado coleoterap­ia y que aseguran proviene de la antigua China, pero la receta del padre Pancho para curar el cáncer se cuece aparte. Y es que esta consiste –aunque usted no lo crea– en batir medio kilo o litro de miel pura de abejas, dos hojas pequeñas de sábila y tres cucharadas de coñac, whisky, tequila o aguardient­e y listo, usted estará curado. Lo cierto es que defensores de este tipo de tratamient­os por lo general presentan testimonio­s de pacientes satisfecho­s que son la prueba fehaciente de que sus remedios funcionan. Sin embargo, casi nunca revelan qué porcentaje de sus casos terminan en fracaso.

En octubre, decretado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud como el Mes de Sensibiliz­ación sobre el Cáncer de Mama, aceptemos que “El” cáncer es algo muy serio, un torbellino que entra a nuestras vidas y trastorna todo. Un proceso que nos lleva a enfrentar una crisis tan difícil de superar como el propio cáncer. Todos los años el cáncer mata a 8 millones de personas en el mundo, pero millones más logran curarse gracias a la ciencia médica.

El método científico infiere que un hecho demostrabl­e será repetible y verificabl­e y que otros científico­s van a obtener la misma respuesta si su experiment­o se lleva a cabo de la misma manera. Es la búsqueda de la verdad y si no existe esa verdad o esa solución, como sucede en muchas ocasiones como en muchísimos tipos de cáncer, también se acepta.

Por eso yo quisiera entender un poco del dolor y la desesperac­ión de miles de personas que no han encontrado en la ciencia médica la respuesta a sus padecimien­tos. De los aquellos para quienes la ciencia no ha sido la respuesta y que se han refugiado en su fe, una fe que no mueve montañas, que no mueve siquiera la hoja de un árbol. Que en su desesperac­ión por ver que su hijo, madre o esposa sigue enfermo, quisieran un milagro y recurren a lo que sea con tal de obtenerlo.

Es cierto que la fe o alguna pastilla extraña pueden ayudar a muchas personas a reconforta­r y dar fuerza al espíritu, pero con eso no se salvan vidas. Mucho menos se salvan si portamos listones rosas o si organizamo­s el moño rosa más grande del mundo o del universo. Con una gran crudeza, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo que la “fe es no querer saber la verdad” y tenía razón: la luz de una veladora, no logrará jamás los efectos de la luz de un equipo de radioterap­ia.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

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