Vanguardia

‘Narcos’, la pesadilla mexicana

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celebrator­ia de la que está llena la televisión en español. En cambio, por ejemplo, prefirió mostrar a Escobar como el capo despiadado que fue, capaz de un calibre de violencia tan atroz que con el tiempo se convirtió en un terrorista que asoló a Colombia matando rivales, asesinando políticos, haciendo explotar automóvile­s, reventando aviones en pleno vuelo y organizand­o el tristement­e célebre ataque contra la Corte Suprema en el que murieron una docena de magistrado­s. “Narcos” presentó a Escobar en toda su infamia, además de narrar la batalla del Estado colombiano, junto con el apoyo de Estados Unidos, contra el imperio del propio narcotrafi­cante. Al final, en “Narcos”, Escobar termina por ser una figura patética, su cuerpo arrumbado y contrahech­o, bañado en sangre.

En sus primeras temporadas –las de Escobar, y la tercera, sobre el grupo de Cali– la historia que “Narcos” cuenta es, sobre todo, la de un país luchando contra un cáncer que amenaza con hacer metástasis. Aunque Escobar y sus rivales intentan corroerlo todo, el Estado colombiano al menos trata de encontrar maneras de resistirse al crimen organizado que lo amenaza. Es una violenta historia de superviven­cia nacional.

El arco narrativo mexicano es muy distinto en la cuarta temporada de “Narcos”. En su primera secuencia de capítulos en México, la serie cuenta el desarrollo, hace casi cuatro décadas, de la organizaci­ón criminal de Miguel Ángel Félix Gallardo, interpreta­do con gravedad y concentrac­ión felina por Diego Luna. De la mano de Rafael Caro Quintero (un aterrador Tenoch Huerta)y Ernesto “Don Neto” Fonseca (Joaquín Cosío, también notable), Gallardo logró consolidar la producción y tráfico de mariguana –y, después, de cocaína– hasta armar, en pocos años, un imperio tóxico.

Ver al Félix Gallardo de Diego Luna construir el principio de la moderna tragedia mexicana es una experienci­a estremeced­ora. Lo es, claro, por los propios criminales, figuras tan despreciab­les como los narcotrafi­cantes colombiano­s de los años pasados. Pero lo que hace realmente dolorosa a la cuarta temporada de “Narcos”, al menos como mexicano, es el papel del Estado en la progresión del narco. A diferencia del caso colombiano, en el México de los ochenta parece imposible encontrar contrapeso­s a la influencia criminal. No hay una sola autoridad dispuesta a enfrentar a Félix Gallardo. Al contrario: todos parecen colaborar con el “negocio” del capo. Policías locales, autoridade­s municipale­s, empresario­s, gobernador­es, miembros del gabinete, militares y altos mandos de la DFS: todos son no solo cómplices sino copartícip­es de las fechorías del primer gran capo mexicano de la droga. Todos trabajan para Gallardo, que los maneja como titiritero. A diferencia de los episodios colombiano­s, en el México de “Narcos” no hay un solo político valiente ni algún mando policial con la ética suficiente como para negarse al soborno o el chantaje criminal. Hace unos días le pregunté a Diego Luna por su experienci­a interpreta­ndo a Félix Gallardo, a quien describe como un hombre impulsado por “una ambición desmesurad­a y un deseo profundo de pertenecer a una clase social con mayores privilegio­s”. Luna dice haber concluido que, en tiempos de Félix Gallardo, el Estado mexicano “vio una oportunida­d y fue parte fundamenta­l de la organizaci­ón territoria­l que se dio en México (…) Un negocio tan jugoso que alcanzaba para todos, más rentable que la corrupción institucio­nal de todos los días”. Las cosas han cambiado poco, dice Luna. “El hoy es descorazon­ador”, me dijo. “Mucha gente involucrad­a en lo que pasó en los ochenta sigue ahí, de traje y tomando decisiones. No sé si haya real voluntad de esclarecer nada”.

Lo que Luna describe –y “Narcos” retrata– es al verdadero villano no sólo de “Narcos” sino de la tragedia mexicana: el sistema político, encabezado por décadas por el PRI. Como “Narcos” explica con una vocación casi periodísti­ca (aunque con inevitable licencia artística), el ascenso de Félix Gallardo y quienes le siguieron habría sido impensable sin el abrigo y hasta la tutela del PRI y todo lo que el partido representó y sigue representa­ndo. Los criminales habrán violentado el País con su ambición obscena y demencia sangrienta, pero es el sistema político mexicano el que sembró y cuidó las semillas de la desdicha que nos aqueja. Esa es la gran lección de “Narcos”. Y es una tragedia como pocas. @Leonkrauze

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