ADIÓS AL REY DEL AZÚCAR
El magnate cubano al que el Che Guevara ‘despojó’ de su fortuna y de muchos de sus haberes. Se trata de don Julio Lobo, la persona más rica de Cuba hasta 1958.
El aire cálido de la noche en la ciudad de La Habana, se colaba por las ventanillas semiabiertas del Chrysler negro como una especie de vapor premonitorio.
Afuera, la ciudad dormía la última hora del 11 de octubre de 1960; pero dentro del auto, don Julio Lobo, el hombre más rico de Cuba, conocido como ‘el rey del azúcar’, no sospechaba que esa calle cercana al puerto lo llevaba al encuentro más definitorio de su vida, mientras el automóvil se estacionaba frente a las oficinas del Banco Nacional de Cuba.
Con su pie renco, don Julio subió hasta la oficina que había empezado a ocupar unos meses antes el Che Guevara, el nuevo Ministro de la Banca Cubana, quien lo había citado allí para un encuentro de urgencia en plena madrugada.
Se sentaron frente a frente, entre lomas de papeles, y envueltos por una densa nube formada por las bocanadas de humo que emanaban de los cigarros de ambos fumadores.
De un lado, el comunista de boina, austero y febril, digamos ‘la calca de un hombre nuevo”; del otro, el reducto postrero de la patricia burguesía insular, digamos ‘el último símbolo del capitalismo cubano’.
“Fue un momento único: se encontraron dos personajes de la Cuba de antes y después de 1959 (el año que marcó el triunfo de la guerrila de Fidel Castro).
“El destino de uno de ellos ya estaba sentenciado”, señala el periodista John Paul Rathbone, autor del libro ‘Ascenso y caída de Julio Lobo, el último magnate cubano’.
En pocas palabras, Guevara había invitado a Lobo a dirigir el sector del azúcar a cambio de que entregara todas sus propiedades al nuevo gobierno comunista de la isla.
EL ENCUENTRO
Guevara fue breve. Le dijo a don Julio que ya no había espacio para el capitalismo en la nueva sociedad cubana que surgiría del triunfo de la Revolución; pero lo invitó a pasarse a su lado. Le propuso que asumiera el mando de lo que ya era su reino: en pocas palabras le pidió que dirigiera la industria azucarera de Cuba.
A cambio, Lobo podía quedarse con la mansión donde vivía y con el usufructo del Tinguaro, una de sus 14 centrales azucareras, su preferida.
El resto de ellas, más sus almacenes, refinerías, la comercializadora del azúcar, su agencia de radiocomunicaciones, su banco, su naviera, la aerolínea, la empresa aseguradora, la compañía petrolera… todo pasaría de forma inmediata ‘al pueblo’, es decir, a la ‘Revolución’.
Lobo tragó en seco. No respondió al momento. Le pidió al ‘Che’ que le diera unos días para pensarlo.
A la mañana siguiente, cuando Lobo llegó a su oficina, le pidió a su secretaria que le ayudara a apilar algunos papeles importantes, que luego formarían el archivo que aún conservan sus descendientes en Florida. “Es el fin”, se cuenta que le dijo. Dos días después, cuando el avión levantó vuelo rumbo al Norte desde el aeropuerto al Este de La Habana, Lobo vio perderse en el mar, por última vez, ‘la isla que tanto amó’.
EL ASCENSO
Julio Lobo había llegado a Cuba a los dos años de edad, procedente de Caracas, donde nació en 1898. Su familia de judíos sefarditas, se había asentado allí por un tiempo tras un largo periplo que los llevó desde Holanda y España, hasta Portugal y Curazao.
“Su padre hace fortuna en Cuba, y a Julio, como casi todos los hijos de las personas acomodadas, lo enviaron a estudiar a Estados Unidos. Luego regresa a Cuba y es cuando comienza a construir su imperio del azúcar”, relata Rathbone.
En el libro ‘Cuba, la lucha por la libertad’, el historiador Hugh Thomas estima que, para 1958, Lobo controlaba 400 mil hectáreas de los terrenos de Cuba, una isla estrecha en la que la superficie de cultivo no supera actualmente las 700 mil hectáreas (Lobo controlaba la mayor parte de los terrenos cultivables de caña de azúcar de Cuba).
De sus centrales salían casi 4 de los 6 millones de toneladas de azúcar que la isla producía al año.
EL PODER EN SUS MANOS
“Cuba y el azúcar en ese momento eran el equivalente actual de Arabia Saudita con el petróleo. Desde La Habana se controlaban los precios del azúcar en el mercado mundial. Y detrás de esos precios estaba don Julio Lobo”, añade Rathbone.
Con los ingresos del azúcar, el imperio de Lobo se extendió incluso a la banca, la industria naviera y la aeronáutica y, según su biógrafo, una de sus metas era intentar sacar el capital estadounidense de los negocios de la isla.
“Lobo hizo su fortuna dentro de Cuba y la invirtió en Cuba. Compró muchos ingenios que eran propiedad de los estadounidenses porque creía que eran los cubanos quienes debían tener el control del país”, afirma Rathbone.
“Son elementos de su vida que muestran que había una especie de orgullo nacional en cierta parte de la burguesía cubana, que mostraba también un gran patriotismo. Lo cual anula muchos de los clichés que han proliferado sobre lo que era la burguesía y los cubanos de antes de la Revolución”.
SU VIDA EN EL EXILIO
Una vez salido de Cuba, Lobo hizo una nueva fortuna en Nueva York, a donde llegó tras escapar de la isla.
Cinco años después de asentarse en Nueva York, donde se dedicó a especular en la bolsa, hizo una nueva fortuna y volvió a perderla casi por completo.
Especular en los mercados financieros era algo que sabía hacer muy bien y, cuando se marchó de Cuba, fue un rey en Wall Street también por un tiempo. Pero luego se arruinó nuevamente y es entonces cuando decide marcharse a España, donde años antes, había enviado una cuantiosa donación a su admirado general Francisco Franco para ayudar a los soldados del frente a derrocar a los republicanos y, un tiempo después, también mandó dinero a los revolucionarios de Sierra Maestra, para ayudar a los rebeldes que lideraba Fidel Castro.
EN LO MÁS ALTO
Para mediados de siglo XX, Lobo era dueño de la mayor fortuna de Cuba (algunos la estiman en 4 mil millones de dólares actuales) y una especie de leyenda que alimentaba los chismorreos cotidianos.
Pese a ser un hombre austero y cuidadoso de su vida privada, sus viajes al extranjero, sus nuevas adquisiciones y sus amoríos con estrellas de Hollywood (desde Esther Williams hasta Joan Fontaine) eran parte de la comidilla frecuente de la siempre indiscreta burguesía de la ciudad de La Habana.
Con los años, se fue haciendo de una de las bibliotecas más grandes de Cuba y atesoró, además, la más completa colección de arte napoleónico que existe fuera de Francia, que iba desde una muela hasta un mechón de pelo a un reluciente orinal de Napoleón.
Según varios historiadores, su pinacoteca incluía cuadros de Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci y decenas de óleos y grabados de Goya.
La colección de Lobo sobre el general francés forma parte de la muestra del Museo Napoleónico de La Habana, el mayor del mundo fuera de Francia.
En 1946, varios empistolados le dispararon tres veces en circunstancias nunca aclaradas: uno los balazos lo dejó cojo, los otros dos le levantaron parte de los huesos del cráneo.
Faltaban aún 17 años para que lo perdiera todo y 40 para que su cadáver fuera colocado en una discreta cripta en la catedral de La Almudena, en Madrid.
Pero, según cuentan los que lo conocieron, solía decir que los verdaderos disparos no los había recibido de los pistoleros, sino en su encuentro con el Che Guevara aquella calurosa madrugada de octubre, la penúltima que pasó en La Habana.
LA DECADENCIA
En la mañana después de su partida, el 14 de octubre de 1960, el imperio de Julio Lobo comenzó a deshacerse pieza a pieza como un nebuloso castillo de naipes.
Las autoridades castristas, que le habían extendido un día antes el salvoconducto que le permitió cruzar a Nueva York, tomaron posesión de sus bienes en nombre de la Revolución.
La mayoría de las centrales de azúcar de Cuba ya no eran operativas.
Las miles de reliquias y objetos que atesoraba de Npoleón, fueron también confiscados y muchos de ellos todavía se exhiben en el Museo Napoleónico de La Habana, una vieja mansión que estuvo cerrada por años por filtraciones y derrumbes y que muchos cubanos desconocen y casi ninguno visita.
Las pinturas y esculturas de su colección son las que integran actualmente la mayoría del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, pero otras, las más valiosas, como las obras de Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael y otros pintores de renombre, nadie sabe a dónde fueron a parar.
Sus casas y propiedades están actualmente destartaladas y la mayoría de las centrales que le confiscaron fueron demolidas cuando bajó el precio del azúcar en el mercado mundial y ahora son ruinas en medio de olvidados bateyes.
Cuba, que lideró durante décadas el comercio azucarero mundial, batalla ahora para poder producir ‘una’ modesta tonelada al año y, desde hace más de una década, se ha visto en la necesidad imperiosa de importarla desde Brasil, Colombia e incluso de Francia.
En La Habana —y en casi en cualquier otra provincia— solo las personas de más edad recuerdan a estas alturas quién fue Julio Lobo. Su memoria se fue desvaneciendo con el tiempo, al igual que su fortuna, sus cuadros y el viejo pasado de la ‘isla del azúcar’.