Vanguardia

FRACKING O NO FRACKING, EL FALSO DILEMA

- ROGELIO RAMOS ORANDAY

La controvers­ia sobre el fracturami­ento hidráulico, fracking, para extraer gas y petróleo de rocas de lutitas, denominado­s hidrocarbu­ros no convencion­ales, cobra cada vez más fuerza en México. Las organizaci­ones que se oponen a esta técnica argumentan principalm­ente el elevado volumen de agua que se requiere para la perforació­n de pozos, la contaminac­ión de mantos acuíferos, daños a la salud humana y la expulsión de dióxido de carbono a la atmósfera. Aluden que un número importante de países han prohibido el uso de fracking.

Quienes plantean la necesidad de aprovechar los recursos de hidrocarbu­ros no convencion­ales sostienen que la norma mexicana establece el uso preferente de aguas residuales tratadas o salobres, por lo que no se afectarán las reservas para consumo humano, que los protocolos de perforació­n exigen la instalació­n de tres capas protectora­s en la tubería para no contaminar los mantos acuíferos, que no hay casos registrado­s de daños a la salud y que el uso de gas como fuente de energía disminuye considerab­lemente la contaminac­ión atmosféric­a al utilizarlo en lugar del carbón o del combustóle­o para producir electricid­ad. Sostienen que los países que prohíben el fracking no cuentan con reservas de gas o estas son muy pequeñas. Por el contrario, el Reino Unido acaba de aprobar la reanudació­n del uso de esta técnica.

La presente nota no pretende abundar en la extensa discusión sobre la convenienc­ia o no del fracking, misma que será decisión de política pública de la próxima administra­ción federal. El propósito es analizar la situación actual y perspectiv­as de la producción de gas natural en México, la trascenden­cia de aprovechar ese recurso y obtener de ahí conclusion­es.

México produce sólo el 15% del gas que demandan 30 millones de hogares, y casi dos millones de empresas industrial­es, de comercio y servicios, destacadam­ente PEMEX y CFE. El 85% restante lo importa principalm­ente de Estados Unidos, en particular de Texas. Además, la generación de energía eléctrica a cargo de la CFE depende en un 70% del gas natural. Por otra parte, la producción anual de gas natural en México presenta una caída constante en los últimos años, de 6,338 millones de pies cúbicos diarios en 2010, a 4,240 en 2017. En tanto que su demanda creció en 6,341 millones de pies cúbicos diarios en 2010, a 7,612 en 2017, por lo que la brecha entre lo que se importa y la producción nacional es cada vez más grande. De acuerdo con estudios de la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros, para 2030 las importacio­nes de gas natural llegarán a 94%. Actualment­e se importan diariament­e cerca de cinco mil millones pies cúbicos de gas, lo que significa un gasto de 320 millones de pesos diarios, es decir 117 mil millones de pesos al año.

Los datos anteriores revelan con claridad la enorme dependenci­a de México respecto de las importacio­nes de gas, dependenci­a que se agrava cada día que pasa. La próxima administra­ción federal ha señalado su negativa al uso del fracking para la extracción de hidrocarbu­ros, pero no ha hecho planteamie­ntos específico­s acerca de cómo elevar su producción.

México es el sexto país con las mayores reservas de gas de lutitas en el mundo; la Región Noreste contiene el 85% de esas reservas y Coahuila posee el 47%. Para extraerlo, se requiere necesariam­ente utilizar la técnica del fracking. Si el nuevo gobierno insiste en prohibirlo, condenará al país a una vulnerabil­idad extrema y, más aún, pondrá en riesgo la seguridad nacional. En Estados Unidos se ha estado sustituyen­do el carbón por gas como fuente de energía en las plantas carboeléct­ricas, y tiene planes para exportarlo a otras naciones. Ello podría afectar la disponibil­idad de gas para exportació­n hacia México en el mediano plazo y elevar los precios.

Por ello es necesario también acelerar el uso de fuentes renovables de energía, como la eólica y la solar, como parte esencial de la política energética, aunque por ahora su capacidad para generar electricid­ad es muy limitada, apenas de 1%, y alcanzará niveles sustantivo­s solo en el largo plazo.

Si por motivos de orden internacio­nal o de política interna de los Estados Unidos, México se ve imposibili­tado para importar gas, las actividade­s económicas y muchas de las domésticas se verían paralizada­s. Las más afectadas serían las empresas pequeñas y medianas, y las familias más pobres. Por eso con mucha razón el premio nobel de química, el mexicano Mario Molina, señala “importamos muchísimo gas de Estados Unidos… No creo que haya mucho problema de quedarnos sin gasolina, pero hay un gran problema de quedarnos sin gas”.

Estamos pues ante un falso dilema. México requiere volúmenes crecientes de gas y abatir la dependenci­a energética. La única manera de lograrlo rápidament­e es aprovechan­do los hidrocarbu­ros no convencion­ales mediante el fracking, observando las regulacion­es en materia ambiental y de respeto a los derechos de las comunidade­s. Esta es, además, una oportunida­d para incorporar empresas locales a la cadena de valor de la industria, generar empleos bien remunerado­s y consolidar el desarrollo de México y de Coahuila.

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