Vanguardia

Terrícolas en órbita

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Hace justo veinte años que se puso en órbita la Estación Espacial Internacio­nal (ISS). Al menos, un primer segmento de ella, conocido como ‘el módulo ruso Zarya, que constituir­ía el núcleo a partir del cual se irían añadiendo más y más piezas, como en un enorme rompecabez­as.

Zarya era de diseño era muy parecido a su antecesora, la estación espacial rusa Mir, que pesaba 20 toneladas; mientras que la estación completa, en su configurac­ión actual, terminaría pesando poco más de 400 toneladas. De hecho, es el objeto más pesado jamás enviado al espacio.

La primera pieza de la estación fue lanzada a bordo de un cohete Protón (una lanzadera espacial rusa no tripulada; la segunda pieza que le siguió quince días después, aprovechó la capacidad de carga del transborda­dor espacial de los estadounid­enses.

En los 12 largos años que duró la construcci­ón y el ensamblaje de la Estación se utilizaron muy pocos cohetes; de hecho, la mayoría de las piezas fueron transporta­das por los transborda­dores espaciales. En total hicieron falta 27 viajes para completarl­a.

A lo largo de todo el proceso, el aspecto del complejo cambió continuame­nte: primero fue una simple serie de cilindros metálicos acoplados uno a continuaci­ón del otro, a los que se le fueron añadiendo enormes ‘alas’ (los paneles solares) sostenidas por largas estructura­s reticulada­s.

A medida que progresaba el montaje y se agregaban nuevos componente­s, esos paneles iban cambiando de lugar para mantener cierta simetría en el diseño de la estación.

EFECTOS COLATERALE­S

En febrero de 2003 se produjo el fatal accidente del transborda­dor Columbia. Y aunque era un vuelo no relacionad­o con la construcci­ón de la ISS, la tragedia tuvo efectos devastador­es en el programa.

Los estudios iniciales de la NASA preveían la posible pérdida de uno de los cuatro transborda­dores de su flota. Pero eso ya había sucedido en 1988, cuando el Challenger explotó en el despegue. Ahora, el fallo durante el aterrizaje doblaba esas previsione­s, cuando el Columbia apenas había realizado 27 de los 100 vuelos en los que se estimaba su vida útil.

El resultado fue la decisión de retirar del servicio aquellos vehículos. Pese al alarde técnico que habían supuesto, lo cierto es que su rendimient­o (se había hablado de un vuelo por semana) nunca llegó a cumplir las expectativ­as. La Casa Blanca dio instruccio­nes a la NASA para mantenerlo en vuelo sólo hasta cumplir los compromiso­s adquiridos en la construcci­ón de la estación orbital.

EL OBSERVATOR­IO

En seis meses entre 2007 y 2008, la estación recibió tres componente­s más: El Harmony, un nuevo hábitat americano seguido del Columbus —la contribuci­ón europea— y un módulo japonés. Sin olvidar varios brazos robóticos canadiense­s que habían jugado un papel clave en el ensamblado de las distintas piezas. Así, el complejo empezaba a hacer honor a su apelativo de ‘estación internacio­nal’.

Los últimos vuelos del programa subieron algunos elementos secundario­s. El más espectacul­ar, la ‘cúpula’, un observator­io provisto de siete ventanas panorámica­s instalado en el segmento de la estación orientado siempre hacia la Tierra. Ahí es donde los astronauta­s acostumbra­n a pasar sus ratos libres, disfrutand­o el paisaje desde un módulo inigualabl­e.

ÚLTIMO VIAJE

El último vuelo del transborda­dor llevó un instrument­o científico de más de cuatro toneladas: un espectróme­tro capaz de medir la presencia de partículas de antimateri­a en la radiación cósmica.

Pero estuvo a punto de quedarse en tierra. En efecto, hicieron falta varias sesiones del Senado y la Cámara de Representa­ntesde EU a lo largo de más de tres años de discusione­s hasta que el presidente Bush Jr aprobó su lanzamient­o en el último transborda­dor.

La ISS ha estado ocupada sin interrupci­ón desde que llegó a ella el primer grupo de tripulante­s. En la actualidad, el equipo a bordo (Expedición 57) lo componen tres personas: el comandante (alemán), un ruso y una americana. Esta última, Serena Auñónchanc­ellor es la primera astronauta cuyo apellido ostenta una ‘ñ’, una letra muy compleja que no es común que forme parte de los idiomas.

Como es sabido, el único medio disponible para llevar y traer astronauta­s desde y hasta la ISS siguen siendo las cápsulas rusas Soyuz, que permiten un máximo de tres ocupantes. La NASA y otras agencias pagan religiosam­ente los gastos de enviar a cada uno de sus astronauta­s. También han volado algunos turistas adinerados, pero ellos pagan el viaje de su propio bolsillo.

¿QUÉ HAY EN EL FUTURO?

En el futuro, la NASA espera disponer de medios propios para garantizar el acceso a la estación; mientras que empresas privadas como Spacex tienen en desarrollo muy avanzado varias cápsulas diseñadas para acoplarse a la Estación, con varias finalidade­s, desde el turismo hasta vuelos de escala a la Luna.

De cuando en cuando, Rusia abastece la ISS enviando hasta ella sus cargueros Progress, un diseño muy similar al de los Soyuz, aunque sin cápsula de retorno. De hecho, los Progress suelen utilizarse como cubos de basura: una vez cumplida su misión, se cargan con todos los desperdici­os y materiales inútiles y se envían a su destrucció­n durante la reentrada a la atmósfera terrestre.

Igualmente organizaci­ones como la JAXA japonesa o la ESA europea han diseñado naves de reabasteci­miento de un solo uso. Y algunas empresas privadas también están en ese negocio. O sea que el espacio alrededor de la estación orbital se está haciendo cada día más concurrido.

Mientras tanto, la ISS con sus ocupantes sigue dando vueltas sobre nuestras cabezas. Cada hora y media, aproximada­mente. Y así seguirá por lo menos hasta el año 2023, fecha límite —por ahora— para la que hay aprobada financiaci­ón para mantenerse en uso. Lo que ocurrirá después, el tiempo lo dirá.

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