Vanguardia

CONMIGO EN EL BOSQUE

- CLAUDIA LUNA FUENTES claudiades­ierto@gmail.com

Para Angélica Freitas

El movimiento de las ramas deja ver el ánima del pino. Hace frío. Más delante, el viento mueve mayores cantidades de agujas verdes y hojas. La niebla nace desde el suelo lenta, de a poco. Imagino una entidad del bosque. La creo y le doy su sitio aquí, conmigo.

Fabulo otros seres en movimiento y me regocijo en esa capacidad humana que ha dado su lugar a cada fuerza de la naturaleza.

Pienso en dejar plasmado un gesto: piedra sobre piedra como altar. Pero resuelvo mirar y tomar imágenes. No confío en mi memoria. Pronto mi recuerdo será polvo. Incluso este sentimient­o desaparece­rá.

Me siento entre hojarasca y piedras. Miro al fondo la pared ocre que se eleva como torso. En el ejercicio de estar, algo o alguien más arriba, me deja saber de su presencia, hay un rumor de maderas que se quiebran. Luego silencio. Lanzo dos guijarros. Vuelve el silencio. Y ese algo o alguien nuevamente, y más cerca, dejar que piedras se deslicen. No tengo la fortuna de verle. O la desgracia. Nada de pezuñas gráciles, ni de garras. Nada de ojos que pueda encontrar con la luz de la lámpara. Vuelvo a la oscuridad con un clic.

Saco de la mochila una chamarra y me recuesto sobre ella. Como en la infancia, vuelvo la mirada al cielo que veo entre hojas y murciélago­s que pasan como tiza oscura, sobre el azul eléctrico que cede su tono al negro. Duermo un poco y una roca que cae en algún sitio me despierta. Al miedo que nació lo he obligado a irse pues no me voy a ir yo. Así que resisto hasta que desaparece.

Mayormente hecho de resina y musgo es el rastro para esta nariz. Aves tardías siguen en su canto. Abro la bolsa de los alimentos y el olor de una sola fruta estalla. Es un perfume que no habría notado en esta intensidad abajo en la urbe. Me basta ese sabor definitivo. Así, el alimento llega por vía del olfato, la textura y el sabor.

Miro de nuevo a esa elevación ocre y alta sobre la que algunos escaladore­s se deslizan; marca un límite y una contención. Cuánta prisa dejada atrás. Cuánto formateo, competenci­a y ceguera hay. He venido a curarme al menos por un rato. Sumo a mi alimento hojas de salvia y agujas de pinos. Vine a cubrirme de follajes y de sonidos.

Los límites anulan el andar delirante de la mente. Tomo mi cerebro y lo dejo entre dos rocas oscuras. Soy el sonido de mis pasos.

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