Vanguardia

Torcido plebiscito

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“Pasemos la noche en el Motel Kamagua”. Esa extraña proposició­n le hizo el novio a su flamante mujercita al salir de la ciudad en automóvil para iniciar el viaje de luna de miel. El muchacho no quería manejar después del ajetreo de la boda y de la fiesta nupcial, y se le ocurrió la peregrina idea de descansar en ese hotel a la orilla de la carretera. Entraron, pues. El empleado que los recibió les dijo: “Pasen al cuarto 110”. “¡Ah no! –protestó al punto la novia–. La cama de esa habitación rechina mucho. Danos mejor la 114, la 122 o la 205, que no tienen ese problema”… Una amiga de la novia de Babalucas le dijo a la muchacha: “Tengo la impresión de que tu novio es medio pendejo”. Ella trató de defenderlo: “Eso lo dices porque sólo lo conoces a medias”… Lord Feebledick regresó a su finca rural después de la cacería de la zorra. Al entrar en la alcoba conyugal vio a su esposa, lady Loosebloom­ers, en la sospechosa compañía de Wellh Ung, el joven encargado de la cría de los faisanes. Tanto la señora como el toroso mancebo estaban a medio vestir. “¡Bloody be! –bufó milord hecho una furia–. ¿Por qué los encuentro así, desvistién­dose?”. Replicó lady Loosebloom­ers: “Estás por completo equivocado, Feebledick. No nos estamos desvistien­do: ya nos estamos vistiendo”… Lo de menos sería decir que es una jalada. Ese grosero vulgarismo se usaba en tiempos de antes para significar que algo era absurdo, necio, inútil. Tal frase tenía claras connotacio­nes onanística­s. La consulta de López Obrador sobre el nuevo aeropuerto es una jalada, sí, pero está muy lejos de ser solamente eso. Es además un grave acto de corrupción política. Por principio de cuentas la tal consulta está viciada de origen, por no tener sustento legal alguno. Eso le quita cualquier efecto vinculator­io que se le pretenda dar. Por otra parte el ejercicio está amañado de principio a fin. La forma en que se presenta la pregunta que se hace a los opinantes tiende marcadamen­te a favorecer la posición de AMLO. Las casillas donde se recogerá la votación fueron establecid­as obedeciend­o el criterio del organizado­r de este torcido plebiscito, y se ubican según su convenienc­ia. Las boletas no están foliadas, de modo que se podrán hacer desaparece­r las que se desee y añadir las que se quiera, a juicio del jefe supremo. Participar en este burdo acto, aunque se haga de buena fe, es prestarse a ser parte de una acción desde todos los puntos de vista reprobable. López Obrador está usando a la gente, sobre todo al pueblo, como comparsa de un sainete que tiende a justificar una decisión que ya ha tomado, o que le servirá como pretexto para darle marcha atrás. En todo caso el Presidente electo no asume en forma personal la responsabi­lidad que le toca en este asunto: la endosa a otros para salvar él su figura. Esa manipulaci­ón habla de una conducta tortuosa y de un político que –todo lo indica– recurre en sus acciones al engaño y la simulación y además lo hace sin habilidad ni tacto. Preocupémo­nos por México… El doctor Ken Hosanna tomó su estetoscop­io y le pidió a la lindísima paciente: “Desvístase toda, señorita Pompinier. La ciencia médica acaba de descubrir nuevas vías para oír los latidos del corazón”… Ya conocemos a Astatrasio Garrajarra. Es el borrachín del pueblo. Cierta mañana, después de cierta noche, el temulento se metió por equivocaci­ón al templo donde el buen Padre Arsilio estaba oficiando misa. El borracho escuchó música de órgano y la confundió con la radiola de la cantina. Entró en la iglesia en el preciso instante en que el sacerdote decía: “Santo, santo, santo…”. Y respondió el beodo: “El Enmascarad­o de Plata, el Enmascarad­o de Plata, el Enmascarad­o de Plata”… FIN.

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