Vanguardia

EPÍGRAFE

- JAVIER TREVIÑO CASTRO

I.- El Preámbulo Piramidal, funesta de la tierra nacida sombra, al cielo encaminaba de vanos obeliscos punta altiva, escalar pretendien­do las estrellas… Sor Juana Inés de la Cruz Primero Sueño Como una osadía: así podríamos calificar este intento de acercamien­to a Sor Juana y su mundo. Esta idea ha estado rondando la azotea de la casa desde hace años, pero no había cobrado una forma de vida ni en el papel –o la pantallani en algún espacio escénico. Ahora lo hace, así sea de manera embrionari­a.

Hoy ofrecemos una vaga aproximaci­ón a lo que ha fraguado la fantasía. Los hechos históricos son inamovible­s (¿lo son?): inútil pretender cambiar lo sucedido a nadie a lo largo de su vida. Sólo a la imaginació­n fue otorgado el don de la transmutac­ión, aunque no sin riesgos.

La presente aventura performáti­ca ha querido correr todos esos riesgos, incluso el del kitsch, el de la inexactitu­d, el de la cursilería y hasta el del ridículo, ¿por qué no? Nuestro “Sueño de los despiertos” es un contorsion­ista que camina sobre la cuerda floja sin red de protección. Pero, ¿qué otra cosa ha sido el arte sino eso?

Nadie sabe a ciencia cierta cómo Sor Juana pasó los últimos años de su existencia. ¿Fue silenciada y hundida en la desesperac­ión por sus verdugos eclesiásti­cos? ¿Ella aceptó santa y serenament­e las exigencias inquisitor­iales de los altos jerarcas de la Iglesia en la Nueva España del siglo 17?

Es cierto: nadie puede saberlo. Pero su obra –sus poemas, sus villancico­s, sus dramas profanos, sus autos sacramenta­les, sus loas, su “Respuesta a [la enmascarad­a] Sor Filotea de la Cruz”…- grita la verdad de una mujer extraordin­aria que, al fin y al cabo, nadie, para fortuna nuestra, pudo callar.

Es a ella a quien tendríamos que ofrecer una disculpa por nuestra osadía diciendo: “Si los riesgos del mar considerar­a / ninguno se embarcara…”.

II.- Entrada en memoria El anterior es el texto que escribí para el programa de mano que se distribuyó el día del estreno de “Sueño de los despiertos”, la obra teatral que pretende abordar los últimos y atribulado­s años de Sor Juana Inés de la Cruz.

Como siempre, el tiempo se mantuvo en contra nuestra a lo largo del montaje. El equipo de trabajo –Elsa Tamez, Octavio Domínguez, Cristina Araiza y Ana Dariela Lópezluchó contra el reloj durante las pocas semanas de ensayo, obviando pasos sustancial­es en una puesta en escena como el trabajo de mesa y el entrenamie­nto corporal, vocal y aún más.

Al optar por otro método laboral, mi propio texto dramatúrgi­co fue escamotead­o desde el principio a los actores para no obligarlos a memorizar diálogos. A partir de algunos datos y de ciertas directrice­s, la fábula fue transformá­ndose y evoluciona­ndo hasta llegar a lo que se presentó el miércoles 21 de noviembre en el Auditorio de la Facultad de Educación y Humanidade­s de la UADEC.

De mi propuesta literaria quedó una parte; otra fue sugerida por los propios actores, los ejercicios, las emociones encarnadas y acaso las circunstan­cias y la música, elemento que –al menos en mi caso- atesora un caudal de recursos en un montaje, siempre que se la seleccione y “utilice” con oído atento y mesura.

Me pregunto si la obra se sostiene por sí misma. No lo sé. No estoy seguro. Sor Juana es un personaje escurridiz­o y meterse en la piel de una mujer como ella no es en absoluto una tarea fácil, por mucho que se la ame y estudie, por mucho que consultemo­s libros y más fuentes históricas.

Porque Sor Juana es un acertijo, un laberinto, un juego de espejos y, de algún modo, una suerte de trampa: un “trampantoj­o”. Cuando uno supone que ha capturado el sentido de uno de sus versos, de algunas de sus ideas e imágenes, todo cambia de improviso para sugerirnos otra posible interpreta­ción.

Barroca al fin, Sor Juana es una encarnació­n del “horror vacui”: detrás de todo su ornamento verbal y de sus variadas máscaras palpita un rostro hecho de viento, una cara transparen­te pero jamás vacía, paradójica­mente.

Su sentido de la “aparatosa máquina del mundo” -como lo fue para Góngora, Calderón y Quevedosig­ue vivo: los que hoy vivimos –neobarroco­s al fin-, tememos al vacío como ella misma. El suyo fue uno preñado de un amenazante simbolismo católico y multiicóni­co y de una furia de dos cabezas: la teología y la ciencia; el nuestro es un vacío estampado de angustia, crimen, desencanto y soledad multimedia. Y sin embargo, se parecen tanto.

La pretensión no fue la de escribir una obra de teatro poético, tampoco histórico. Sólo quise hacer hablar a una mujer insólita, y de paso, escuchar la voz de unos cuantos personajes que tuvieron el privilegio de ser sus contemporá­neos y, para bien o para mal, formar parte de su vida.

No sé si construí un buen drama. Es difícil hacer hablar a los muertos. Y aunque en sueños Sor Juana ha tenido la gentileza de charlar conmigo, jamás he podido consignar por escrito ningún sueño, ninguna de sus palabras, con la fidelidad que hubiese querido. Al final sólo quedan jirones de sueño; jirones inútiles, tal vez, pero que guardo como reliquias en la memoria fugaz.

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