En política exterior: la regresión
La fracción X del Artículo 89 Constitucional señala, como una de las facultades y obligación del Presidente de la República: “Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, así como terminar, denunciar, suspender, modificar, enmendar, retirar reservas y formular declaraciones interpretativas sobre los mismos, sometiéndolos a la aprobación del Senado. En la conducción de tal política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales...”.
Observe, usted, que al final del párrafo hay unas palabras que quedaron como legado de lo que sí se hizo en 12 años de gobiernos del PAN, cito: “El respeto, la protección y promoción de los derechos humanos…”. Son muy sencillas pero importantes, porque imprimieron un giro a la política exterior del Gobierno Mexicano al que no gustaba opinar sobre nada que sucediera en otras partes del mundo para evitar juicios contrarios al régimen autoritario que prevalecía al interior. Hoy, la letra de la Constitución y la práctica internacional, vuelven cosa común la opinión externa sobre asuntos internos, particularmente en materia de derechos humanos y democracia.
Es probable que no observemos y valoremos cada vez que Human Rights Watch, Transparencia Internacional, la OEA o la ONU hacen alguna observación; últimamente es frecuente que eso suceda en materia de seguridad pública o corrupción. Quienes creemos en la democracia y la transparencia celebramos que esto así sea. De igual forma, la sociedad civil, organizada o no, colectiva o individualmente, desde la comodidad de las redes sociales o presente en las zonas de conflicto; y el gobierno de México han venido opinando, velando y promoviendo los derechos humanos. Me parece prudente y no me molesta que Estados Unidos, Canadá o la UE, aconsejen a sus ciudadanos no visitar ciertos lugares mexicanos de interés turístico, porque hacerlo es peligroso. Me molesta, sí, la ineptitud de las autoridades que no aciertan a atender y resolver los problemas.
La política interior y exterior de México y el mundo se han abierto. Esa apertura va acompañada de un proceso de democratización. El mundo se allanó. Millones de personas pueden responder, criticar o hasta aplaudir, directamente las locuras de Trump, de Nicolás Maduro o de quién sea. Los pucheros de regímenes autoritarios no detienen los millones de tweets que los exhiben y condenan. Los mismos dictadores acuden a esos medios para defender con mensajes populistas y nacionalistas su forma de gobernar y oprimir a sus pueblos y vecinos.
Personalmente, a través de las redes y en este espacio, he aplaudido los muy buenos anuncios del Presidente electo. Considero que Marcelo Ebrard es una persona preparada y con capacidad para ser un buen canciller de la República. Pero ignoro si por exceso de protagonismo, por ansia de ejercer el poder o por mera convicción se le ve empeñado en consumir, antes de tiempo, el bono democrático de una elección como la de julio pasado.
¿Habrán analizado las consecuencias de la actitud sumisa de Peña Nieto frente a Trump? El pueblo alzó la voz y exigió respeto al Ejecutivo mexicano. Ese mismo pueblo lo obligó, al menos de palabra, a modificar su aproximación a la caravana de migrantes centroamericanos por traicionar la esencia solidaria de nuestro País. Ese mismo pueblo seguirá levantando la voz, y el Presidente electo y su canciller se equivocan si piensan controlarlo con mensajes simplistas, abstractos o acusaciones de complot.
Andrés Manuel resultó electo porque el nefasto y corrupto PRI y el mediocre y autodestructivo PAN no fueron opciones creíbles. Con grandes reservas, muchos votamos por el cambio, sabedores de que cambiar era mejor o menos peor que continuar igual. Nadie va a renunciar a la libertad conquistada, la misma que deseamos y exigimos para todos los pueblos de la tierra, particularmente para los oprimidos, sin distingos del signo ideológico de sus gobernantes.
Invitar al dictador Nicolás Maduro a la toma de protesta de un Presidente electo democráticamente es una falta de respeto a los mexicanos y más aún al pueblo venezolano. Las fotos de Chávez y Maduro, con Calderón y Peña Nieto no justifican el hecho, sólo exhibe que también ellos cometieron ese mismo error. Proclamar que no puede dejarse fuera a nadie, que seremos amigos de todos, los llevará a un callejón sin salida. ¿Tendrán que invitar a Bolsonaro, con todo y lo que representa? Ante todo, México debe ser respetuoso de los Derechos Humanos, dentro y fuera de nuestras fronteras. Es el primer paso, el más elemental, lo dice la Constitución. Los derechos humanos, su promoción y protección, llevan prioridad por encima de cualquier otra consideración.