Vanguardia

LA ÉPICA DEL ¿POR QUÉ?

Una cinta extraordin­aria de un hecho aparenteme­nte intrascend­ente, esta obra nos lleva a lugares mucho más recónditos de los que uno esperaría

- CARLOS DÍAZ REYES

¿Por qué hizo esta película Alonso Ruizpalaci­os? Nadie sabe por qué hace lo que hace, sólo la persona que lo hace. Y a veces ni ellos. Y aunque sepan, nunca te van a decir. ¿Por qué vamos al cine? Porque alguien me dijo que Ruizpalaci­os era un buen director. Porque hizo un par de años atrás “Güeros” (2014), un filme sublime, lleno de magia, aunque parecía que su historia no iba a ningún lado. Porque dicen que hizo llorar a Bob Dylan. Porque vivo cerca del Museo Nacional de Antropolog­ía e Historia y todos los días veo a Tláloc desde Paseo de la Reforma. ¿Por qué está ahí ese enorme pedazo de piedra? Hay muchos objetos antiguos ahí, cosas en vitrinas que tal vez fueron valiosas para otras civilizaci­ones, pero no sé, a mí no me dicen mucho. Están bonitas las piezas, tal vez y ya. ¿Por qué elegir “Museo” de entre otras en la cartelera? Porque a diferencia de lo que hay en esas vitrinas me dice algo. Algo fuerte, intenso y, sobre todo, bien hecho.

La película cuenta la historia de dos amigos que deciden robar el Museo Nacional de Antropolog­ía e Historia. Está inspirada en los hechos reales que conmociona­ron al país en 1985. Son finales de diciembre en la Ciudad de México, en los años 80 y Juan Nuñez (Gael García Bernal) tiene deseos de grandeza y una enfermedad de la que no sabemos mucho. Su plan es entrar a robar al museo en año nuevo con su amigo Benjamín (Leonardo Ortizgris), pero al enterarse que el lugar estará cerrado por mantenimie­nto, decide adelantarl­o para la Navidad. Con un método bien planeado, retiran las piezas más fáciles de transporta­r de la Sala Maya. ¿Qué hacer con ellas ahora? ¿Venderlas, guardarlas, tirarlas? ¿Cuáles son las motivacion­es de Juan para hacer todo esto? La aventura los lleva de las ruinas de Palenque a Acapulco, perseguido­s por las autoridade­s y sin tener mucha idea de nada.

Deténgase un momento, que no está ante una “película mexicana” cualquiera, aunque su protagonis­ta sea una de las grandes estrellas que ha dado el país. Digo “película mexicana” en el sentido más burdo y estereotip­ado de nuestros tiempos: comedias románticas, tramas facilonas, historia y cinematogr­afía cuya mayor ambición es ser un éxito en taquilla. “Museo” tiene mucho más que ofrecer y la esencia de ello es la visión de un autor. La trama, en sí, no tiene mucho de extraordin­ario y bien se podría prestar para lo antes descrito, pero este no es el caso. Cada quien cuenta sus historias de una manera, como, por ejemplo, en el párrafo anterior. Es la trama de dos ladrones y ya, ¿no es así? Lo que no puedo transmitir en una sinopsis escrita es la sensibilid­ad del director Alonso Ruizpalaci­os. Cómo cuenta esa historia, cambia todo. Hablamos de forma y fondo y decir que la cinta busca decir y transmitir sentimient­os más allá de inicio-conflicto-desenlace.

“Museo” es como un poema en prosa. Desde la narración del personaje de Ortizgris, que cuenta todo el filme, hasta la fotografía de Damián García, con quien Ruizpalaci­os ya había trabajado en su única cinta anterior, “Güeros”. Y hablando de ella, desde ahí podemos darnos una idea de esa sensibilid­ad visual-narrativa que menciono. Su primer largometra­je transcurre en varias partes de la Ciudad de México y aunque tiene un objetivo claro, se trata de una odisea que se pierde por donde le da la gana, como los mismos personajes, desubicado­s geográfica e internamen­te. Hay una sensación de estar buscando algo y aunque sepamos qué, no queda claro del todo. Vamos descubrien­do, como hipnotizad­os por la pantalla. En “Museo” es similar, una vez que los ladrones tienen las piezas, ¿ahora qué? La pérdida y la búsqueda es el tema recurrente y en su nueva cinta es la explícita pregunta: ¿por qué?

Lo emocionant­e no está en la respuesta, sino en formularla. Es casi una atmósfera lo que presenciam­os. Y a falta de mayores elementos y de poder preguntarl­e al director por qué hizo lo que hizo, con la idea de que me puede mentir y nunca revelar sus verdaderas motivacion­es, las cuales quizá ni él comprende, diré que el resultado es cuestión de forma. La forma del guion, primero, el cual ganó el Oso de Plata en la última edición del Festival de Cine de Berlín. Es el esqueleto de todo, donde se sostienen las ideas. Una es la cuestión de tener las piezas de diversas culturas en un lugar, el filme comienza hablándono­s del “robo” de Tláloc para llevarlo afuera del museo, donde hoy se ubica. ¿De quién son estas piezas y por qué es una afrenta llevársela­s? Ideas que rondan la cabeza de Juan, como la otra importante: su aburrimien­to y ganas de sobresalir. Está atrapado en una familia y rutina donde no se siente bien y esta es la principal razón por la que actúa de manera irracional.

La otra forma es la de las actuacione­s, la mencionada fotografía, la música de “La Noche de los Mayas” de Silvestre Revueltas y varias secuencias que dan una sensación casi onírica a todo el asunto, jugando incluso con la narrativa visual de las cintas mexicanas ochenteras. Lo que vemos no es una trama real, son memorias, interpreta­ciones y sí, sueños. Aunque no sepamos bien el por qué de todo, lo cierto es que Ruizpalaci­os y todos los involucrad­os tiene una precisión fabulosa para contarlo. Es de esas cintas que lo absorben a uno y aunque nos hace pensar en temas como la identidad cultural, el nacionalis­mo y hasta la estupidez y el egoísmo, no se siente como una aventura cerebral ni densa. “Museo” es casi ligera y no faltan los tintes de comedia, pero una comedia inteligent­e que pasa casi desapercib­ida, una que habla por sí misma en medio de un absurdo dramático, como un filme de los hermanos Coen.

Si este trabajo es una pieza mesoameric­ana (que no “prehispáni­ca”), sin duda estaría en una vitrina enorme como si del auténtico penacho de Moctezuma se tratara. Es casi un juego, donde una típica historia de ladrones es vista a través de una lente experta pero única. Se siente grande, épica, pero a la vez irónica, como si se burlara de sí misma y sus personajes. Quizá el ejercicio intelectua­l a veces se sobrepone al narrativo y cuesta trabajo agarrarle el hilo a todo, sobre todo al comienzo, pero es un detalle que se compensa o se olvida, hipnotizad­os por la magia fílmica. ¿Por qué, por ejemplo, está ahí la historia del incendio de la casa de los abuelos? ¿Qué tiene que ver con todo lo demás? Está genial y todo, pero, ¿por qué? Tal vez un ojo más experto se puede sentar a analizar a fondo los significad­os y símbolos, pero el resultado sólo será un punto de vista. Nadie sabe la verdadera respuesta del por qué. A veces ni los involucrad­os.

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