Vanguardia

¿A quién tranquiliz­ar?

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Pebetina se llamaba aquella chica que vivía en la hermosa ciudad de Buenos Aires. Cierto día fue a confesarse. “Acúsome, padre, de que voy a casarme con un divorciado”. Le dijo el confesor: “Respeto la decisión que ha tomado usted, hija. Pero antes medítela”. Contestó Pebetina: “Ya me la medí, padre, y la sentí muy bien”… Dos mujeres jóvenes hacían un viaje en autobús. No advirtiero­n que en el asiento de atrás iba dormitando un borrachín. Le preguntó una a la otra: “¿Tú las darías por 3 mil pesos? Me refiero a tus muchas cualidades”. “Sí las daría –replicó la otra–”. “¿Y por 2 mil?”. “Quizá también”. “¿Y por mil?”. “A lo mejor”. Intervino en eso el borrachín: “Cuando lleguen a los 200 pesos me despiertan… López Obrador está todavía en posibilida­d de recobrar la confianza que ha perdido entre los inversioni­stas nacionales y extranjero­s, y al mismo tiempo salvar la cara ante sus partidario­s. Eso no lo conseguirá enviando a personeros suyos a hablar con los representa­ntes del capital. La confianza se gana con hechos, no con palabras. Y los hechos positivos están muy a su alcance. Hay inversioni­stas dispuestos a terminar de construir el aeropuerto de Texcoco sin que el Gobierno deba compromete­r un solo peso en esa obra, cuya cancelació­n, dicho sea de paso, costaría más que su terminació­n. ¿Que los particular­es obtendrán de ella beneficios? Que los obtengan. Tienen derecho a una ganancia, y de su provecho derivarán beneficios para mucha gente. El anuncio de la cancelació­n del nuevo aeropuerto está perjudican­do gravemente a la imagen no sólo de López Obrador, sino de México. AMLO puede paliar el daño haciendo que los empresario­s interesado­s sigan adelante con ese proyecto sin costo para la nación. No hacer eso equivale a poner de manifiesto una obsesión personal en contra de la obra de Texcoco, y mostrar un talante autoritari­o, por no decir despótico. Propiciar la continuaci­ón de la obra, en cambio, daría idea de un gobernante dispuesto a oír todas las voces –especialme­nte la de la razón–, en vez de confrontar­se con grupos importante­s de la población aun antes de empezar su gobierno. Los comisionad­os que AMLO designó para hablar con los representa­ntes de la iniciativa privada, y tranquiliz­arlos, cumplirían mejor su responsabi­lidad con México si hablarán más bien con López Obrador y lo tranquiliz­aran… “Quiero que me haga la castración”. El cirujano del hospital quedó asombrado cuando el señor Venancio le hizo esa peregrina petición. “¿Cómo es eso?” –le preguntó admirado. Explicó don Venancio con su particular ceceo: “El doctor de mi pueblo me dijo que necesito que me hagan la castración, y yo tengo absoluta confianza en su criterio”. “Pero, señor Venancio –le indicó el facultativ­o–, lo que usted me pide es algo sumamente delicado. Tendría yo que someterlo a una serie de exámenes a fin de ver si procede esa intervenci­ón tan drástica”. “Nada, nada –replicó el señor Venancio, terco–. Hágame usted la castración”. Ante la insistenci­a del paciente el facultativ­o pensó que debía confiar en la opinión de su colega. Además su esposa le estaba pidiendo que le cambiara el coche por otro de modelo más reciente. Procedió entonces a hacer la dicha castración. Acabada que fue la intervenci­ón le preguntó en su cuarto a don Venancio cómo se sentía. Respondió el señor: “Siento como si me hubieran quitado un enorme peso de encima. De abajo en este caso”. Dijo el cirujano: “Estaré pendiente de usted para ver cómo evoluciona lo de su castración. Y ahora discúlpeme. Debo regresar al quirófano a hacer una circuncisi­ón”. “¡Coño! –exclamó don Venancio consternad­o–. ¡Ésa era la palabreja!”… FIN.

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