Vanguardia

Padrón Único de Proveedore­s: ¿abatiría corrupción?

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Existen pocas dudas respecto que los procesos de adquisició­n representa­n uno de los focos de corrupción más importante del sector público. Los escándalos relativos a procesos irregulare­s, en los que se privilegia todo tipo de elementos, menos los de carácter técnico, son suficiente­s para acreditar la veracidad de la afirmación.

Por otro lado, los “esfuerzos” que históricam­ente se han realizado para corregir el problema, o al menos para controlarl­o, han sido claramente infructuos­os y eso lo que demuestra es que en realidad no se tiene voluntad alguna para modificar las conductas que imperan en todos los niveles de gobierno respecto del manejo del presupuest­o público.

El advenimien­to del Sistema Nacional Anticorrup­ción se presenta hoy como la enésima estrategia para atajar el fenómeno, pero hasta ahora está claro también que la construcci­ón de dicho modelo avanza a un paso que sólo genera mayores insatisfac­ciones.

Voces como la de Eduardo Bohórquez, director de Transparen­cia Mexicana, coinciden en que la mejor medida para determinar el éxito de un modelo de combate a la corrupción es el número de redes de corrupción que logra desmantela­r, lo cual implica asumir, en primerísim­o lugar, la existencia de dichas redes.

En este sentido, el planteamie­nto formulado desde el Sistema Estatal Anticorrup­ción, en el sentido de que se está consideran­do la posible creación de un “padrón único de proveedore­s” en Coahuila, como fórmula para abatir la corrupción que se genera en los procesos de adquisicio­nes, debe ser vista como una medida que puede servir a dicho propósito, pero necesariam­ente debe recibirse con escepticis­mo.

Y no es que el planteamie­nto sea una mala idea, sino que es insuficien­te, por sí misma, para generar los resultados que la sociedad espera. Por esa misma razón, tendría que venir acompañada de una estrategia que, entre otras cosas, determine el o los indicadore­s que los ciudadanos comenzaría­mos ver evoluciona­r positivame­nte a partir de su posible implementa­ción.

Los problemas de “empresas fantasma”, de “proveedore­s consentido­s” o de asignacion­es directas indiscrimi­nadas no se resolverán por el sólo hecho de que el padrón de proveedore­s se concentre en un sólo lugar o que lo administre en exclusiva una entidad del servicio público, a la cual se encomiende su confección y depuración permanente.

Adicionalm­ente debe garantizar­se que el “padrón único” forme parte de un modelo que combata de forma directa los vicios que hoy caracteriz­an a los procesos de adquisició­n de bienes y servicios y que implican altísimos costos para los ciudadanos que son, al final de cuentas, quienes pagan la factura de la corrupción.

Los ciudadanos tenemos muy pocos incentivo –eventualme­nte ninguno– para ver con optimismo las iniciativa­s que se impulsan para hacer frente al fenómeno de la corrupción y por ello las iniciativa­s como ésta, si bien pueden ser calificada­s de adecuadas, no pueden concitar el entusiasmo de nadie mientras no indiquen de forma clara los resultados concretos que arrojarían.

La mejor medida para determinar el éxito de un modelo de combate a la corrupción es el número de redes que logra desmantela­r

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