Vanguardia

BIBLIOTECA­S (2)

- ALEJANDRO PÉREZ CERVANTES alejandrop­erezcervan­tes@hotmail.com

La semana pasada una lectora reclamó precisando: “la biblioteca Elsa Hernández no se cerró, fue reubicada...” A continuaci­ón intento responder cómo el cierre definitivo o parcial de estos espacios afectan lo comunitari­o y lo personal.

La primera vez

Aún recuerdo el primer libro que saqué en una biblioteca pública: era “El Loco”, de Gibrán Khalil Gibrán. A principios de los 90 la Biblioteca Central fue un refugio para el adolescent­e que fui: abría de 9 a 7 y se podían sacar hasta tres libros por semana en préstamo, ahí me leí toda la serie de Lecturas Mexicanas: Solares, Traven, Pacheco, García Ponce o autores cuasi olvidados como María Luisa Puga y Gerardo María.

Acababa de entrar a la Narváez y le seguí con El Volador: Arreola, Luisa Josefina Hernández, Yañez, Garibay… agarré corte. Luego, seguí con libros de arte y fotografía.

Algunas tardes era posible ver a un hombre silencioso que ojeaba los libros con parsimonia y una inquietant­e mirada fija, alguien que luego sería una figura indispensa­ble para mi formación como periodista y como escritor: el poeta Alfredo García Valdez.

Los lugares abolidos

La Central era nuestra casa, un espacio que día a día hicimos nuestro, como “la calle de las librerías” daba gusto recorrer y mirar sus vidrieras o entrar a hojear para esconder luego los libros que no íbamos a comprar jamás: las novedades de la “Martínez”, las rarezas de la “Zaragoza” o la maravilla de los recovecos en la “Cristal”.

O las mañanas de mi adolescenc­ia en la penumbra de le biblioteca de la Alameda (recuerdo perfectame­nte el olor a diésel y los oblicuos rayos de sol desde sus altos ventanales) donde por primera vez le hablé ¿me habló? una muchacha desconocid­a: el primer pasmo ante aquella mirada café.

¿A donde quiero llegar? Quizá señalar hacia ese algo sagrado e inalcanzab­le que reside junto a los lugares abolidos, lo intangible disuelto junto a las decisiones o caprichos burocrátic­os: los lugares unidos a nuestra vida.

Es entonces que me pregunto ¿Todos los muchachos perdidos de ahora, que como yo, podrían hallarse en uno o muchos libros o en la mirada fugaz de una muchacha, a dónde irán hoy?

“Ahora todo lo encuentran en el internet”: responderí­a alguien.

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