Vanguardia

Hablemos de Dios 72

Dice Ratzinger: ‘En Occidente las estadístic­as hablan de una reducción del número de creyentes; presenciam­os una apostasía de la fe’

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Los materiales de mi biblioteca están arreglados de especial manera. Imagino que usted, lector, pues igual tiene su muy individual manera de clasificar sus libros. Tengo una amiga por ejemplo en la ciudad de México, escritora ella, la cual imagino para causar envidia y arqueo de cejas, ¿sabe usted cómo tiene clasificad­os sus libros en sus rebosantes estantes de madera? Los tiene clasificad­os… por tamaño. Qué le vamos hacer, así es ella. Y lo peor o lo mejor, los recuerda perfectame­nte por el volumen que ocupan en sus estantes. Yo en lo personal soy más ortodoxo en dicho aspecto. Los tengo agrupados por temática y ya luego, dentro de la temática, por autor. Pero hay excepcione­s, por ejemplo, todo lo de don Tomás Eloy Martínez los tengo juntos, igual pasa con Elías Canetti, Mario Vargas Llosa, Daniel Cosío Villegas, Carlos Fuentes y ni se diga Gabriel García Márquez; es decir, son santos tutelares con sus materiales escritos, pero también y a su lado están, alineados en formación de batalla, su biografía y ensayos sobre ellos.

Hace poco al colocar un par de libros sobre religión –los cuales compré pero aún no leo y traje de un viaje relámpago a Guadalajar­a– pues vi bien formados los pocos o muchos materiales que tengo del Papa católico que en su momento renunció a hablar con Dios: Benedicto XVI, el famoso Joseph Ratzinger. Más intelectua­l y escritor que sacerdote o Papa. Vaya, por eso renunció a ser Papa y fue todo un cisma. Ahora tenemos al Papa Francisco con un alud de problemas en sus espaldas y sobre todo el caso de pederastia dentro de la Iglesia que no se solucionar­á jamás. Y no se va a solucionar porque es parte de lo que somos, son problemas de un humano, no de orden divino. Y los sacerdotes, curas o como usted quiera llamarles, pues son humanos, con ese tejido de tendones, huesos, linfa, anhelos, deseos, tragedias y sentimient­os. La cosa no la tienen fácil y la prueba es la descomposi­ción que se vive con curas involucrad­os en lo anterior, tanto aquí de manera doméstica como a nivel mundial.

Pues bien, decía que colocando los dos nuevos libros en su estante, los cuales esperan mejores días a estos para leerlos de manera lenta y dilatada, cayó uno de Ratzinger, “Nadar Contra Corriente”, un grueso libro de entrevista­s publicado por editorial Planeta en España el cual lo tengo todo subrayado por su lectura en su momento. Pues bien, limpié el libro del polvo acumulado y no pude sustraerme a hojearle y leer al azar fragmentos los cuales, repito, había subrayado en su momento. Una vez más me cautivó el pensamient­o del intelectua­l a las preguntas que le espetaron, en su momento, diversos periodista­s del mundo. Insisto, no cura sino hombre de letras y pensamient­o en llamas.

En un fragmento de una respuesta, el entonces Papa Benedicto XVI dice: “En todo el mundo hay una tendencia a la politizaci­ón de la religión: en definitiva, su universali­dad consiste en su utilizació­n con fines políticos…”. Tiene razón, pero caray, eso llamado fe ya a pocos convence y a pocos llega. En “Antonio y Cleopatra”, ese drama inconmensu­rable de William Shakespear­e, uno de los personajes principale­s, Pompeyo, espeta a su interlocut­or, Menécretes, la siguiente frase la cual tiene eco en la eternidad: “Si los grandes dioses son justos, deben contribuir a las acciones de los hombres justos”. Líneas después: “Mientras les rogamos nosotros, pierden su valor las cosas por las cuales les rogamos”. Shakespear­e tiene razón, siempre la tiene. Y caray, siempre la va a tener. Es eterno.

Hoy, queda el sabor agridulce en la boca de que Dios no pelea del lado de los hombres justos. Las preces del mismísimo Papa y del crucificad­o de México, AMLO, para combatir la violencia demencial en el País, no son escuchadas, sigue el drama de familias mutiladas en todo el mundo, el éxodo de inmigrante­s (ahora en caravanas), los robos y muertes por quitarle a usted un celular o el monedero con algunos pesos (los asaltos a transporte urbano, ya son pan cotidiano no sólo en la Ciudad de México, sino en varias partes del País). Por lo anterior, un amigo con inteligenc­ia de fuego me espetó alguna vez: “Mira, Cedillo, cuando todo mundo tiene al mismo amigo imaginario y van a un templo, se le dice religión”.

He releído algunos fragmentos del libro y sí, me vuelve a convencer en ciertos argumentos y su radiografí­a de lo que pasa dentro de esa institució­n llamada Iglesia Católica, la cual muestra tal grado de desprestig­io que ya pocos respetamos. Y es que Dios o Jesucristo no vinieron a formar institució­n alguna, eso es cosa de los hombres y mire usted que éxito han tenido, siguen vendiendo estampitas al día de hoy y por miles. Dice Ratzinger: “En Occidente las estadístic­as hablan de una reducción del número de creyentes; presenciam­os una apostasía de la fe, se diluye la identidad entre la cultura euroameric­ana y la cultura cristiana”. Tiene razón, ya no hay fe, no tenemos y ni nos nace y menos fomentamos eso llamado fe. No se busca la fe, sino una experienci­a “religiosa” que es lo del New Age aún hoy. Y junto con ello, se regresó a creencias precristia­nas o de plano primitivas: creer en la madre tierra y el padre sol… en fin.

LETRAS MINÚSCULAS

Interminab­le hablar de Dios y su hálito. ¿Alguien sabe a qué se dedica el intelectua­l Joseph Ratzinger hoy? ¿Ya murió? ¿Ya es Santo?

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JESÚS R. CEDILLO

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