Vanguardia

LA CULPA DEL ASNO NO SE HA DE ECHAR A LA ALBARDA

- JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

El Quijote II, 66 Después de ser derrotado a las afueras de Barcelona por el Caballero de la Blanca Luna, regresa don Quijote a su aldea junto con su fiel escudero Sancho Panza, dispuesto a cumplir su palabra de abandonar durante un año el ejercicio de las armas y dedicarse al pastoreo de ganado.

En el camino platica don Quijote con Sancho sobre su desventura, la que le causa gran pesadumbre. El escudero le propone que para no ir de regreso a su aldea con carga innecesari­a “Dejemos estas armas colgadas de algún árbol, en lugar de un ahorcado”. En principio don Quijote está de acuerdo, pero ya no lo está cuando el escudero sugiere que “si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado”.

Segurament­e tal proposició­n de Sancho obedece a que previament­e don Quijote había insinuado que su derrota en el duelo con el Caballero de la Blanca Luna se debió a la flaqueza de su caballo Rocinante, pues lo derribó durante la batalla, en contraste con el poderoso caballo de su adversario. A pesar de ello, difiere de la opinión de Sancho.

El escudero termina por conceder la razón a su amo: “Muy bien dice vuesa merced –respondió Sancho-, porque, según opinión de discretos [personas de buen juicio], LA CULPA DEL ASNO NO SE HA DE ECHAR A LA ALBARDA; y pues de este suceso vuesa merced tiene la culpa, castíguese a sí mismo, y no revienten sus iras por las ya rotas y sangrienta­s armas, ni por la mansedumbr­e de Rocinante”.

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