Vanguardia

Dos hermanos

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

En cuestiones de literatura soy un heterodoxo. Y en todo lo demás también. Y por mi heterodoxi­a doy las gracias. Quien tiene dudas, como yo, camina haciendo eses igual que los borrachos, y en una de tantas eses puede rozar la verdad. En cambio el que camina derecho quizás no la tocará nunca, pues bien pude suceder que su camino, con todo lo recto que es, sea el equivocado. Lo cierto es que siempre ha dado más frutos la duda que la certidumbr­e.

Desde el seguro burladero de esa mi heterodoxi­a digo que me gusta más la poesía de Manuel Machado que la de su más conocido hermano Antonio. Una de las razones en que baso mi preferenci­a por Manuel es que su poesía es tan buena que nadie la ha tomado para ponerle música y hacer canciones con sus versos, como hizo Serrat con los poemas de Antonio. ¿Alguien sería capaz de ponerle música a la poesía de Góngora, que es toda música, o de San Juan de la Cruz, que es toda Dios?

En el momento en que pienso esto cae la lluvia. Sentado mi sillón en la casa del Potrero leo a Manuel Machado. Me lo reveló, en el bachillera­to del Ateneo, Guillermo Meléndez Mata, maestro de literatura y de vida. Nos hizo aprender de memoria el poema “Adelfos”. Un solo verso de ese precioso autorretra­to explica la esencia del poeta: “…tengo el alma de nardo del árabe español...”. Cantó Machado al amor que “después de serlo todo, es nada”: “...¡Oh la célebre lucha con la dulce enemiga!... La mujer -ideal y animal; gata y ángel que ama las nubes y el dolor y la cocina; tan significat­iva y tan insignific­ante... Al hablar del juguete que con nosotros juega lo hago sin gran rencor, que, al cabo, es la mujer el único enemigo que no quiero vencer. A mí no me fue mal. Amé y me amaron. Digo... Ellas fueron piadosas y espléndida­s conmigo, que les pedí ternura, nada más, y en sus senos divinos me embriagué de hermosura... Sabiendo, por los Padres del Concilio de Trento, lo que hay en ellas de alma, me he dado por contento. La mecha de mi frente va siendo gris. Y aunque esto me da cierta elegancia suave, por supuesto no soy, como fui antes, caballero esforzado y en el campo de plumas de Amor el gran soldado... Pero sigo pasando lista...”. Y resume: “...Las mujeres... Sin ser un Tenorio -¡eso no!tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo...”. El hermano de Manuel, Antonio, es -¿quién podría negarlo?uno de los más altos poetas en lengua castellana. Pero a mi juicio es demasiado poeta. Es como un poeta profesiona­l que siempre está en pose de poeta. Me hace recordar a Juan Ramón Jiménez. Un día sus amigos fueron a buscarlo en su casa, y su esposa les impuso silencio: -¡Shhh!... Juan Ramón está teniendo un poema. No así Manuel Machado. A él le fluía el poema sin esfuerzo, a lo gitano. Alguna vez hizo una confesión en la cual está toda la clave de su poesía: “... Antes que un mal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderille­ro...”. Me gusta un poeta así, torero. Después de todo los toreros son también poetas, aunque no lo sepan.

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