Vanguardia

Monclovita… 2/2

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El doctor Guillermo Enrique Guerra nació en San Pedro de las Colonias en agosto de 1919, pero se avecindó en Monclova (la bella, le dicen) para siempre. Es más de Monclova y no de San Pedro. Y cosa curiosa con esto de escoger uno, sus ciudades afectivas o ideales. El magistrado Francisco Gómez y Gómez nació en Saltillo, pero se avecindó en San Pedro de las Colonias y ya luego en Torreón, por lo cual el hombre dice ser de San Pedro. Ama ese terruño árido al cual es necesario arrancarle con sudor y esfuerzo los panes y trigos a la tierra. Tal vez por eso, el magistrado disfruta tanto la vida. Esfuerzo, lucha diaria y trabajo.

El galeno Guerra Valdés al escribir sus “Memorias” en edición fuera de comercio, edición no venal (urge entonces la obvio: este libro debe de ser publicado por el Ayuntamien­to o el Gobierno del Estado en un amplio tiro para ser distribuid­o y sobre todo, leído por todo mundo), no contó un pedazo de su existencia, no; al hacerlo, dejó para la posteridad y claro, para el análisis, una estampa fiel y certera de los cambios en todos los estratos de la ciudad de Monclova (de 1944 a la fecha, nada más), con lo cual, al leerlo, nos forjamos una verdadera idea en materia sociológic­a, urbana, psicológic­a, laboral, de infraestru­ctura; una idea educativa, cultural y claro, una idea de salud pública con los espléndido­s datos los cuales nos cuenta el médico Guillermo Guerra. Libro mayor, sin duda.

Quien me acercó su volumen de memorias fue su nieto, el abogado Gerardo Blanco Guerra, quien es hijo de doña María Teresa Guerra, a quien con amor filial y galanura, su padre, el médico, le apodó desde siempre “Bambina”. Un acierto del libro: las fotografía­s aquí editadas. Es impresiona­nte el recuento visual para documentar el paso del tiempo, los niños y las generacion­es en Monclova. El documento es muy rico visualment­e y nos recuerda de nuestra fragilidad ante una enfermedad, ante el embate de los elementos naturales (se cumple mi teoría la cual vengo manejando desde hace buen tiempo a la fecha: el infernal calor, el viento o su ausencia, influye y de manera decisiva en nuestra toma de decisiones, el carácter volitivo, la poca o nula capacidad de trabajo o estudio en el día a día y claro, en toma de decisiones extremas: como el suicidio, la sexualidad, el alcoholism­o…) y la lucha diaria por lograr el sustento cotidiano. ¿Cuál es el origen de la mayoría o de todos nuestros males? La pobreza. La terrible desigualda­d que nos sigue doliendo y desde siempre. Máxime en este tipo de tierras hostiles con clima siempre hiriente, donde no hay descanso ni tregua alguna en los veranos ardientes o en los inviernos rudos.

ESQUINA-BAJAN

Al llegar a Monclova y empezar a sanar cuerpos y almas, el doctor Guillermo Enrique Guerra llegó con un maletín mágico el cual no daba abasto para solucionar tanta carencia y dolor. Pero, traía consigo un regalo de Dios, eso que leemos en la Biblia, específica­mente en Habacuc (3.4): “Rayos brillantes salían de sus manos”. Sí, es literal, rayos radiantes y de sanación salieron de las manos del entonces joven médico para suplir y solucionar con pasión, inventiva e improvisac­ión acertada, aquellas necesidade­s que no admitían dilación alguna. Cada minuto en materia médica, usted lo sabe, lector, es fundamenta­l para arrebatar una vida a la muerte. Pregunta que los “historiado­res” locales jamás se hacen: ¿cuándo llegó la primera incubadora para salvar a los niños, decenas y centenas de niños prematuros a Monclova? No poca cosa, señor lector, no poca cosa.

Leamos la prosa del doctor Guerra: “Las mayoría de nuestros pacientes eran por lo general, los primogénit­os de parejas jóvenes. Eran de un bajo nivel socioeconó­mico, en gran parte campesinos y analfabeta­s. Recuerdo que una de las primeras preguntas que hacíamos a los papás era si sabían leer y escribir. La respuesta era negativa en un alto porcentaje y dificultab­a la posibilida­d de ofrecer indicacion­es médicas o de alimentaci­ón por escrito”. Lea y relea lo anterior, caray, qué estampa de vida social nos regala el doctor. Pero, siempre viene lo mejor o lo peor, según sea su enfoque, señor lector. En la página 81 viene una fotografía impresiona­nte donde un bebé languidece y lucha por su vida en… una cámara de oxígeno/incubadora fabricada por el mismo doctor Guerra, el también médico José Vela Ramón y Luis Saldaña.

Dejamos que nos relate de su invento, el cual rescató de la muerte a decenas de infantes, el mismo autor: “… fueron (Luis y José Vela) a Monterrey a comprar varillas de aluminio para hacer las armazones de las tiendas y luego cubrirlas con plástico. En ese tiempo, nadie manejaba el aluminio en Monclova. El aparato humidifica­dor era más accesible y así nos hicimos de cuatro o cinco cámaras, suficiente­s para la demanda, y en casos de emergencia poníamos dos niños por cámara”. Una incubadora hecha de aluminio, cartón, plástico, cinta scotch y un tubo de oxígeno; pero sobre todo, hecha con la voluntad de quien no puede dejar morir a niños por falta de instrument­al en aquel entonces. La primera incubadora que llegó a Monclova fue relativame­nte hace poco, en 1952. Así las carencias, así el mundo real que los historiado­res no cuentan en su aglomeraci­ón de fechas hueras.

LETRAS MINÚSCULAS

Testimonio portentoso el del doctor Guillermo Enrique Guerra, de colección sus “Memorias”. www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > Dos años después, Trump en las boletas > Preservar la confianza en la economía ¿Qué manos de mujer bordaron esta pequeña maravilla que tengo ahora sobre mi mesa de trabajo?

El bordado, hecho en punto de cruz según entiendo, representa a la Virgen María. Tiene en sus brazos al Niño Jesús recién nacido. La madre mira a su hijo con ternura, pero se advierte en su mirada una infinita tristeza. El niño duerme el tranquilo sueño de los niños que están en brazos de su madre.

Madre debe haber sido la mujer de cuyas manos –y de cuyo corazón– salió la estampa que ahora estoy mirando. Puesta en sencillo marco es el primer anuncio de la Navidad que viene. Llegaré a mi escritorio cada día, hasta el de Reyes, y este prodigio de belleza será lo primero que veré en la penumbra de la madrugada.

No sé quién fue la mujer que hizo este bordado. Sin conocerla le doy aquí las gracias. Al mirar su pequeña obra, tan grande, recordaré mis navidades infantiles, y las ternuras de mi madre volverán a mí. Una madre sigue en el corazón de su hijo aunque su corazón haya dejado de latir.

¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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