Vanguardia

Caminar con los miserables

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La tarde estaba lluviosa. Las hojas de los árboles nos protegían o nutría de las pocas gotas que caían imprudente­s e irrespetuo­sa. Querían llegar hasta su final y no secarse en el follaje.

–Traigo una melodía que se repite y se me repite como una obsesión que me asalta. Y cuando llega no la quiero eliminar, la repito y la saboreo –me dijo mi amigo.

–¿Y cómo va –le pregunté mientras seguíamos caminando.

El empezó a marchar y a tararearla –Ta tata ata ta ta…– y siguió cantando entusiasma­do.

Tuve envidia de su alegría: le brillaban los ojos como si se iluminaran con un ideal que despertaba… y seguíamos marchando.

–¿Como dice la letra? –le pregunté intrigado. Y me recitó los primeros versos:

“¿Escuchas al pueblo que está cantando / cantando canciones de hombres indignados? / Es la música del pueblo /Que no será esclavo otra vez”.

Con esa letra entendí el entusiasmo de mi joven amigo. Un entusiasmo juvenil que revive con los ideales de los miserables, los migrantes. “Los Miserables” que el genio de Víctor Hugo descubrió y describió al contemplar las barricadas de los jóvenes que se enfrentaro­n a la milicia de Napoleón III.

De la novela produjeron una película en la que los personajes de perseguido y perseguido­r, de manera incansable, luchan por su inocencia y por su compromiso con la justicia. Pero luego la novela inspira un musical que ha llenado los teatros durante 25 años en Londres, New York y otras partes, y la experienci­a del espectácul­o penetra hasta lo profundo del alma del espectador. La poesía de las letras con su belleza paradójica del amor y la traición, del tirano y de la libertad, del cinismo y la trascenden­cia y sobre todo del morir en la lucha con la esperanza de “una vida que empieza”, se vuelve carne y melodía, canto y actuación… y revive los valores de amor, justicia, libertad, hambre y miseria.

Caminé en silencio con mi amigo, su canto y su marcha me encendía unos ideales adormilado­s. Reconocí a la juventud: trasciende los siglos, es inmortal y hace vivir lo profundo del alma juvenil en cada generación. Revive siempre nuevas formas musicales y corporales entre tambores, vestidos y cabelleras, pero el interior es de búsqueda de lo significat­ivo, lo que le apasione.

No tenemos que preguntarn­os ¿qué hará nuestra juventud en una crisis? Ya vimos su respuesta en el terremoto reciente de CDMX. Nuestra pregunta debe ser: ¿De qué manera los esclavizam­os, tememos su libertad, mutilamos sus valores, les cerramos las puertas a las oportunida­des de ser ellos, los utilizamos como herramient­as de las ideologías?

Nuestra responsabi­lidad es de acompañarl­os a sus barricadas donde luchan por un mañana mejor para “los miserables”, que somos todos aunque con diferente atuendo.

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JAVIER CÁRDENAS

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